jueves, marzo 29, 2007

Oveja

El problema no es salir. El problema es volver. Volver a casa, solo, caminando, en bondi o en taxi, pero solo.
Y no es que el problema sea volverme solo sino que el problema es volver sin Muv, dijo cuándo se despedía de Leni. Hasta yo estoy podrido de pensar en ella, sabés, acotó. De preguntarme si ya habrá conocido a alguien, qué estará haciendo, si piensa volver.
Andá a buscarla, dijo Leni. Pedro ya te ofreció la guita. Aceptá.
No tengo nada que ir a hacer a España. Es su decisión. No puedo ir a torcerle el brazo para que vuelva.
Se dieron un beso, después de que Leni intentó consolarlo. Quedaron en hablar. Era de noche.
Se cruzó con un grupo de chicas que iba a bailar y daba gritos agudos por la calle. Las miró. Ninguna le pareció particularmente bonita.
Ahora llego y prendo la tele, pensó.
Mientras esperaba el colectivo, decidió que debería empezar a hacer algo. Lo de trabajar como un perro durante toda la semana, lo estaba hartando. Empezar alguna cosa nueva. Un deporte, un taller de grabado, cualquier cosa que pudiera hacer con las manos.
Cada día tengo más ganas de agarrarme a trompadas con cualquiera, por cualquier cosa, se dijo.
Se subió al colectivo semi vacio. A los veinte minutos, llegó a su casa.
Revisó el contestador. Nada.
Prendió la computadora. Ningún mensaje nuevo.
Revisó la heladera. Vacía. Cerró la heladera dando un portazo.
Se preparó un café. Encendió el televisor. Se sacó las zapatillas y la remera. Se miró al espejo.
Se vio flaco, ojeroso, con la barba crecida.
Qué desastre. Qué desastre.
Entró al baño, decidido. En el fondo del mueble del lavatorio, encontró la rasuradora que en algún momento usaba para arreglarse la barba.
Respiró profundo. Una vez, dos veces. Se le enrojecían los ojos, pero no sentía tristeza sino una especie de impaciencia, de rabia.
Empezó por adelante. Los rulos iban cayendo sobre el lavatorio. Miraba el espejo pero no se veía. Sentía que una especie de viruta capilar se le pegaba a los párpados. La nariz le picaba y a pesar de detenerse, cada dos por tres, para lavarse la cara, parecía no preocuparle más que terminar de esquilarse la cabeza.
Le costó llegar a la parte de atrás pero como no le importaba el resultado de la rasurada, siguió pasando la máquina con la única guía de la mano libre.
Después, miró el espejo y no se reconoció en la imagen. Se le apareció un hombre diferente. Mayor al que veía habitualmente.
¿Qué estuviste haciendo todo este tiempo? se preguntó.
Sonó el teléfono.



miércoles, marzo 28, 2007

Sabor

No supo cómo pasó. Caminaban por la Calle de la Cebada, de regreso al hotel.
No recordaba haber dado ninguna clase de señal clara y a lo mejor fue eso. Decir no, claramente, en voz alta, hubiese sido bueno.
Sólo recordaba dos botellas de cerveza y un shot de vodka pero había aprendido a no echarle la culpa al alcohol en estas situaciones. Conocía el procedimiento. Algo sucedía, una mirada, un gesto, un roce y después, era sólo ceder. Así había vivido dos años, antes de Salvador, y según parecía, volvería a eso, después de él.
Estaba apoyada sobre la pared de una casa de puerta angosta y larga con llamador. El gringo le besaba el cuello. Ella con los brazos colgando no hacía nada. Ni por tocarlo, ni por alejarlo.
Estaba ahí. El cuerpo. Sólo el cuerpo y los ojos cerrados. Intentaba no pensar. No hacerse ninguna imagen mental sobre lo que estaba pasando. Si algo le había hecho bien durante los últimos dos días, había sido no plantearse absolutamente nada. "Dejar fluir" le había dicho su psicoanalista en la última sesión: "Ocupate en dejar fluir las cosas"
Y en eso estaba cuando el bigote le hizo cosquillas sobre la piel de la cara. Los dedos que le acariciaban el cuello le resultaron demasiado ásperos. Ni siquiera el olor del gringo le resultó cómodo.
Algo pasó cuando recibió el primer beso. Los ojos cerrados, los brazos colgando y el beso que llegó no era el que esperaba. El que había guardado en la memoria. Esperaba una boca acolchonada y suave y se encontró con dos labios rígidos y demasiado agresivos para su gusto.
Pero si algo la hizo volver a la realidad fue el sabor del beso y no porque fuera desagradable, sino que no correspondía al sabor que conocía y que, ahora sabía, había traido puesto desde Buenos Aires a Madrid.
Mejor no, dijo Muv, separándose del gringo y moviéndose de la pared.
Ia, dijo el gringo haciendo sonar el cuello y respirando profundo.
No da, pensó Muv, pero cómo te lo digo. Cómo te explico que todo bien, que sos la única persona que conozco en Madrid, pero que yo no vine hasta acá para esto.
Yo acompaña Muv a hotel, dijo gringo y cuando Muv intentó negarse, con un ademán dio por terminada la conversación. Chica anda.
A pesar de que casi no hablaban, Cristo intentó que la caminata fuera agradable mientras silbaba La vida en rosa y Muv le hacía gestos de "chiflas muy mal"
Mañana Thyssen Bornemisza, dijo el gringo en la puerta del hotel. En Antonia de Modigliani. A cuatro horas. Si chica quiere.
Bueno, dijo Muv y se despidió con la mano mientras entraba.
Cristo la tomó de un brazo. Le dió un beso alla española y después le dijo:
Muv, llama amigo de Cristo mañana. Cristo no vive ahí. No miedo. No.
Muv agradeció moviendo la cabeza. Tenía la tripa hecha un nudo y por primera vez, le dieron ganas de llorar. Y de volver.
Esa noche volvió a llamar por teléfono a Buenos Aires.




