miércoles, febrero 28, 2007
Muleta
¿Cómo va todo con la muleta? pregunta Leni y se sienta frente a Muv.
No hables así de Salvador, Elena, dice Muv. Salvador no es ninguna muleta.
Por favor, dice Leni, por lo menos acá, hablemos claramente: Salvador es tu muleta, Mabel. Y ni siquiera lo condeno. Todos hemos necesitado una muleta alguna vez pero lo hemos tenido claro y llegado el caso, lo hemos declarado ante quién corresponde.
Muv se pone la mano en la boca, empieza a roer con fuerza el costado derecho del dedo mayor. Leni le pega un golpe en la mano, la reta. Sacate la mano de la boca, le dice.
Muv hace caso por un instante pero ante el mínimo descuido vuelve a morderse despacio y fuerte.
A mí ni siquiera me parece mal que te apoyes en Salvador. Pero, digo, no hay que ser muy inteligente para darse cuenta que esa historia no es LA historia que vos querés.
Por qué no, estoy más contenta, estoy tranquila, hace rato que no lloro, dice Muv.
Sí, claro. Ahora cambiaste el momento de llorar por el de lastimarte. El tema de comerte los dedos había quedado en el olvido hasta hace cuánto... Un año, más o menos.
Es que me ponés nerviosa, contesta Muv. A veces, necesito que me dejen un poco en paz.
Leni suelta una carcajada.
Para qué querés un poco de paz, si vos estás tranquila, le dice.
Nunca me gustó el primer plano, responde Muv.
Terminemos con esto, dice Leni, llamemos a las cosas por su nombre: Salvador no es más que una muleta y es comprensible. Estás cansada, te duele el cuerpo de probar y probar y este pibe es lo más cómodo, lo menos complicado. Le conocés todas las vueltas, lo podés manejar y además, está enamorado de vos desde hace décadas. Ahora bien, ¿qué va a pasar con vos el día que te convenzas definitivamente de que lo de Salva no le sirve a nadie?
No es así, dice Muv, no digas esas cosas. Parece que no nos conocés.
Justamente, dice la otra estirándo el brazo y sacándole a Muv la mano de la boca, porque te conozco puedo hablar. Esta "cosa" que estás armando con Salvador es una especie de cuentito que ni vos misma te crees. Vos ya sabés que esto termina mal, o mejor, ya sabés que no sirve. Y sin embargo, te aferrás como el rengo a la muleta. Pero, vos viste cómo es, una muleta es siempre una muleta, nunca va a ser una pierna.
Yo sé que si le pongo ganas, puede funcionar, dice Muv.
¿Tenés que ponerle ganas, Mabel? pregunta Leni, ¿no te vienen las ganas solas? No ves, te querés convencer de algo que no existe. Y ni Salvador te cree.
Muv dice ya sé. Y dice ya sé con resignación.
Igual, no estoy en condiciones de abandonar esta "cosa" como vos decís, le dice a Leni. No quiero, no puedo, no me sale. El día que me dé cuenta de que todo es como vos decís, veré. Ahora está todo bien.
Es mentira, dice Leni, indignándose, es mentira que todavía no te diste cuenta. Salvador está lejos de ser ese tipo del que me hablaste durante días y días. El que te ponía a raya pero sin que te molestara, al que ibas a querer ver todo el tiempo, del que no te ibas a poder despegar. Y todo eso sin obligarte.
Yo quiero todo eso con Salvador, dice Muv. De verdad.
Pero Salvador no es ese tipo. A vos te da lo mismo si Salvador va o viene, Muv. Si mañana te dice: me enganche con otra mina, vos le vas a decir: bueno, contame todo. Te chupa un huevo, te da igual. Lo único que estás haciendo es estirando algo que sabés que no va. Y es de mala mina entusiasmarlo a Salvador, hacerlo esperar, decirle que ya va a estar todo bien, cuándo vos sos la primera que sabe que no va. La "cosa" esta, no va. Y cuándo estés podrida de hacer de cuenta que funciona, cuándo termine la espera, cuándo no te quede más por comprobar, va a ser un drama. Y un drama por partida doble. Y yo no sé a quién voy a tener ganas de consolar, Muv. Por lo menos, Salvador no tiene nada de qué convencerse, él tiene clarísimo lo que le pasa con vos y aunque no termina de creerte, supone que en algún momento, las cosas se van a encarrilar; pone todo ahí, te espera, te hace el aguante - como puede, claro- intenta ser lo que vos querés; y por Dios que ese pibe se dejaría cortar un brazo por vos, eh. Pero vos no te lo merecés. Sos una egoísta diplomada, Muv.
Se quedan calladas. Leni se para, vuelve con un atado nuevo de cigarrillos. Enciende uno.
Muv se presiona el dedo mayor que finalmente hizo sangrar.
Es tan fácil ser yo, para vos, le dice Muv a Leni.
No digo que sea fácil. Digo que no voy a ser tu cómplice. Porque sos egoísta y cagona. Lo mejor que les podría pasar es que Salva conozca una mina que lo vuelva loco. Más loco que vos.
Ya sé, dice Muv. Y se abraza las rodillas y se queda hecha un bollito al lado de la amiga que ahora va a buscar agua oxigenada y una curita para detener la sangre del dedo.
Veredicto
El quilombo es que no tengo con quién hablar de Muv. Antes, cuándo me enganchaba mucho con una mina, pasaba días completos hablando de ella con Muv. Ahora, no puedo hablar de ella con ella porque siente que le hago planteos, que la miro con microscopio.
Y a lo mejor, es verdad, la miro con microscopio pero porque no puedo dejar de mirarla. Encuentro cosas en ella que nunca ví y eso que hace tanto que nos conocemos.
Pedro escuchaba a Salvador mientras se ataba los botines.
Y extraño a mi amiga Muv, qué querés que te diga. Ella siempre veía las cosas de una manera diferente a como las veía yo. Y generalmente, acertaba. Si algo que yo le contaba de una mina, no le cerraba, me daba un veredicto. A las semanas, lo que habia dicho, se cumplía. Ahora ando sin brújula. No sé lo que hago. No sé si está bien o mal. No tengo a quién preguntarle.
Ajá, dijo Pedro acomodándose el short.
Nunca tuve tanto miedo como ahora. Me parece que la cago a cada rato. No me puedo tranquilizar. Me parece que cualquier día se va a ir, que no va a volver más, que la voy a pudrir.
¿Vos siempre fuiste así?, preguntó Pedro.
¿Así cómo?, dijo Salvador.
Así, miedoso, como una mina, le dijo el otro.
No. Yo antes era el que le sacaba los pescados de encima a Muv, el que la consolaba, el que estaba siempre que me necesitaba, el que adivinaba si estaba triste o contenta, el que la defendía, el que la hacía reír. Y te juro que no quiero más que estar con ella, pero cuándo está ahí, no sé. Me transformo, me vuelvo loco.
Y no pensaste que te diría Muv en esta situación, preguntó Pedro.
Sí, me diría que me deje de joder y disfrute.
Sabias palabras. Dejate de joder, Salvador. Vamos a jugar. Está todo bien.
Ya sé. Pero entendés que extraño a mi amiga Muv, no? preguntó.
No, me parece una pendejada lo que decís, pero yo no soy una mina, no tengo nada que decir al respecto, no puedo analizar esta cuestión desde otra óptica más que: Si está todo bien, por qué no te dejás de romper las pelotas. No sé si me explico, dijo Pedro.
Bueno, por eso la extraño, contestó Salvador. Muv nunca me hubiese dicho que me deje de romper las pelotas. La extraño, che.
Y bueno, jodete, macho, contestó Pedro. La verdad, Salvador, hay que tenerte una paciencia a prueba de balas. Anduviste penando todo el tiempo porque Muv se acostaba con otros. Ahora que se acuesta con vos, extrañás a tu amiga. Es para fajarte, sinceramente. No te ofendas, pero si yo fuera ella, te dejo. Por pelotudo.
Eh! dijo Salvador.
Y, sí. Esto es quejarse de lleno. Vos hacé lo que quieras. Yo me voy a jugar.
Salvador se quedó callado. Después, caminó detrás de Pedro mirando el piso.
Alarma
Salvador encontró la casa vacía cuándo llegó de trabajar.
Las ventanas cerradas, la cocina limpia y la cama hecha. Revisó el botiquín del baño. El cepillo estaba ahí. Eso lo tranquilizó un poco.
Abrió el placcard. Algunas perchas estaban vacías. Revisó el contestador. Dos mensajes nuevos. Uno de su madre, el otro, de Pedro: fulbazo a las 8.
Buscó una nota pegada en la heladera pero no encontró nada. Recorrió los muebles cercanos a la puerta. Tampoco encontró nada.
Llamó al teléfono celular de Muv. Lo atendió el contestador.
Llamó a la casa de Muv. El contestador, nuevamente.
Llamó a la casa de la madre de Muv. Ahí no estaba.
Dejó el teléfono en paz. Se asomó al balcón y empezó a mirar la calle.
¿Se habrá ido? pensó, ¿esta vez se habrá ido?
Sonó el teléfono. Corrió a atender. Equivocado. Se enojó. Primero con sí mismo.
Estúpido, vos sabías que se iba a ir de un momento a otro; tanto joder con las declaraciones, con las definiciones, con los planteos. Es Muv, cómo no te acordás. Parece que no la conocieras, se dijo.
Después se enojó con Muv.
Pendeja de mierda, se va y no avisa; uno llega corriendo para verla y no es capaz de dejar una nota, de llamar para decir que sale, como si esto fuera una fonda o un hotel. Se lleva la ropa. Pero esto así no va. No se sale y se entra como se le da la gana de la vida de la gente, qué se cree, dijo, ahora, recorriendo la casa, buscándo, otra vez, una nota.
Escuchó la llave en la cerradura de la puerta.
Muv entraba con un bolso al hombro, dos bolsas colgando de la mano izquierda y una planta con flores, en la derecha.
Dónde te metiste, preguntó Salvador de mala manera. Te llamé a todos lados, qué se te dió por no atender el teléfono, la retó.
Pasé por el lavadero, después me metí a comprar, dijo Muv mirándolo asombrada. Qué te pasa, viniste de malhumor, preguntó.
Dejá una nota o algo cuándo te vas, dijo Salvador dándole la espalda.
Muv se quedó parada, con todo encima como un equeco, sin saber cómo reaccionar. Ahí vamos otra vez, pensó. Y yo, que fui a comprar todo para tener una buena cena; hasta compré ropa interior a la mañana para estrenar esta noche y otra vez, estoy sospechada. Soy una tarada.
