Muv se levantó antes de que sonara el despertador. Afuera, ya era de día, pero se notaba, por el reflejo de la luz en la pared del edificio que daba justo frente a su balcón, que todavía era temprano. Prendió la radio, volumen bajito para no despertar a Salva que todavía tenía un par de horas para seguir durmiendo, y pensó: mate.
Puso la pava. Miró su casa como si no la conociera. ¿Dónde estoy? se preguntó. Esto parece tan nuevo.
La radio estaba en su bloque informativo. Un colectivo chocó cerca de Plaza Las Heras. Anunciaron paro de transportes para mediados de marzo. El 17 a la cabeza en la quiniela nocturna. 22 grados. Se preveían chaparrones aislados. Tanda.
Estiró los brazos y creyó que tuvo suerte al salir término medio. Diez o doce centímetros más la hubiesen dejado electrocutada.
Se rascó el abdomen. Yerba, azúcar, mate y bombilla. Nunca tomo mate sola, se dijo. ¿Qué está pasando?
De repente sintió una voz familiar. Una voz que hacía tiempo que no escuchaba. Un inglés raro que incrementó su extraño buen humor matutino.
Empezó a mover la cabeza rítmicamente hacia arriba y hacia abajo. Después acompañó el movimiento con los hombros. Empezó a despegar los pies del suelo. Primero uno, después el otro. A la derecha y a la izquierda. Pensó en "La batalla del movimiento" y se rió de ese recuerdo.
Quiero subir la música, se dijo. Subió un poco. Volvió saltando a la cocina, revoleando la cabeza y los brazos.
Estaba en pleno movimiento cuando Salvador la sorprendió. Muv se detuvo, un poco avergonzada.
Estás loquita, le dijo Salvador.
Sí, dijo ella, no sé qué me pasa. Y volvió a bailar, esta vez, alrededor de Salvador.
Salvador tambien empezó a moverse. De repente, a la cocina sólo le faltaban unas luces de colores y la bola de espejos.
Se tocaron. Sin querer. Y fue como si tuviesen imanes en el cuerpo entero.
Se movieron perdiendo el compás, con desesperación, por todo el departamento.
Chocaron contra la puerta de entrada y sonrieron, casi gruñendo, con urgencia.
Cambiaron de posición dos veces, tres, con furia, urgidos cómo no habían logrado estarlo antes.
Cogieron como animales, con un dejo casi invisible de ternura pero con tantas ganas que ni siquiera les hicieron falta las palabras.
Terminaron encaramados una sobre el otro, en el piso, sin aliento.
Me querés matar, dijo Salvador, ya no tengo veintidós años.
Por suerte, contestó Muv.
Vamos a terminar mal, dijo Salvador.
Muv le puso la mano sobre la boca.
No digas nada, le dijo, es la primera vez que no me importa cómo puede terminar.
Capaz somos felices, dijo Salvador en media lengua.
Shhh, dijo Muv.