jueves, febrero 08, 2007

Ovillo

Salvador llamó dos veces, la noche del miércoles, a la casa de Muv. Las dos veces, lo atendió el contestador automático de la telefónica, pidiéndole que dejara un mensaje.
Dio una vuelta alrededor de toda su casa. Dijo: esto no da para más. Y lo repitió: Esto no da para más.
Se puso una remera. Pensó en caminar las cuadras que separan su casa de la de ella. Entrar al edificio con su llave. Subir al ascensor, abrazando una botella de vino. Bajar. Tocar el timbre. No, no tocar el timbre. Sí, mejor tocar el timbre y esperar que le abra.
Una vez que le abriera, sin darle demasiado espacio para correr, preguntarle tranquilamente: ¿Qué vamos a hacer?
En el mejor de los casos, Muv contestaría algo como: jugamos un partido de canasta o alquilamos una peli, aún sabiendo que ya pasaba de graciosa a descortés.
Y después de esa reacción, qué, se preguntó Salvador.
Estoy cansado. Estoy viejo para esto. El jueguito del gato con el ovillo a los veinte estaba bien. Pasados los treinta, es para hacerse tratar. Además, ella ocupa todo. Todo. No hay rincón de mi puta vida en el que no esté presente Muv pero no se mueve. Está entronizada. Y yo como un boludo, esperando. ¿Cuándo empecé a esperarla? ¿Qué es lo que estoy esperando?
Gansa. Como si ella sola tuviera miedo. Siempre pensando que para mí es más fácil, que yo me río, no me hago rollo. Boluda. Lo que yo tendría que hacer, es, no sé, engancharme a la recepcionista del laburo. Eso tendría que hacer. Salir con esa mina, sentirme bien, coger hasta quedarme sin aire y a Muv que la cure Lola, macho, se dijo frente al espejo.
Al final, soy el trapo de piso. Porque conmigo duerme, sale, come pero a la hora de coger, se va con el más pelotudo de la cuadra. Y lo peor, lo que me revienta, lo que me saca de quicio es que ni siquiera le importa porque sabe, ella sabe que se va con el más pelotudo y que acá me quedo yo, el boludo, el paño de lágrimas, la reserva. El hermanito, el amigo, el compinche, la mascota, el peluche y la puta que me re parió.
Esto se terminó. Y se terminó hoy.
Salió del edificio furioso. Dio dos vueltas a la manzana antes de emprender camino. Apretaba los puños y pisaba con fuerza.
Llegó antes de darse cuenta que había llegado. Abrió la puerta. Subió al ascensor. Esperó que llegara al piso de Muv, golpeando tac tac tac con el talón de la zapatilla contra el suelo. Cerró las dos puertas haciendo ruido. Pensó en entrar con su llave pero tocó el timbre. Muv tardó en preguntar quién es. Salvador solo contestó: Yo, Salvador.
Esperó que le abriera semi desnuda, con la pintura corrida y el pelo enmarañado. La conozco, la conozco, cómo la conozco, se dijo.
Cuando abrió la puerta, vestida y peinada, lo miró asustada. Qué te pasó, le dijo invitándolo a pasar, son las tres de la mañana, qué te pasó.
No me atendés el telefóno, le respondió, mirándola de frente a los ojos.
Vino Ramiro, contestó Muv, pasá. Justo hablábamos de vos.