Fui a comprar, idiota. Qué nota querés que te deje, dijo Muv un poco enfurecida.
Una nota que diga dónde estás, dijo Salvador gritando un poco desde la habitación, no es tan dificil de entender.
Me tenés podrida, Salvador, dijo Muv. Para qué discutimos el otro día, me gustaría saber. Si seguís insistiendo con eso de que me voy a ir, me vas a terminar convenciendo.
Salvador volvió de la habitación. Le sacó las bolsas de la mano. Las llevó a la cocina. Puso la planta sobre la mesa del comedor. La abrazó fuerte.
Así no podemos estar, dijo Muv y Salva no contestó.
Dejá de poner la alarma, le dijo. El día que me vaya, te voy a avisar antes.
Ese día me da miedo, respondió Salvador.
Me tenés podrida, Salvador. De verdad.
Religión
No te parece llamativo que elijas a un hombre que se llama Salvador justo en este momento de tu vida, preguntó la voz que salía desde atrás de la cabeza Muv.
No sé. No pensé en el nombre de Salva cuándo decidí empezar algo serio con él, respondió Muv.
Pero no te llama la atención, dijo, de nuevo, la voz.
Si vos querés que yo diga que estoy buscando que alguien me salve, no lo voy a decir, dijo Muv, cruzándose de brazos.
Es llamativo, dijo la voz, porque vos venís de una familia católica, Muv. El Salvador dio la vida por los demás como promesa de una vida futura y mejor, continuó la analista.
Muv se sentó en el diván. Miró de frente a la voz convertida en mujer de anteojos, cruzada de piernas.
Yo no quiero sacrificar a nadie, dijo Muv.
Seguimos la próxima, le contestó la mujer.
lunes, febrero 26, 2007
Premio
Estaban sentados a la mesa, uno al lado del otro. Usaban un solo vaso para tomar.
Nosotros no hablamos mucho, dijo Salva mientras cenaban, la noche del domingo. Hablamos pavadas. Nunca hablamos de lo importante.
A mí me parece que no tenemos nada que aclarar sobre lo importante, contestó Muv enroscando tallarines en el tenedor.
No, no hay nada qué aclarar porque ni siquiera hay algo mal entendido. No hablamos nunca desde que decidimos estar juntos. ¿Por qué estás acá, Muv? preguntó Salvador y giró la cabeza hasta mirarla de frente.
Y por qué va a ser, dijo Muv, porque te quiero.
¿Cómo me querés? preguntó Salvador.
¿Vamos a tener una de esas charlas en dónde el tópico se pone dramático y serio?, preguntó Muv.
No necesariamente, contestó Salvador. Si me contestás, no hay motivos para que "el tópico" se ponga dramático y serio. Ahora, si no tenés nada que decir... bueno, entonces tenemos que pensar las cosas un poco mejor.
Muv terminó de tragar. Tomó un sorbo de coca. Se limpio la boca con la servilleta. Y se quedó callada. Un rato largo.
Es lo que pensaba, dijo Salvador, no tenés nada que decir. No podés contestar cómo me queres. Y yo puedo ser medio salame y reirme todo el día, vivir como un adolescente, pero puedo contestarte esa pregunta.
Contestala, lo desafió Muv, pero te hace falta a vos esa respuesta, no a mí.
Salvador se rascó la cabeza. Después se detuvo un momento a pensar, tapandose la boca.
Yo te quiero como siempre pero mejor, dijo Salvador. Mejor porque no veo la hora de verte, aunque eso pasó siempre; tampoco me aguanto sin tocarte, y eso es nuevo. Tambien te quiero porque me gusta como mirás de costado, desconfiando de lo que estoy diciendo.
Muv se movió el flequillo hacia atrás.
Nadie sabe qué es querer, Salva, dijo Muv. Nadie tiene una definición exacta sobre el querer.
No me importa la definición exacta, respondió Salvador, perdiendo de a poco la paciencia, me importa lo que vos tengas para decir, porque no quiero confirmar, dentro de un mes, un año, una década, un siglo, que yo soy tu premio consuelo. Y la puta madre, esta es la clase de conversación que debería salir de vos, no de mí.
¿Premio consuelo? dijo Muv. Se paró, rodeó toda la mesa, se arrodilló al costado derecho de Salva y mirándolo dijo:
"I love that you get cold when it's 71 degrees out. I love that it takes you an hour and a half to order a sandwich. I love that you get a little crinkle above your nose when you're looking at me like I'm nuts. I love that after I spend the day with you, I can still smell your perfume on my clothes. And I love that you are the last person I want to talk to before I go to sleep at night. And it's not because I'm lonely, and it's not because it's New Year's Eve. I came here tonight because when you realize you want to spend the rest of your life with somebody, you want the rest of your life to start as soon as possible."
Salvador resopló. Se quedó callado. Se agarró la cabeza. No puede ser, repitió, esto no puede ser.
Muv lo miró desde el suelo. Quiso separarle las manos de la cara mientras le preguntaba: qué cosa no puede ser, Salva, tres veces ininterrumpidas. El silencio siguió casi quince minutos.
Me contestás con el último diálogo de Billy Cristal en "Cuándo Harry conoció a Sally", Muv. Crees que soy estúpido. Hacés esta puesta en escena. Estás convencida de que soy estúpido.
No, dijo Muv y lo abrazó, pero lo abrazó sola. Salvador dejó los brazos colgando al costado del cuerpo. Y se le crispó el gesto.
Forra. Yo no te pido una declaración así. Ni siquiera te pido que me prometas nada en lo que digas. Te pido una respuesta de los millones de respuestas posibles. Y vos hacés esto. Una grasada. Una cosa que vos no me tolerarías a mí. Que te ofendería. Que te haría volver a tu casa en medio segundo. Y sin embargo yo, debería agradecerte esta pavada. Esta cosa sin sentido para salir del brete antes de que me enoje o me deprima o salga dando un portazo, porque lo que vos querés es zafar. Vos siempre querés zafar. Y aunque después de decirte esto, yo me vuelva el tipo más triste del mundo, tenés que saber que acá, a esta casa, a mí, no te ata nadie. Asi que sería un buen momento para que dejes de tratar de zafar o te vayas. Si venís para quedarte, venís dispuesta a todo. Si venís a probar, también. Ahora, si venís a convencerte, ahí está la puerta.
Muv se soltó de Salva. Se paró. Puso las manos en la cintura.
No sé, dijo, yo no entiendo. A veces siento que estoy a prueba todo el tiempo, monitoreada, vigilada. Siento que las cosas me miran, que me dicen: a ver, cuándo te vas a ir; cuándo te vas a mandar la cagada; cuándo lo vas a pudrir todo, definitivamente. Y yo no me quiero ir esta vez, me quiero quedar. Quiero hacer las cosas bien. Y cada vez que me lo propongo, vos me salís con un planteo. Un planteo que yo no puedo resolver porque yo no sé cómo es esto y no tengo forma de adivinar qué va a pasar mañana. Pero vine a quedarme y de eso, no tengo dudas. Parece que vos sí. Y no creo que tenga que hacer una ponencia al respecto para que vos te quedes tranquilo, Salvador. No hay palabras que te den tranquilidad, sabés. ¿Por qué no te alcanza lo que hago? preguntó Muv, ¿por qué te parece poco que yo llegue y me instale en tu casa? ¿por qué no sirve que te diga que te quiero, cuándo es obvio que lo hago? ¿por qué necesitás que hable para darte cuenta? ¿por qué me hacés hablar?, terminó de decir, enojada.
Porque no se nota, hermana. Por eso. Y porque yo, a veces, como vos, también necesito escuchar.
Hablaron poco y nada mientras lavaron los platos. Salva se dio una ducha antes de irse a dormir. Muv miraba televisión. Afuera, empezó a llover.
sábado, febrero 24, 2007
Valor
Tomó valor. Llevaba una bolsa de negocio de ropa coqueta en la mano, llena de ropa. Revolvió en la cartera hasta que encontró las llaves.
Abrió la puerta.
Antes de apretar el botón del ascensor, se miró al espejo. Respiró hondo mientras con la cabeza torcida y la mano libre, se estiró la remera.
El clac que hizo el ascensor, la decidió a abrir la puerta reja. Cerró de un golpe demasiado fuerte.
Demasiado entusiasmo. Calmate, se dijo.
Cuarto piso. Se volvió a mirar al espejo. Acercó la cara. Se sacó la lengua. Después, frunció la nariz. Abrió la boca y se miró los dientes.
Bajó del ascensor. Repiró profundo dos o tres o seis veces más. Puso la mano sobre el picaporte.
Abrió la puerta del departamento de Salvador.
Salvador, que estaba sentado frente a la computadora, dio un giro completo y dijo "hola".
Hola, dijo Muv, vine a quedarme.
Por fin, dijo Salvador.
viernes, febrero 23, 2007
Tripa
Muv se sienta en el banco de una plaza. Hace sonar los dedos, algo por lo que la retan desde que tiene conciencia y que le gustaría dejar de hacer, tanto como le gustaría dejar de morderse los pellejos de los dedos cuando está muy nerviosa.
Pero hoy, los pellejos son historia. Se mordió tanto el costado del pulgar que logró hacerlo sangrar. La sangre es lo único que detiene a Muv y ella lo sabe, asi que, no más dedos por hoy.
Todo empezó cuándo se despertó y se dió cuenta que, otra vez, de nuevo, de vuelta, tenía la tripa hecha un nudo.
No tenía nada que ver con que Salvador hubiese decidido quedarse a dormir en su casa porque era verdad que ya no le quedaba ropa limpia en lo de Muv y tambien era cierto que ya habían estado demasiado pegoteados y si no se separan, cómo se extrañan. Salvador no pone excusas para irse a su casa. Si Salvador se quiere ir es porque pasa algo concreto: no hay más ropa limpia o no la aguanta más, pero se lo dice, aunque vuelva a las dos horas con la muda de ropa limpia o la pelea dispuesta
Esta vez estuvo raro mientras metía las cosas en la mochila pero Salvador es Salvador. El Salvador de siempre.
No, no era por la ausencia de Salvador durante la noche. No podía ser eso. Ni siquiera había pensado en que él no quisiera volver esa noche o la noche de mañana. No se le ocurrió ni por un momento que una vez en su casa, solo y levantando los mensajes del contestador, encontrara la voz de otra mujer, alguna de esas que no le dirigía ni siquiera la mirada y lo tenía esperando eternamente. No se le había pasado por la cabeza. Tampoco pensó en si estaba siendo todo lo que Salvador quería y necesitaba. Esas cosas no se piensan. Se sienten y chau. A quién se le ocurriría pensar así, si está bien. Si está todo bien, a quién.
