Estaban sentados a la mesa, uno al lado del otro. Usaban un solo vaso para tomar.
Nosotros no hablamos mucho, dijo Salva mientras cenaban, la noche del domingo. Hablamos pavadas. Nunca hablamos de lo importante.
A mí me parece que no tenemos nada que aclarar sobre lo importante, contestó Muv enroscando tallarines en el tenedor.
No, no hay nada qué aclarar porque ni siquiera hay algo mal entendido. No hablamos nunca desde que decidimos estar juntos. ¿Por qué estás acá, Muv? preguntó Salvador y giró la cabeza hasta mirarla de frente.
Y por qué va a ser, dijo Muv, porque te quiero.
¿Cómo me querés? preguntó Salvador.
¿Vamos a tener una de esas charlas en dónde el tópico se pone dramático y serio?, preguntó Muv.
No necesariamente, contestó Salvador. Si me contestás, no hay motivos para que "el tópico" se ponga dramático y serio. Ahora, si no tenés nada que decir... bueno, entonces tenemos que pensar las cosas un poco mejor.
Muv terminó de tragar. Tomó un sorbo de coca. Se limpio la boca con la servilleta. Y se quedó callada. Un rato largo.
Es lo que pensaba, dijo Salvador, no tenés nada que decir. No podés contestar cómo me queres. Y yo puedo ser medio salame y reirme todo el día, vivir como un adolescente, pero puedo contestarte esa pregunta.
Contestala, lo desafió Muv, pero te hace falta a vos esa respuesta, no a mí.
Salvador se rascó la cabeza. Después se detuvo un momento a pensar, tapandose la boca.
Yo te quiero como siempre pero mejor, dijo Salvador. Mejor porque no veo la hora de verte, aunque eso pasó siempre; tampoco me aguanto sin tocarte, y eso es nuevo. Tambien te quiero porque me gusta como mirás de costado, desconfiando de lo que estoy diciendo.
Muv se movió el flequillo hacia atrás.
Nadie sabe qué es querer, Salva, dijo Muv. Nadie tiene una definición exacta sobre el querer.
No me importa la definición exacta, respondió Salvador, perdiendo de a poco la paciencia, me importa lo que vos tengas para decir, porque no quiero confirmar, dentro de un mes, un año, una década, un siglo, que yo soy tu premio consuelo. Y la puta madre, esta es la clase de conversación que debería salir de vos, no de mí.
¿Premio consuelo? dijo Muv. Se paró, rodeó toda la mesa, se arrodilló al costado derecho de Salva y mirándolo dijo:
"I love that you get cold when it's 71 degrees out. I love that it takes you an hour and a half to order a sandwich. I love that you get a little crinkle above your nose when you're looking at me like I'm nuts. I love that after I spend the day with you, I can still smell your perfume on my clothes. And I love that you are the last person I want to talk to before I go to sleep at night. And it's not because I'm lonely, and it's not because it's New Year's Eve. I came here tonight because when you realize you want to spend the rest of your life with somebody, you want the rest of your life to start as soon as possible."
Salvador resopló. Se quedó callado. Se agarró la cabeza. No puede ser, repitió, esto no puede ser.
Muv lo miró desde el suelo. Quiso separarle las manos de la cara mientras le preguntaba: qué cosa no puede ser, Salva, tres veces ininterrumpidas. El silencio siguió casi quince minutos.
Me contestás con el último diálogo de Billy Cristal en "Cuándo Harry conoció a Sally", Muv. Crees que soy estúpido. Hacés esta puesta en escena. Estás convencida de que soy estúpido.
No, dijo Muv y lo abrazó, pero lo abrazó sola. Salvador dejó los brazos colgando al costado del cuerpo. Y se le crispó el gesto.
Forra. Yo no te pido una declaración así. Ni siquiera te pido que me prometas nada en lo que digas. Te pido una respuesta de los millones de respuestas posibles. Y vos hacés esto. Una grasada. Una cosa que vos no me tolerarías a mí. Que te ofendería. Que te haría volver a tu casa en medio segundo. Y sin embargo yo, debería agradecerte esta pavada. Esta cosa sin sentido para salir del brete antes de que me enoje o me deprima o salga dando un portazo, porque lo que vos querés es zafar. Vos siempre querés zafar. Y aunque después de decirte esto, yo me vuelva el tipo más triste del mundo, tenés que saber que acá, a esta casa, a mí, no te ata nadie. Asi que sería un buen momento para que dejes de tratar de zafar o te vayas. Si venís para quedarte, venís dispuesta a todo. Si venís a probar, también. Ahora, si venís a convencerte, ahí está la puerta.
Muv se soltó de Salva. Se paró. Puso las manos en la cintura.
No sé, dijo, yo no entiendo. A veces siento que estoy a prueba todo el tiempo, monitoreada, vigilada. Siento que las cosas me miran, que me dicen: a ver, cuándo te vas a ir; cuándo te vas a mandar la cagada; cuándo lo vas a pudrir todo, definitivamente. Y yo no me quiero ir esta vez, me quiero quedar. Quiero hacer las cosas bien. Y cada vez que me lo propongo, vos me salís con un planteo. Un planteo que yo no puedo resolver porque yo no sé cómo es esto y no tengo forma de adivinar qué va a pasar mañana. Pero vine a quedarme y de eso, no tengo dudas. Parece que vos sí. Y no creo que tenga que hacer una ponencia al respecto para que vos te quedes tranquilo, Salvador. No hay palabras que te den tranquilidad, sabés. ¿Por qué no te alcanza lo que hago? preguntó Muv, ¿por qué te parece poco que yo llegue y me instale en tu casa? ¿por qué no sirve que te diga que te quiero, cuándo es obvio que lo hago? ¿por qué necesitás que hable para darte cuenta? ¿por qué me hacés hablar?, terminó de decir, enojada.
Porque no se nota, hermana. Por eso. Y porque yo, a veces, como vos, también necesito escuchar.
Hablaron poco y nada mientras lavaron los platos. Salva se dio una ducha antes de irse a dormir. Muv miraba televisión. Afuera, empezó a llover.