No son celos, no, se dijo, yo no soy celosa. No soy celosa. No soy.
Una picazón le empieza a recorrer el antebrazo y mientras piensa y se rasca con fuerza para que se detenga, vuelve a preguntarse "y ahora qué, qué es lo que me pasa, por favor".
Se da cuenta que no lleva música colgando de las orejas. Y que durante todo el día no sólo no escuchó una sola canción sino que además, el sonido de la calle, de la plaza, de la gente del subte cuándo viajó, se parecía más a ese ruido horrible de interferencia que a veces hace el teléfono o a cierto vibrar de las impresoras.
Siente que el antebrazo le arde y mira. Con los dedos, de tanto rascado, dejó una mancha roja en el lugar que le picaba. Se mira de cerca, puede ver cómo la piel se abre en diminutos puntos de sangre y por un momento tiene la sensación de que está a punto de desintegrarse como cuando escucha que hablan de átomos y supone que ella, todo su cuerpo, no es más que una concentración de microburbujas unidas por capricho que de un momento a otro se pueden enojar y volverla un charco de agua o un pequeño montículo de polvo.
Pasa una mujer de la edad de la madre de Muv, quizás un poco más. La ve sentada en el banco. Se acerca y se sienta con ella.
No lo tomes a mal, le dice la mujer, pero te vi tan triste, tan triste.
Muv mueve la cabeza. Intenta sonreir pero le sale una mueca también triste que no convence a nadie de su alegría.
¿Estás bien? le pregunta la mujer que tiene ojos de cachorro y el pelo entrecano y olor a lavanda o a perfume de abuela.
Muv mueve la cabeza. Dice que sí con el gesto pero el resto del cuerpo le lleva la contra.
Rezá, le dice la mujer. Cuándo estés así, vos rezá.
Muv cierra los ojos. Los aprieta.
Dice: Yo nunca te pido nada, ni para mí, ni para otros. Sacame el nudo de la tripa. Por favor, Dios, por favor. Que esto no sea que tengo miedo que Salvador se escape. Dios, por favor. Por favor.
jueves, febrero 22, 2007
Cine
Van al cine y antes de entrar, en la boletería, un pibe le sonríe a Muv. El pibe, que no tiene más de veinticinco años, la mira y le sonríe, la vuelve a mirar y sonríe, mientras Salva saca la entrada.
Muv está apoyada sobre una columna, con la cartera cruzada sobre el abdomen y le da risa que el pibe la mire. Cada tanto, se hace un poco más alta, en puntas de pie, para ver cómo va Salvador y su compra de entradas.
El pibe se acerca.
Dame tu celu, le dice a Muv y a Muv se le escapa una carcajada.
Qué querés, le dice, casi tentada.
Dame tu celu, dale. Vamos a tomar un café, mañana. Cuando no esté tu marido.
A Muv la sobresalta la palabra marido y hubiera dado un paso para atrás si no estuviese apoyada contra la columna.
Qué marido, le dice.
Ese por el que andás cogoteando, le dice el pibito. Me llamo Santiago.
Muv le dice hola pero no le dice su nombre ni le da su número de celular.
Salva viene caminando. Le clava la vista.
Hola, dice cuándo llega y se para al lado de Muv.
Salva, él es Santiago, dice Muv. Me confundió con otra persona.
Te voy a matar, le dice Salvador a Muv y se lo dice en serio.
El pibe se da media vuelta y encara de nuevo hacia la fila.
Muv mira el piso y piensa que en otro momento, hubiese terminado en cualquier bar con ese pibe, aunque no le importara. Pero que ahora todo se volvió demasiado importante y por un momento, una fracción de segundo, se le hace un nudo en las tripas.
Esto no puede ser, loca, dice Salvador, ahora se te tiran todos los pendejos encima, qué te pasa.
Y yo qué sé, dice Muv, yo qué sé qué me pasa.
miércoles, febrero 21, 2007
Frenesí
Muv se levantó antes de que sonara el despertador. Afuera, ya era de día, pero se notaba, por el reflejo de la luz en la pared del edificio que daba justo frente a su balcón, que todavía era temprano. Prendió la radio, volumen bajito para no despertar a Salva que todavía tenía un par de horas para seguir durmiendo, y pensó: mate.
Puso la pava. Miró su casa como si no la conociera. ¿Dónde estoy? se preguntó. Esto parece tan nuevo.
La radio estaba en su bloque informativo. Un colectivo chocó cerca de Plaza Las Heras. Anunciaron paro de transportes para mediados de marzo. El 17 a la cabeza en la quiniela nocturna. 22 grados. Se preveían chaparrones aislados. Tanda.
Estiró los brazos y creyó que tuvo suerte al salir término medio. Diez o doce centímetros más la hubiesen dejado electrocutada.
Se rascó el abdomen. Yerba, azúcar, mate y bombilla. Nunca tomo mate sola, se dijo. ¿Qué está pasando?
De repente sintió una voz familiar. Una voz que hacía tiempo que no escuchaba. Un inglés raro que incrementó su extraño buen humor matutino.
Empezó a mover la cabeza rítmicamente hacia arriba y hacia abajo. Después acompañó el movimiento con los hombros. Empezó a despegar los pies del suelo. Primero uno, después el otro. A la derecha y a la izquierda. Pensó en "La batalla del movimiento" y se rió de ese recuerdo.
Quiero subir la música, se dijo. Subió un poco. Volvió saltando a la cocina, revoleando la cabeza y los brazos.
Estaba en pleno movimiento cuando Salvador la sorprendió. Muv se detuvo, un poco avergonzada.
Estás loquita, le dijo Salvador.
Sí, dijo ella, no sé qué me pasa. Y volvió a bailar, esta vez, alrededor de Salvador.
Salvador tambien empezó a moverse. De repente, a la cocina sólo le faltaban unas luces de colores y la bola de espejos.
Se tocaron. Sin querer. Y fue como si tuviesen imanes en el cuerpo entero.
Se movieron perdiendo el compás, con desesperación, por todo el departamento.
Chocaron contra la puerta de entrada y sonrieron, casi gruñendo, con urgencia.
Cambiaron de posición dos veces, tres, con furia, urgidos cómo no habían logrado estarlo antes.
Cogieron como animales, con un dejo casi invisible de ternura pero con tantas ganas que ni siquiera les hicieron falta las palabras.
Terminaron encaramados una sobre el otro, en el piso, sin aliento.
Me querés matar, dijo Salvador, ya no tengo veintidós años.
Por suerte, contestó Muv.
Vamos a terminar mal, dijo Salvador.
Muv le puso la mano sobre la boca.
No digas nada, le dijo, es la primera vez que no me importa cómo puede terminar.
Capaz somos felices, dijo Salvador en media lengua.
Shhh, dijo Muv.
martes, febrero 20, 2007
Cositas
No te fuiste a tu casa, al final, dice Muv cuándo ve que Salvador entra al departamento.
Uh, todavía seguís enojada. Qué mina rencorosa, contesta Salvador aflojando la corbata y tirando el saco sobre el sillón.
Camina hacia el dormitorio. La ropa va quedando desparramada por el piso a medida que avanza. Muv sigue el rastro y piensa: esto así, no va.
Salvador sale en calzones de la habitación. Va descalzo hasta la heladera.
Che, Muv, no hay coca, le dice.
Ajá, dice Muv, sin moverse de su lugar, dónde lee una revista.
Qué vamos a comer, le pregunta Salvador desde la cocina, lo único que se ve acá es ensalada y fruta. Vos te volviste loca, no?
Sin dejar de mirar la revista, Muv piensa en qué decir.
No. O sí, pero no por comprar verdura y fruta. Vos no te ibas a tu casa hoy?
Salvador silba una canción de los Ramones y lo hace bastante mal pero como Muv lo conoce, sabe que está haciendo la escena para que ella se levante y vaya a la cocina. Por eso, se queda sentada.
Bueno, dice Salvador, largá. Por qué estás tan enojada.
No estoy tan enojada, Salvador, contesta Muv. Simplemente no soy tu mamá para aguantarte todas las pavadas. Yo no tengo hijos de más de treinta años, ni de menos. Si vos hiciste todo para convertirte en mi hijo, nos equivocamos. Esto asi no va.
Pero... qué...
Pero nada, dice ella, sin levantar la voz, ni dejar de leer la revista.
Pero... ¿no estamos bien nosotros? A mi me parece que estamos bien. No pasa nada grave.
Nunca pasa nada grave, Salvador. Cuándo pasa algo, es porque muchas cositas no graves se amontonaron y yo no quiero llegar a eso. No quiero juntar cositas.
Salvador la mira. La vuelve a mirar. La sigue mirando.
Y no me mires más así, dice ella, que por fin, saca la vista de la revista, no te estoy diciendo nada que vos no sepas. Si nosotros somos como somos porque hace mucho que nos conocemos, no hagas de cuenta que recién nos vimos ayer. Y ponete las pilas, porque yo no soy tu niñera, ni tu juguete.
No quiero irme a mi casa, dice Salvador.
Muv vuelve a la revista. Esa noche, Salvador cocina.
Uh, todavía seguís enojada. Qué mina rencorosa, contesta Salvador aflojando la corbata y tirando el saco sobre el sillón.
Camina hacia el dormitorio. La ropa va quedando desparramada por el piso a medida que avanza. Muv sigue el rastro y piensa: esto así, no va.
Salvador sale en calzones de la habitación. Va descalzo hasta la heladera.
Che, Muv, no hay coca, le dice.
Ajá, dice Muv, sin moverse de su lugar, dónde lee una revista.
Qué vamos a comer, le pregunta Salvador desde la cocina, lo único que se ve acá es ensalada y fruta. Vos te volviste loca, no?
Sin dejar de mirar la revista, Muv piensa en qué decir.
No. O sí, pero no por comprar verdura y fruta. Vos no te ibas a tu casa hoy?
Salvador silba una canción de los Ramones y lo hace bastante mal pero como Muv lo conoce, sabe que está haciendo la escena para que ella se levante y vaya a la cocina. Por eso, se queda sentada.
Bueno, dice Salvador, largá. Por qué estás tan enojada.
No estoy tan enojada, Salvador, contesta Muv. Simplemente no soy tu mamá para aguantarte todas las pavadas. Yo no tengo hijos de más de treinta años, ni de menos. Si vos hiciste todo para convertirte en mi hijo, nos equivocamos. Esto asi no va.
Pero... qué...
Pero nada, dice ella, sin levantar la voz, ni dejar de leer la revista.
Pero... ¿no estamos bien nosotros? A mi me parece que estamos bien. No pasa nada grave.
Nunca pasa nada grave, Salvador. Cuándo pasa algo, es porque muchas cositas no graves se amontonaron y yo no quiero llegar a eso. No quiero juntar cositas.
Salvador la mira. La vuelve a mirar. La sigue mirando.
Y no me mires más así, dice ella, que por fin, saca la vista de la revista, no te estoy diciendo nada que vos no sepas. Si nosotros somos como somos porque hace mucho que nos conocemos, no hagas de cuenta que recién nos vimos ayer. Y ponete las pilas, porque yo no soy tu niñera, ni tu juguete.
No quiero irme a mi casa, dice Salvador.
Muv vuelve a la revista. Esa noche, Salvador cocina.
Espejo
Tenés un dedo del pie torcido, le dice Salvador.
Y qué. A vos se te sale el hueso de la cadera para afuera. Qué horrible, dice ella.
Y vos tenés el ombligo para afuera. Defectuosa.
Callate, narigón.
Ahí te marca la bombacha. Gorda.
Salvador pasa el dedo por el elástico de la bombacha y dice: uh, mirá como te marca.
No me digas gorda, reventado, dice ella sacándole la mano.
Ah, no sé. Ahí te marca la bombacha, insiste mientras la pellizca suave.
Bueno, y qué, dice ella, moviendo el hombro hacia la oreja, qué te importa, qué mirás.
Eso miro, que te marca la bombacha, repite y se muere de risa.
Uff, terminala. Denso. Pegajoso. Molesto, le dice Muv mientras le vuelve a sacar la mano.
Ay, se enoja, la excedida.
Basta, dice ella, no me gusta lo que estás haciendo.
Muv le da la espalda. Se abraza a la almohada.
Y bueno, no es mi culpa que estés engordando. Claro, te pusiste de novia. Ahora te echás a perder, le dice.
Basta, Salva, dale.
¿Qué? ¿Te estás enojando? ¿Se enoja la gordita?
Salvador, te pedí que la termines.
Muv se queda callada, se repite: es un chiste, está jodiendo, no tengo que responder nada.
Salvador la abraza desde atrás.
No te enojes, gordi, por suerte no nos vamos a pasar la vida desnudos.
Muv cierra los ojos.
Todo lo que quieras, le dijo, pero esta gordita fue la que te hizo venir casi de rodillas a pedir que salieramos. Porque no sé si te acordas que el que estaba desesperado por aclarar esta situación, eras vos.
Y después se quedó muda. No tendría que haber dicho eso, pensó.
Siempre la misma jodida, dijo Salvador y se tendió de espaldas sobre el colchón.
Sí, no puedo dejar de ser yo, le contestó.
Creo que es hora de que me vuelva a mi casa, dijo Salvador.
No hablaron más en toda la noche. Durmieron espalda contra espalda. Casi ni hablaron durante el desayuno.
domingo, febrero 18, 2007
Muchachos
Salvador y Pedro se encuentan el sábado a la tarde para jugar al futbol.
¿Todo bien con Muv? pregunta Pedro, mientras esperan que se desocupe la cancha.
Sí, todo bien, contesta Salvador.
La cancha se desocupa.
¿Fulbazo? dice Pedro.
Vamo, responde Salvador.
Chicas
Leni y Muv se encuentran una tarde, solas.
No extrañás nada de cuándo estabas sola, le pregunta Muv a Leni, mientras caminan esquivando chicos, adolecentes, adultos y ancianos.
Y... la verdad... no, no extraño nada. De solo pensar en que si me peleo con Pedro, tendría que volver a salir, conversar con tipos que no me interesan hasta encontrar uno que sí me interese y después, esperar al lado del teléfono que llame, se me pone la piel de pollo, dice Leni.
Muv la escucha atentamente.
Sí, bueno, está eso, pero yo decía más sobre, no sé, cosas que hacías cuándo estabas sola, qué se yo, ponerte crema en la cara y en el pelo, leer un libro, llorar porque estás con el hormonazo sin tener que avisar que no llorás por nada que él te haya hecho ni por algo que te arrepentís de hacerle. O salir un día y encontrarte conmigo, sin tener un horario para volver, qué sé yo, esas cosas.
Leni se para en la mitad de la vereda. Agarra a Muv de un brazo.
Si me vas a decir que ya, después de... ¿cuántos? ¿tres meses?, le pregunta a Muv y la otra contesta, tres meses, seis días y veintidós horas.
Lení sigue.
Vos sabés que todo no se puede en esta vida. Algunas cosas tienen su costo y cuándo uno está enamorado, no le importa pagar cierto precio si está bien. Si me decís que en tres meses, seis días y veintidós horas, ya estás arrepentida de haber terminado de histeriquear con Salvador y ponerte de novia cómo Dios manda y cómo corresponde, te tiro abajo de ese colectivo que está por venir, Mabel.
No, dice Muv, no estoy arrepentida. Estoy aliviada y eso me preocupa un poco.
¿Te preocupa sentirte aliviada? dice Leni casi elevando el tono de voz.
Sí, aunque lo adoro a Salvador y creo que nunca estuve así de bien, me preocupa sentir este alivio.
Mabel, vos cada día estás más loca, dice Leni.
Esperá, dice Muv, escuchá: me preocupa sentir el alivio de que por ahora no me voy a tener que preocupar por si se rompe un forro porque al tipo que se le rompió no voy a volver a verlo. Me preocupa porque no voy a volver a pasarme la noche queriéndome ir a mi casa, ni hablando por compromiso. Me preocupa que Salvador sea eso, el alivio a todas las cosas que ya no quería seguir haciendo.
Y por qué te preocupa tanto a ver, dice Leni, que está perdiendo la paciencia.
Porque Salvador se merece ser mucho más que eso.
Haceme un favor, Mabel, dice Leni que a esta altura ya no la mira a la cara, a mí no me empaquetes. No me digas "Salvador no se lo merece" con voz de ñoña, vamos. Somos pocos...
Leni entra a un bar. Sentante, le ordena y Muv hace caso. Pide un té y una coca cola.
Hablame clarito, nena, dice Leni, vos lo querés a Salvador o no lo querés. Acá no hay mucha vuelta. Se siente o no se siente.
Si lo quisiera más creo que me dolería, dice Muv.
Frase de poster, dejame de joder. La verdad. Decime la verdad.
La verdad es que lo quiero tanto a Salvador, dice Muv empezando a enojarse, que me gustaría ser otra. Para quererlo mejor. ¿Te conforma esa respuesta?
Y no, dice Leni, no me conforma. Esa decitela a vos, cuándo te mirás al espejo y te prometés que nunca vas a ser feliz pero a mí no me la digas.
¿Qué querés que te diga, Elena, que invente cosas que no pienso?
Quiero que me digas que te falta el aire, que no ves la hora de verlo, que desde que decidiste estar con él te sentís más linda, más contenta, más inteligente, yo que sé. Quiero que me digas algo, pero por la positiva, la puta madre que te parió.
Muv se queda callada. Se apoya contra el respaldo de la silla. Toma aire. Una vez. Dos veces, diez veces.
Y no te pongas a llorar, protesta Leni, no llores, a mi no me conmoves con tu llanto autocompasivo. Decime la verdad o voy a creer que no lo querés.
Por mi podés creer lo que se te cante, Elena, dice Muv. Ojalá pudiera decirte todo eso, ojalá pudiera decirte mucho más que eso. Lo que vos queres oir es un parlamento egoísta. Yo no necesito a Salvador para sentirme más linda, ni más inteligente, ni más contenta. Yo no necesito a Salvador. No es una cuestión de necesidad.
¿Se lo dijiste alguna vez? ¿Alguna vez, en todos estos años, te sentaste frente a él y le dijiste que vos no lo necesitás y que lo elegís o lo querés o no sé que mierda sentís?
No, contestó Muv mirando hacia la ventana. Todavía no se lo dije nunca.
La otra revolvió el té, se le iba pasando el enojo pero todavía sentía una especie de furia hacia su amiga.
Entonces, decíselo pronto, Muv. Tomate un tranquilizante, emborrachate, pegate la cabeza contra la pared, pero decíselo. Va a ser la única manera que vos empieces a aprender a no estar sola y que él se entere que te pasa por adentro de ese laberinto que tenés por cabeza.
Muv bajó la vista. Leni se quedó callada.
Te digo esto porque, quiso decir cuándo vio que su amiga no dejaba de mirar la formica de la mesa.
Me lo decís porque me querés, ya sé, terminó Muv, tiene formas raras el querer, parece.
Pasaron un rato calladas. Cuando terminaron de tomar el té y la coca, salieron de nuevo.
En la esquina, compraron unos collares con cuentas de colores pero seguían enojadas.
viernes, febrero 16, 2007
Citas
Desde que Salvador y Muv acordaron ser novios, no dejan de recibir invitaciones.
A tomar café, al cine, a dar una vuelta.
Invitaciones que antes, cuando eran solos o cuando estaban sueltos, pasaban meses antes de aparecer.
La puta madre, dice Muv, colgándo el inalámbrico en la base, durante meses si no salía con vos, no salía con nadie y ahora que estoy con vos, todo el mundo me invita a salir.
Sos tan chota, Muv, dice Salvador, mirá si es momento para que me digas que yo era tu placebo.
Mejor ahora y no dentro de dos años, contestó.
Ajá, mirala vos. Ahora piensa en el futuro. Quién te ha visto y quién te ve, diría tu Oma.
Callate, estúpido, dijo.
Sonó el teléfono.
Dejá, dijo Salvador. Atiendo yo.
Después de escuchar el "hola", cortaron.
miércoles, febrero 14, 2007
Cicatrices
Sólo falta el mar, de fondo. Nos vendría bien el ruido a mar, dice Salvador.
Están casi desnudos. Se tocan las cicatrices mutuamente y con un dedo. Primero, Muv. Pasa el índice por la ceja, por el mentón y la cara interna del brazo de Salvador.
Bicicleta, dice él cuando ella le toca la ceja. Fulbito, cuando le toca el mentón. Pelea a la salida del colegio, lo del brazo.
No sabía que te habías agarrado a trompadas, dice Muv. ¿Con quién?
Con el polaco. Por tu culpa.
Ella se ríe. Se acuerda del polaco. El más rubio de todos los que le dieron un beso.
Él la sacude un poco. Basta, le dice. Basta de qué, dice ella, que continúa riéndose a lo pavo. Basta de pensar en el polaco. Te tengo junada.
Después, la registra. No hay cicatrices en la cara.
Tantos años juntos, dice él, y nunca pude hacer esto hasta ahora. Baja con la cara y con la mano. Una cicatriz finita en la base de la muñeca, una cicatriz vieja, casi ni se ve.
Un accidente doméstico. Fue sin querer, cuenta Muv. Salvador gruñe un poco y sigue revisando. Llega a sus piernas. Nada.
Date vuelta, le dice. Nada. Pecas, lunares. Cicatrices, cero.
Muv queda de espaldas sobre el colchón después de zafarse de Salvador. Se levanta la remera.
Esa cicatriz ya la tengo vista, dice Salvador.
Ya sé. Es la única que tengo.
¿Estamos compitiendo? pregunta Salvador.
Muv dice que no. Salvador recorre la cicatriz con forma de S mayúscula que le parte el cuerpo en dos a Muv, de ida y de vuelta.
Espero que esta S no sea de Salvador.
Yo también, dice Muv y se empieza a quedar dormida.
martes, febrero 13, 2007
Pulpo
Caminaban por la calle de la mano porque desde que claramente son novios caminan de la mano. Iban peleando, un poco de verdad, otro poco de mentira, acerca de a quién le tocaría esa tarde ir hasta lo del chino por los víveres.
Se decían cosas para ellos terribles pero muertos de risa, del estilo: Te toca a vos porque sos el pichi que vino al pie ó vos tenés que ir porque si me pongo a pensar un poco, deshago todo lo que hice.
Mientras esperaban para cruzar la avenida, una mano se le metió en el bolsillo trasero del pantalón a Salvador y dijo cuándo pensás volver a llamarme?
Salvador se dio vuelta sobresaltado. Muv miró a la chica que tenía su mano dentro del bolsillo del pantalón de Salvador con cara de asombro.
Ay, qué hacés Muv, dijo la chica, siempre juntitos ustedes dos.
La chica hablaba rápido y agudo, se movía como conectada a 22o y no dejaba de mirar a Salvador a los ojos.
Pará, Jimena, dijo Salva, mirá. Y le mostró que Muv y él iban por la calle de la mano.
¿Qué me mostrás? Estás con tu amiga, ya sé. Cuántas veces los ví. Si yo nunca estuve celosa de Muv.
Muv miraba a uno y a otro. Esperó a que Salvador le explicara la situación a Jimena, que Jimena dejara de tocarlo intermitentemente: la cara, el hombro, la remera, la hebilla del cinturón, todo mientras hablaba, como un pulpo, con mil brazos, hasta que agarró la mano libre de Salvador entre sus dos manos.
Entonces, Muv se liberó de la primera mano ocupada de Salvador. Salvador la miró. No te vayas, le dijo. No me voy, contestó Muv.
Se paró al lado de Jimena, se midió. Era más alta. La volvió a mirar, ante la cara desencajada de Salvador y le dijo:
Querés ir al chino por nosotros, Jime? Salvador y yo tenemos mucho que hacer y necesitamos a alguien con tantos brazos para que vaya a comprar.
Jimena sonrió. Quiero que me llame, contestó con voz de nena. Es malo, no me llama nunca.
Y no te va a llamar, contestó Muv empujándola un poco hacia atrás, es un pacto que tenemos desde que nos pusimos de novios.
Salvador largó una carcajada. Jimena retiró las manos. Muv empezó a caminar.
lunes, febrero 12, 2007
Teléfono
Eran las cuatro cuándo sonó el teléfono. Salvador estaba tirado sobre el piso, cerca de la ventana y entraba un viento agradable. Muv leía el horóscopo de la revista del domingo. Y sonó el teléfono.
Salva siguió como estaba. Muv decidió no levantarse. Que atienda el contestador, dijo.
Silbido y Hola Muv, soy Juan Pablo, quedamos en vernos este fin de semana pero no tengo noticias tuyas. Llamame. Clac. Y después, el tono de ocupado.
Salvador se apoyó el antebrazo en los ojos.
Me imagino que todo esto, ahora, se terminó, dijo y esperó una respuesta.
Después lo llamo, dijo Muv, no tiene la menor importancia.
Apoyó su cabeza en el muslo de Salvador.
Si no tiene la menor importancia, no lo llames, le dijo, para qué lo vas a llamar.
Para decirle que no vamos a salir, para eso, contestó ella que en ese momento no se dio cuenta que el estatuto de Salvador, a partir de la noche anterior había cambiado.
Pará, dijo él, ¿cómo va a ser esto? No me salgas con esas pavadas de relación abierta, vínculo free y demás gansadas. Yo quiero una cosa a la antigua. Si vos sos mi novia, sos mi novia y de nadie más. Si querés ver a alguien, yo te acompaño pero nada de andar organizando salidas con gente que no tiene importancia, mientras yo, que soy la importancia hecha persona, me quedo mirando televisión en mi casa.
Muv bufó, se puso de pie y estiró la mano. Arriba, le dijo, levantate.
El se paró frente a ella. La miró a los ojos.
¿Quién es el que tiene miedo ahora?, preguntó.
Yo. Ahora el que tiene miedo soy yo.
domingo, febrero 11, 2007
Sol
Se despertó y no había amanecido. Tanteó en la cama para asegurarse que no lo había soñado. El brazo sobre el que dormía era el de Salvador. Y aunque no era la primera vez que dormían juntos y mucho menos la que dormía con alguien, esta vez se sintió una mujer recién inaugurada.
Me había olvidado cómo era acostarse con alguien que uno quiere, pensó.
Estaba contenta. El nudo en la garganta, el ardor en el estómago habían desaparecido, sentía los músculos faciales relajados.
Se levantó despacio, intentando no hacer ruido ni movimientos bruscos. Se sentó al borde de la cama, a mirar, con ojos de primera vez, a Salva que dormía.
¿Cómo puede ser que nunca me haya dado cuenta que Salva era tan alto? se preguntó. ¿Qué estaba mirando? ¿Qué estuve mirando todo este tiempo? ¿Qué se hizo del miedo que sentí todo este tiempo?
Por la ventana empezaba a asomar la luz. Siguió atentamente el ritmo de la respiración de Salvador. Vio como la sábana se pegaba al contorno de su cuerpo.
Volvió a acostarse. Acercó la cara hacia Salvador, lo más próximo que pudo. Siguió mirándolo. La forma de las cejas, el mechón de rulos que se desparramaba por la frente, la forma de la patilla. Cruzó su brazo sobre el abdomen de Salva. Apoyó el oído en su pecho y creyó escuchar el bomp-bomp de su corazón. Levantó la cabeza, después de un rato y volvió a mirarlo.
Si me seguís mirando así, me vas a atravesar con la vista, Muv, y mañana me voy a levantar agujereado, dijo Salvador sin abrir los ojos, no soy un espejismo. Estoy acá.
Salvador se acomodó. La abrazó y cruzó una pierna sobre Muv.
No me voy a escapar, pensó Muv, esta vez no me escapo, y se apretó fuerte contra él.
Se quedó dormida cuándo el sol ya estaba bien arriba. Cuando Salvador se despertó, estuvo un rato largo mirándola dormir.
sábado, febrero 10, 2007
Abrazo
Cuando Salva volvió de la calle, Muv seguía parada en el mismo lugar. Salvador caminó hasta ella, la agarró de la muñeca y la sentó, al lado de él, en el sillón del living. Estuvieron sentados uno al lado del otro, con la espalda derecha sobre el resplado del sillón.
Muv se cruzó de brazos. Salvador apoyó el codo derecho sobre el apoyabrazos y descanso su cabeza sobre la palma de la mano.
Bueno, dijo Muv, no sé a vos pero a mí, estos últimos dos días me mataron.
No te movés de ahí, contestó Salvador, no vine hasta acá a esta hora, a pasar este mal momento para que vos salgas corriendo. Nosotros teníamos que hablar esta noche. Y vamos a hablar, aunque sea la última vez que hablemos.
No te pongas dramático, Salvador. Si empezamos así, vamos mal, dijo Muv.
Salvador se acomodó en el sillón y quedó mirándola.
No estás en posición de poner condiciones, Muv. Y yo estoy tan enojado, que todo lo que pensé siempre que te diría de la mejor manera en la situación ideal, me va a salir de la peor forma. Ves cómo sos. Pero no me importa, porque te lo digo esta noche o no te lo digo nunca más.
Muv se alejó un poco. Bufó. Se metió la mano en la boca y empezó a morderse el pellejo del costado del indice.
No sé qué es lo que tenemos que decirnos, dijo en media lengua, está todo claro. No hay nada que decir, me parece. Hay que hacer algo. Y yo no sé si me animo a hacerlo.
Salvador volvió a su posición inicial y ahora, fue él el que se cruzó de brazos.
Bueno, mirá: yo no te voy a salir con ninguna cosa del estilo comedia romántica. Como vos decís, no hay mucho para decirse porque todo está a la vista y porque habría que ser ciego o estúpido para no darse cuenta. Lo que digo es que ya estoy viejo para jugar, estoy cansado para perseguirte y no puedo seguir haciendo de cuenta que no pasa nada. Lo único que quiero es que nos apuestes una ficha. Una oportunidad. Una sola y única oportunidad para probar si nos sale bien. Ni siquiera quiero que las cosas cambien demasiado. Quiero lo mismo, pero lo quiero mejor.
Muv se levantó del sillón. Caminó por alrededor del living mirando el suelo.
Necesito más tiempo. Está pasando justo lo que quise evitar desde que me di cuenta.
Desde que te diste cuenta de qué, preguntó Salvador, parándose y acercándose a ella. Decime, Muv, yo necesito escuchar, intentó convencerla cambiando el tono.
Yo no sé hacer bien esto, pensó Muv. Cada vez que intenté me salió mal, soy una especie de discapacitada para las cuestiones de pareja y vos sos tan importante, Salvador, tan importante que no quiero arruinarlo todo. No quiero que te levantes un día y veas el desastre que soy, que convivas con ese desastre y te arrepientas de todo.
Muv, ya nos conocemos tanto, dijo Salvador, esto tendría que ser algo natural, alegre. No siempre todo es para sufrir. Decime de qué te diste cuenta.
No puedo. No me sale, respondió Muv que retrocedió dos pasos hasta chocarse contra la pared.
El roce con la pared la sobresaltó. Salva se acercó. Se sintió acorralada y esta vez, casi sin proponerselo o mejor, sin pensar demasiado al respecto porque no tenía escapatoria, se abrazó a Salvador, con un nudo en la garganta. Sintió el abrazo demasiado apretado y pensó que Salvador estaba aprovechando la oportunidad. Pero no. Era ella. Cuándo se dio cuenta, se puso a llorar. Desconsoladamente.
Muv se cruzó de brazos. Salvador apoyó el codo derecho sobre el apoyabrazos y descanso su cabeza sobre la palma de la mano.
Bueno, dijo Muv, no sé a vos pero a mí, estos últimos dos días me mataron.
No te movés de ahí, contestó Salvador, no vine hasta acá a esta hora, a pasar este mal momento para que vos salgas corriendo. Nosotros teníamos que hablar esta noche. Y vamos a hablar, aunque sea la última vez que hablemos.
No te pongas dramático, Salvador. Si empezamos así, vamos mal, dijo Muv.
Salvador se acomodó en el sillón y quedó mirándola.
No estás en posición de poner condiciones, Muv. Y yo estoy tan enojado, que todo lo que pensé siempre que te diría de la mejor manera en la situación ideal, me va a salir de la peor forma. Ves cómo sos. Pero no me importa, porque te lo digo esta noche o no te lo digo nunca más.
Muv se alejó un poco. Bufó. Se metió la mano en la boca y empezó a morderse el pellejo del costado del indice.
No sé qué es lo que tenemos que decirnos, dijo en media lengua, está todo claro. No hay nada que decir, me parece. Hay que hacer algo. Y yo no sé si me animo a hacerlo.
Salvador volvió a su posición inicial y ahora, fue él el que se cruzó de brazos.
Bueno, mirá: yo no te voy a salir con ninguna cosa del estilo comedia romántica. Como vos decís, no hay mucho para decirse porque todo está a la vista y porque habría que ser ciego o estúpido para no darse cuenta. Lo que digo es que ya estoy viejo para jugar, estoy cansado para perseguirte y no puedo seguir haciendo de cuenta que no pasa nada. Lo único que quiero es que nos apuestes una ficha. Una oportunidad. Una sola y única oportunidad para probar si nos sale bien. Ni siquiera quiero que las cosas cambien demasiado. Quiero lo mismo, pero lo quiero mejor.
Muv se levantó del sillón. Caminó por alrededor del living mirando el suelo.
Necesito más tiempo. Está pasando justo lo que quise evitar desde que me di cuenta.
Desde que te diste cuenta de qué, preguntó Salvador, parándose y acercándose a ella. Decime, Muv, yo necesito escuchar, intentó convencerla cambiando el tono.
Yo no sé hacer bien esto, pensó Muv. Cada vez que intenté me salió mal, soy una especie de discapacitada para las cuestiones de pareja y vos sos tan importante, Salvador, tan importante que no quiero arruinarlo todo. No quiero que te levantes un día y veas el desastre que soy, que convivas con ese desastre y te arrepientas de todo.
Muv, ya nos conocemos tanto, dijo Salvador, esto tendría que ser algo natural, alegre. No siempre todo es para sufrir. Decime de qué te diste cuenta.
No puedo. No me sale, respondió Muv que retrocedió dos pasos hasta chocarse contra la pared.
El roce con la pared la sobresaltó. Salva se acercó. Se sintió acorralada y esta vez, casi sin proponerselo o mejor, sin pensar demasiado al respecto porque no tenía escapatoria, se abrazó a Salvador, con un nudo en la garganta. Sintió el abrazo demasiado apretado y pensó que Salvador estaba aprovechando la oportunidad. Pero no. Era ella. Cuándo se dio cuenta, se puso a llorar. Desconsoladamente.
viernes, febrero 09, 2007
Café
Mientras Muv preparaba café para tres, Ramiro se sentó cerca de Salvador, en el sillón del living.
No hizo más que hablar de vos, le dijo, a lo mejor queriendo tranquilizarlo, en voz baja.
Yo no tengo nada que escuchar de lo que vos digas, contestó Salvador, ni siquiera sabía que estabas acá. De haber sabido, no venía a esta hora. Venía antes.
Ramiro se sonrió.
Todavía tenemos nuestra famosa diferencia, no? le preguntó en el mismo tono.
A vos qué te parece, respondió Salvador, levantándose y caminando hacia la cocina.
En la cocina, Muv guardaba el tarro de café en la alacena y cuándo lo vio llegar, se sorprendió.
Te escuché, le dijo a Salva, lo llamé yo. Yo lo invité. No te enojes con Ramiro. Enojate conmigo.
De todos los nombres que hay en tu agenda suplente, tuviste que elegir a este que se las tomó sin decir buenas noches de buenas a primeras y al que te quedaste esperando un año. Todavía me acuerdo la noche que volvió y te hizo el novio. Una semana duró y se las volvió a tomar.
Y cuándo me enteré que tenía otra novia y que estaba a punto de casarse, me metí en la cama por un mes y dejé de comer, recordó Muv.
Me dan ganas de matarte, le dijo Salva, arrugando y estirando un repasador mientras hablaba.
Muv se quedó callada.
No hice más que hablar de vos, dijo Muv y se le llenaron los ojos de lágrimas. No sé qué vamos a hacer.
Yo sí, dijo Salvador y salió de la cocina, llegó al living y sonrió.
Gracias por venir, Ramiro. Muv y yo tenemos mucho que hablar y agradeceríamos mucho que te fueras a tu casa porque lo que tenemos que hablar es importante. Sin rencor, todo bien, eh.
Muv estaba parada detrás de Salvador. Lo miró como si fuera la primera vez que lo miraba. Lo vio más alto, más grande, con una decisión al hablar que no le conocía.
Ramiro miró a Muv que miraba a Salvador, mientras Salvador se acercaba lentamente, decidido a abrirle la puerta.
¿Qué hago? le preguntó Ramiro a Muv.
Te llamo y hablamos, Rama, dijo Muv. Gracias por venir.
Muv no despegó los ojos de Salvador mientras le habló a Ramiro.
jueves, febrero 08, 2007
Ovillo
Salvador llamó dos veces, la noche del miércoles, a la casa de Muv. Las dos veces, lo atendió el contestador automático de la telefónica, pidiéndole que dejara un mensaje.
Dio una vuelta alrededor de toda su casa. Dijo: esto no da para más. Y lo repitió: Esto no da para más.
Se puso una remera. Pensó en caminar las cuadras que separan su casa de la de ella. Entrar al edificio con su llave. Subir al ascensor, abrazando una botella de vino. Bajar. Tocar el timbre. No, no tocar el timbre. Sí, mejor tocar el timbre y esperar que le abra.
Una vez que le abriera, sin darle demasiado espacio para correr, preguntarle tranquilamente: ¿Qué vamos a hacer?
En el mejor de los casos, Muv contestaría algo como: jugamos un partido de canasta o alquilamos una peli, aún sabiendo que ya pasaba de graciosa a descortés.
Y después de esa reacción, qué, se preguntó Salvador.
Estoy cansado. Estoy viejo para esto. El jueguito del gato con el ovillo a los veinte estaba bien. Pasados los treinta, es para hacerse tratar. Además, ella ocupa todo. Todo. No hay rincón de mi puta vida en el que no esté presente Muv pero no se mueve. Está entronizada. Y yo como un boludo, esperando. ¿Cuándo empecé a esperarla? ¿Qué es lo que estoy esperando?
Gansa. Como si ella sola tuviera miedo. Siempre pensando que para mí es más fácil, que yo me río, no me hago rollo. Boluda. Lo que yo tendría que hacer, es, no sé, engancharme a la recepcionista del laburo. Eso tendría que hacer. Salir con esa mina, sentirme bien, coger hasta quedarme sin aire y a Muv que la cure Lola, macho, se dijo frente al espejo.
Al final, soy el trapo de piso. Porque conmigo duerme, sale, come pero a la hora de coger, se va con el más pelotudo de la cuadra. Y lo peor, lo que me revienta, lo que me saca de quicio es que ni siquiera le importa porque sabe, ella sabe que se va con el más pelotudo y que acá me quedo yo, el boludo, el paño de lágrimas, la reserva. El hermanito, el amigo, el compinche, la mascota, el peluche y la puta que me re parió.
Esto se terminó. Y se terminó hoy.
Salió del edificio furioso. Dio dos vueltas a la manzana antes de emprender camino. Apretaba los puños y pisaba con fuerza.
Llegó antes de darse cuenta que había llegado. Abrió la puerta. Subió al ascensor. Esperó que llegara al piso de Muv, golpeando tac tac tac con el talón de la zapatilla contra el suelo. Cerró las dos puertas haciendo ruido. Pensó en entrar con su llave pero tocó el timbre. Muv tardó en preguntar quién es. Salvador solo contestó: Yo, Salvador.
Esperó que le abriera semi desnuda, con la pintura corrida y el pelo enmarañado. La conozco, la conozco, cómo la conozco, se dijo.
Cuando abrió la puerta, vestida y peinada, lo miró asustada. Qué te pasó, le dijo invitándolo a pasar, son las tres de la mañana, qué te pasó.
No me atendés el telefóno, le respondió, mirándola de frente a los ojos.
Vino Ramiro, contestó Muv, pasá. Justo hablábamos de vos.
miércoles, febrero 07, 2007
Casi
Antes de que sonara el portero eléctrico, Muv se bañó, se perfumó y se vistió con más cuidado que siempre.
Eligió un vestido verde seco y se pintó la boca de un rojo fuerte que no le gustó para nada. Se pasó la mano por la boca cuidando de no hacer un desparramo de pintura por el resto de la cara y la boca le quedó un poco colorada pero no tanto.
Desconectó el teléfono.
Se miró las manos. La insistencia de Salvador había logrado su cometido. Hacía un mes que no se comía las uñas y sus dedos estaban cercanos a parecerse a los de cualquier humano promedio.
No sé para qué me preparo tanto, pensó, si ya nos conocemos. No tengo que darle una buena impresión. Estoy tarada.
Pero de todas formas, volvió a acomodarse el flequillo, sonrió y notó que le brillaban los ojos.
Sin dudas, dijo, estoy tarada.
Sonó el timbre y reconoció el ritmo como si lo hubiese escuchado ayer. Dos timbrazos cortos y seguidos y la voz en el auricular que decía hola, estirando la a final.
Bajo, dijo Muv y se estiró el vestido y se miró por última vez frente al espejo. Respiró profundo y camino con paso firme y una tranquilidad sospechosa.
Antes de bajar de ascensor, corrigió la postura y sonrió. Asomó la cabeza y saludó con una mano.
Abrió la puerta y se abrazaron.
Hola Rama, tanto tiempo, dijo Muv todavía sonriendo.
Ramiro se acomodó en un hueco de su cuello y dijo sí, mucho tiempo.
Subieron al ascensor y Muv empezó a hablar fuerte y rápido, como nunca habla, y dijo que todavía vive ahí, que sí, que no se mudó y que qué boluda, que Ramiro ya se había dado cuenta si estaba ahí. Ramiro se rió.
Entraron al departamento.
Después de mirar todo, reconociendo el terreno, Ramiro volvió a abrazar a Muv.
¿Qué te pasó? le preguntó, ¿qué te pasó para que te decidieras a llamar después de cinco años?
Te extrañaba, dijo Muv, largó una carcajada y se despegó del abrazo. ¿Qué tomás? preguntó.
Se miró las manos. La insistencia de Salvador había logrado su cometido. Hacía un mes que no se comía las uñas y sus dedos estaban cercanos a parecerse a los de cualquier humano promedio.
No sé para qué me preparo tanto, pensó, si ya nos conocemos. No tengo que darle una buena impresión. Estoy tarada.
Pero de todas formas, volvió a acomodarse el flequillo, sonrió y notó que le brillaban los ojos.
Sin dudas, dijo, estoy tarada.
Sonó el timbre y reconoció el ritmo como si lo hubiese escuchado ayer. Dos timbrazos cortos y seguidos y la voz en el auricular que decía hola, estirando la a final.
Bajo, dijo Muv y se estiró el vestido y se miró por última vez frente al espejo. Respiró profundo y camino con paso firme y una tranquilidad sospechosa.
Antes de bajar de ascensor, corrigió la postura y sonrió. Asomó la cabeza y saludó con una mano.
Abrió la puerta y se abrazaron.
Hola Rama, tanto tiempo, dijo Muv todavía sonriendo.
Ramiro se acomodó en un hueco de su cuello y dijo sí, mucho tiempo.
Subieron al ascensor y Muv empezó a hablar fuerte y rápido, como nunca habla, y dijo que todavía vive ahí, que sí, que no se mudó y que qué boluda, que Ramiro ya se había dado cuenta si estaba ahí. Ramiro se rió.
Entraron al departamento.
Después de mirar todo, reconociendo el terreno, Ramiro volvió a abrazar a Muv.
¿Qué te pasó? le preguntó, ¿qué te pasó para que te decidieras a llamar después de cinco años?
Te extrañaba, dijo Muv, largó una carcajada y se despegó del abrazo. ¿Qué tomás? preguntó.
Lo que quieras. Lo que tomés vos, respondió y Muv recordó que a Ramiro siempre hubo que decidirle todo.
Ramiro puso música. La música que bailaban siempre. Bailaron un rato y bailaron hasta llegar al dormitorio. No cenaron.
Ramiro puso música. La música que bailaban siempre. Bailaron un rato y bailaron hasta llegar al dormitorio. No cenaron.
Muv estuvo contenta. Bueno... casi contenta. Muv nunca supo como ponerse contenta del todo.
Miércoles
Salió corriendo después de desayunar para no darle tiempo a Salva a ponerse serio. Le dio un beso como siempre, le dijo "después hablamos"y salió disparada hacia su casa.
Caminó las doce cuadras como si la estuvieran persiguiendo. Abrió la puerta y entró al edificio tan rápido como pudo y después de esperar el ascensor por un par de minutos, subió a las zancadas la escalera. Cuando colgó la llave, tenía la respiración acelerada. Se miró al espejo y se vio cara de haber visto un fantasma. Eran las ocho de la mañana.
Revolvió el cajón de la mesa de luz buscando la agenda suplente. La encontró y la revisó.
En esa agenda tiene los teléfonos de algunos hombres que vió alguna vez. No son tantos. Un poco más de una decena. Cerró los ojos y apuntó con el dedo a una letra en el índice. E. Ezequiel.
Tuvo que hacer memoria. No recordaba si Ezequiel era el que le contó la historia de su vida en una noche de invierno o el rubio medio lavado que se cruzaba de piernas y de brazos mientras exponía su tesis sobre Brecht para recibirse de "dramaturgo". Descartó a Ezequiel -quién quiera que fuese - y a la letra E.
Volvió a cerrar los ojos.
R. Ramiro. No tuvo que pensar mucho para recordar a Ramiro. Todavía, después de unos cinco años, quedaban cosas de Ramiro en su casa: un sello de madera traído del Museo Británico, un caleidoscopio comprado en Plaza Francia. El primer disco de Portishead, regalo del tercer mes de vivir juntos, dedicado por él para ella: "Render your heart to me. All mine you have to be. R."
Se levantó y buscó el disco. Se dió unos golpes suaves en la cabeza con la caja.
Lo llamo, dijo.
No, mejor no, se contestó.
Sí, lo llamo, se dijo en voz alta, desafiante. Ahora lo llamo.
Se sentó frente al telefono y creyó que era muy temprano.
No lo llamo, no lo llamo, no lo llamo.
Sí, lo llamo a las diez. Ahora tomo café. Después pongo el lavarropas y me baño. Y me hago un baño de crema. Sí, todo eso voy a hacer.
A las once de la mañana, volvió a mirar el teléfono y llamó. La atendió el contestador que decía que ahora no podían atenderla - era la voz de una señora centroamericana- que dejara su mensaje después de la señal y el beep que la asustó.
Rama, soy Muv. Y te llamaba porque....
Levantaron el teléfono. La voz era familiar y decía hola, hola con velocidad.
Pensé que ibas a cortar, dijo Ramiro, hola, tanto tiempo.
Hablaron un rato de pavadas, las familias de ambos, el trabajo, el clima. Ramiro preguntó por Salvador. Muv dijo que estaba bien, todo bien, por suerte.
Todavía no..., quiso preguntar Ramiro.
Es mi amigo, dijo Muv y del otro lado escuchó la carcajada de Ramiro.
Todavía no te mudaste, iba a decir, le aclaró.
Ah, no, dijo Muv y se quedó muda.
Me gustaría verte. ¿Tenés ganas de verme? preguntó Ramiro.
¿Querés venir a cenar? preguntó Muv.
Dale. A las diez estoy por ahí.
Hablaron otro bloque de trivialidades y cortaron.
Cuándo Muv colgó el teléfono, suspiró aliviada. Salvador tampoco iba a poder hablar en serio la noche del miércoles y ella había hecho algo que le mantendría la cabeza ocupada los próximos seis meses. Igual que la vez anterior que decidió llamar a Ramiro para escaparse de Salvador.
martes, febrero 06, 2007
Aire
Esta mañana mintieron a duo. Desde la ventana se veían a unos chicos sin remera y a una mujer, canosa, de pelo corto, apantallandose con el folleto de ofertas del supermercado de enfrente. Anoche tuvieron la idea, mientras esperaban al delivery con la pizza.
Mañana no vamos a trabajar, dijo Salvador, llamamos y decimos que tenemos fiebre o baja presión.
Claro, y con el visitador que hacemos, intentó preguntar Muv.
Fácil: si decimos fiebre, recién tomamos una aspirina. Si decimos baja presión, le echamos la culpa al calor. Es fácil. Mañana no vamos.
Después, llegó el delivery y dejaron enfriar la pizza. Hablaron poco y Muv se quedó a dormir en lo de Salva, por el aire acondicionado.
Sólo por eso me quedo, le dijo Muv, por el aire. Y Salva dijo que si dos veces con la cabeza, como diciendo claro, claro.
Durmieron en la misma cama. Siempre duermen en la misma cama cuando duermen juntos y sólo duermen porque para ser amigos es mejor así.
Y al otro día se levantaron, Salvador llamó al trabajo de Muv y dijo que estaba con baja presión, que casi no se podía mover y el que atendió solo atinó a responder: decile que se cuide y que cualquier cosa, llame.
Ahora van a pensar que estoy embarazada, dijo Muv, me voy a pasar un mes explicando que no es así.
Joderse, dijo Salva, eso te pasa por no querer ir a trabajar. Muv rumió algo en voz baja echándole la culpa, protestando porque es lo que mejor le sale y lo que más le gusta hacer.
Después, Salva también llamó a su trabajo.
Avisale a Leira que no voy. Tengo fiebre, le dijo a la que lo atendió, que me mande el médico si quiere.
Le respondieron que no hacía falta.
Es porque es martes y el martes es un día muerto, dijo Muv, los martes no deberíamos ir a trabajar.
Nunca deberíamos ir a trabajar, salvo que trabajar nos gustara mucho, respondió Salvador y volvió a la cama.
Durmieron hasta las tres de la tarde. Después, pusieron música pero no se levantaron.
Algún día, vamos a tener que hablar en serio, vos y yo, Muv, dijo Salvador.
Sí, algún día.
Hoy. Hablemos hoy, Muv.
No. Hoy no, dijo Muv y tanteó con la mano dónde cayó la almohada.
Hoy, dale. Esta noche.
No. Hoy disfrutemos del aire, dijo y empezó a darle almohadazos a Salva.
Escapate pero de mañana no pasa, le advirtió Salva que con rapidez se comenzó a defender.
Terminaron riéndose a los gritos.
lunes, febrero 05, 2007
Mina
¿No te pasa que a veces te vuelven los sueños de cuándo eras adolescente? le pregunta Muv a Salvador.
A todo el mundo le pasa, le contesta Salvador.
A mí me pasa seguido. Sueño que me despierto y soy esta mina a la que imité tanto cuándo estábamos en el colegio. ¿Te acordás de esa mina a la que me quería parecer cuándo estábamos en el colegio, Salva?
¿Cómo puede ser que no te acuerdes el nombre de la mina a la que te querías parecer? pregunta Salva.
Esto es lo último que faltaba, Salvador, dice Muv. Me respondés con una pregunta. A ver si nos ubicamos. Acá, la mina, soy yo.
viernes, febrero 02, 2007
Criminal
Vos no fuiste siempre así, dice la hermana de Muv, antes eras diferente, no sé, no puedo decir más infantil porque todavía lo sos y uff! si lo sos. Pero antes tenías una cosa, no sé, te reías más, tenías más esperanza, no sé cómo explicarte.
Muv la mira. Piensa qué responderle mientras se sopla el flequillo que está largo y le molesta en los ojos.
Antes era más joven, responde cuando empieza a jugar con una gomita para el pelo.
No me jodas. No sos vieja, todavía, responde la hermana que la mira y le saca la gomita del pelo de los dedos porque la pone nerviosa.
Pero lo seré, de un momento a otro. Un día me voy a levantar y voy a ser terriblemente vieja.
Y amarga, que eso es lo peor, dice la hermana.
También, responde Muv riéndose por la maldad de su hermana.
Pero yo quiero saber por qué, por qué perdiste eso, en qué lugar lo dejaste, dónde hay que ir a buscarlo.
Muv la mira. Reconoce sus pecas, la forma de sus ojos, ciertos gestos en su hermana, como en un espejo que distorsiona poco.
No sé qué querés que te diga, le contesta mientras piensa:¿ qué te voy a decir? ¿que me pudre a veces que la cama sea tan grande? ¿que a veces no me quisieron y otras veces no quise yo? ¿que me rompieron el corazón y que devolví con la misma moneda? ¿que extraño que nadie me rete cuándo como mandarinas y no me lavo las manos? ¿para qué te voy a decir eso?, piensa Muv, quién quiere escuchar eso de alguien, por más hermano que sea; ¿que te va a hacer sentir si te lo digo? ¿lástima? ¿pena? ¿piedad? Paso. Prefiero que sigas pensando que tengo un retraso madurativo emocional, que no encuentro la horma de mi zapato, mi media naranja (cosa que no es del todo mentira) , que todavía no siento cabeza porque me gusta, porque es mejor así, porque tengo fobia al compromiso (y otra cosa que no es totalmente falsa) y porque todas las noches, cuando me voy a dormir me pregunto lo mismo. Y que no te enteres, porque esas no son cosas que saben los familiares, de las veces que me volví un poco criminal, olvidándome de los que estaban conmigo. Prefiero que pienses cualquiera de esas cosas, antes que reconocer en voz alta, algunas de las otras.
No tengo ganas de hablar de esto, dice Muv. Hagamos algo, no sé, salgamos, bailemos, cantemos como cuándo éramos chicas.
Prefiero salir, dice la hermana, antes de escuchar lo desafinada que sos.
Salen. Un poco de aire le viene bien a cualquiera.
Muv la mira. Piensa qué responderle mientras se sopla el flequillo que está largo y le molesta en los ojos.
Antes era más joven, responde cuando empieza a jugar con una gomita para el pelo.
No me jodas. No sos vieja, todavía, responde la hermana que la mira y le saca la gomita del pelo de los dedos porque la pone nerviosa.
Pero lo seré, de un momento a otro. Un día me voy a levantar y voy a ser terriblemente vieja.
Y amarga, que eso es lo peor, dice la hermana.
También, responde Muv riéndose por la maldad de su hermana.
Pero yo quiero saber por qué, por qué perdiste eso, en qué lugar lo dejaste, dónde hay que ir a buscarlo.
Muv la mira. Reconoce sus pecas, la forma de sus ojos, ciertos gestos en su hermana, como en un espejo que distorsiona poco.
No sé qué querés que te diga, le contesta mientras piensa:¿ qué te voy a decir? ¿que me pudre a veces que la cama sea tan grande? ¿que a veces no me quisieron y otras veces no quise yo? ¿que me rompieron el corazón y que devolví con la misma moneda? ¿que extraño que nadie me rete cuándo como mandarinas y no me lavo las manos? ¿para qué te voy a decir eso?, piensa Muv, quién quiere escuchar eso de alguien, por más hermano que sea; ¿que te va a hacer sentir si te lo digo? ¿lástima? ¿pena? ¿piedad? Paso. Prefiero que sigas pensando que tengo un retraso madurativo emocional, que no encuentro la horma de mi zapato, mi media naranja (cosa que no es del todo mentira) , que todavía no siento cabeza porque me gusta, porque es mejor así, porque tengo fobia al compromiso (y otra cosa que no es totalmente falsa) y porque todas las noches, cuando me voy a dormir me pregunto lo mismo. Y que no te enteres, porque esas no son cosas que saben los familiares, de las veces que me volví un poco criminal, olvidándome de los que estaban conmigo. Prefiero que pienses cualquiera de esas cosas, antes que reconocer en voz alta, algunas de las otras.
No tengo ganas de hablar de esto, dice Muv. Hagamos algo, no sé, salgamos, bailemos, cantemos como cuándo éramos chicas.
Prefiero salir, dice la hermana, antes de escuchar lo desafinada que sos.
Salen. Un poco de aire le viene bien a cualquiera.
Pasos
Camina por el pasillo. Cuenta los pasos. Siempre los cuenta. Doscientos doce, desde el escritorio hasta la calle. Avanza los primeros seis pasos y el clac de la cerradura de la puerta del box, lo pone de mejor humor.
¿A quién se le habrá ocurrido poner puertas a cubículos hechos con paneles de tela azul grisada que no llegan al techo?, se pregunta.
Ilusión de intimidad, se contesta y piensa que sería un buen nombre para un soneto o una canción de amor roto. Le da risa.
Setenta y nueve pasos y alguien le palmea la espalda y le desea buen fin de semana, campeón. Gracias, gracias, contesta.
En el paso noventa y tres nota que está caminando demasiado rápido, casi corriendo, se está olvidando de vociferar el "hasta el lunes" que indican las buenas costumbres pero es que ya está ahí, casi llegando, casi afuera. El momento más esperado de toda la semana. Escalera.
Treinta y dos escalones. Casi su edad y arriba de todo, la luz clarita que viene de la calle, el ruido de las voces de los cadetes que todavía llegan a entregar sobres. Pasillo.
Ciento setenta y uno, ciento setenta y dos. Tarjeta magnética y la voz de la recepcionista que pregunta: ¿Planes para el fin de semana? Lo de siempre, contesta él e imagina a Muv hecha un ovillo en el sillón de su casa, comiéndose las uñas y contándole en detalle cómo se cruzo con el ex del tercer puesto, de casualidad en la calle y la forma en que haberlo visto tapando años con reflejos dorados en el pelo y piel bronceada, le amargó el día. Lo de siempre es estar descalzo y tomar cerveza o vino o mate, no importa, pero tomar algo sin remera, olvidándose por dos días de que tiene que comprar una corbata nueva porque la que usa no da más.
Llamame, le grita la recepcionista mientras llega al paso ciento noventa y cuatro y él que se da vuelta, sin dejar de caminar y le dice, que sí, que si se arma algo la llama pero lo dice sin convicción sabiendo que no la va a llamar porque bastante hay con verla de lunes a viernes con sus ojos de gato y sus ansias de profesional forrado de billetes, algo de lo que él está muy lejos.
Doscientos cuatro, doscientos cinco: suena el celular. Ya salgo, contesta.
Doscientos nueve, doscientos diez: el envión a la puerta de vidrio. Aire.
Doscientos once, doscientos doce: vereda.
Autos, árboles, gente que camina, Muv que espera y Salvador que se saca la corbata.
¡Por fin, libertad!, le dice antes de darle un beso.
Se van caminando despacio. Empieza el fin de semana.
Negocio
En la fiesta del sábado, Salvador conoció a una chica.
Al principio, como siempre, Muv trató de desaparecer de al lado de Salvador porque lo primero que le preguntan, cuando la ven cerca, es si son novios o qué.
Inevitablemente, después de recorrer todo el lugar, salir a la vereda a fumar, volver a entrar y pedir algo para tomar, terminó al lado de su amigo que le presentó a la chica.
Muv hizo lo que hace siempre, achinó los ojos y sonrió con cara de "soy la amiga más buena del mundo". La otra hizo un gesto raro, una mezcla entre una sonrisa y un "sí, claro".
Los tres tomaron vino, quizás por cortesía; a lo mejor, porque no había mucho más que hacer.
Después de varias copas, la otra comenzó a soltarse. Bailó frente a Salva. Se le acercó. Cantó y le cantó sólo a él.
Voy a buscar a un amigo, dijo.Salva miró a Muv arqueando los ojos, con cara de confusión.
Hasta que llegaste vos, ni la hora, le cuenta a Muv.
Es el vino, dice ella, a veces, necesitamos unas copas de vino.
La otra fue y volvió con un personaje de anteojos de marco grueso que se creía la gran cosa importada y era apenas una imitación berreta. Querés ir a tomar algo, linda? le dijo, en obvia combinación con la otra, para quitarla de encima de Salvador.
Y dale, le dijo Muv más por intentar que su amigo levantara un poco el ánimo que por otra cosa. El personaje le ofreció un vino espumante de ese que toman las chicas, Muv prefirió un cabernet de ocho pesos que le hizo fruncir la cara al personaje. Conclusión: a los veinte minutos, Muv daba vueltas, sola otra vez por la fiesta hasta que Salva salió a buscarla.
Venís y te quedás conmigo. Y se terminó, le dijo.
Muv obedeció como obedece siempre que le hablan con autoridad. A la otra se le borró la sonrisa cuándo la vió, de nuevo, al lado de Salva. Se pusieron a bailar. Los tres.
Por momentos, mientras saltaban, la otra dejaba de mirar a Salva y le clavaba la vista a Muv que volvía a poner cara de buena, intentando ser amigable o canturreaba la canción casi sin mover los labios.
La chica le cayó mal de entrada. No eran celos ni ninguna de esas cosas estrafalarias que podrían llegar a pensarse. Era otra cosa, como si tuviera un olor rancio, alguna cosa de esas habituales entre mujeres de las que Muv suele escapar.
De sólo verla bailar, Muv reconoció a una de esas chicas que se creen porno stars y terminan siendo productos de Sprayette, que se peinan, se pintan, se visten para otras mujeres y ni siquiera porque les gusten las mujeres sino porque quieren competir con otras, ganarles lo que sea que esté en juego, aunque no haya nada en juego.
Y algo de lo que pensaba, se le debe haber notado porque a Muv todo se le nota en la cara.
La tercera vez que se encontró con la mirada de la otra era una mirada agresiva, casi en pie de guerra. Muv bufó y puso su cara de culo número dos superevidente para que no hubiera una cuarta oportunidad.
Salva, que hacía rato se había cansado de saltar, estaba sentado sobre una mesa, con las palmas apoyadas sobre el filo de la tabla y las piernas separadas. Muv se movía, al lado, ni pegada ni alejada, cruzando un brazo sobre el estómago, sosteniendo el vaso con la punta de los dedos y balanceandose de un lado para el otro.
La otra, escondiéndose en el baile, terminó metida entre las piernas de Salva. Le olfateó el cuello como un cachorro medio desesperado. Deslizó las manos por los hombros de Salva y no recibió a cambio ni siquiera un pellizcón en la mejilla.
Mejor me voy, dice Muv guiñándole un ojo a Salva. No, dijo Salva.
No qué, intervino la otra que entre lo que bailó y cantó y miró y tocó, estaba en otro planeta.
Que no se vaya, le dice Salva, que Muv no se vaya.
Ah, contestó, entonces, la otra con bastante desilusión, no, no te vayas. Quedate. La que se va soy yo.
Y caminó hacia el lado opuesto del lugar, pero antes de desaparecer entre otros bailarines, lo miró a Salva, dándole una última oportunidad.
No hacemos negocio así, Salva, dijo Muv mientras caminaban de regreso a casa. Tenemos que dejar de ir juntos a las fiestas.
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