Tapas

A las ocho bajaba del ascensor del hotel dejando un camino de perfume a su paso. Se había pintado las pestañas y por primera vez, había abandonado lasa zapatillas.
Buscó en el lobby al gringo. Lo encontró cerca de la puerta, con la novedad de los pantalones largos.
Se acercó. Le tocó el brazo.
Hola, dijo.
Hola chica. Qué bonito, respondió el gringo y la besó, una vez en cada mejilla.
Vamos, preguntó Muv.
Andá, dijo el gringo.
Caminaron unas cuadras.
¿Cuánto hace que chica duerme en hotel? preguntó el gringo.
Casi dos semanas, respondió Muv mirando el suelo mientras caminaba.
Mucho dinero. El puede llevar chica a sitio menos expensiv.
Muv movió la cabeza. Todavía guardaba la dirección y el teléfono de los parientes del abuelo, que la Oma le había dado con las fotos y la plata.
Gracias, dijo Muv, por ahora prefiero...
El gringo la interrumpió.
Todo legal. Todo legal. Alquila habitazion, y dijo habitación con el acento madrileño. Chica puede averiguar. El acompaña chica. Mañana. Si chica quiere.
Él, no, dijo Muv. Yo.
Sí, usted. Chica, respondió el gringo.
No, dijo Muv y sonrió. Él, y lo tocó en el pecho con la mano, se dice "yo". Chica, y llevó la palma hacia su pecho, Muv. Yo igual a Ai, terminó de explicarle.
Mhm, dijo el gringo. Dificil para él. Para yo.
Muv se rió con una carcajada cortita.
Chica rie por yo, dijo el gringo y guiñó un ojo.
Entraron a un bar. Encontraron dos lugares sobre la barra, en dónde se acodaba toda la concurrencia. Pidieron unas tapas.
Yo sabe hacer reir chica, dijo el gringo. Verdad, terminó de decir afirmando con la cabeza.
¿Qué se sirven los señores? preguntó un hombre, del otro lado de la barra, que en Buenos Aires hubiese tenido un almacén.
Un tapeo para dos, dijo el gringo en perfectisimo español. Y dos cervezas.
Enseguida, dijo el hombre y caminó hacia el fondo del bar.
Brindaron. Tomaron. Muv se rió, el gringo hizo monigotadas.
Chica tiene novio en Buenos Aires, dijo el gringo.
¿Cómo sabés?, preguntó Muv.
Chica ojos tristes, dijo el gringo. Una chica como Muv no va sola Madrid con ojos tristes si no deja novio en Buenos Aires, intentó decir de corrido el gringo y no le salió, pero se hizo entender.
Y vos, preguntó Muv, qué dejaste en Alemania.
Mm, dijo el gringo y se tocó la barba. Divorcio? Divorcio, si?
Sí, divorcio.
Pero él, yo, no tiene ojos tristes.
Ajá, dijo Muv. Mis ojos son así.
Lindos ojos, dijo el gringo y recién ahí, Muv dió un respingo. Calma, calma, se repitió. Es sólo un tapeo. Nada más.
Caminaron hasta el Palacio Real. Miraban cosas. Señalaban. Buscaban en el mapa que Muv llevaba en la cartera. A pesar de las pocas palabras del gringo, se entendían. A pesar de estar en una ciudad ajena, se ubicaban bien.

A pesar de todo, a Muv no se le salía de la cabeza la cara de Salvador.




martes, marzo 27, 2007

Pierna

A lo mejor porque extrañaba mucho, a lo mejor porque la vieja es todo lo que quedaba de Muv en Buenos Aires o a lo mejor, porque a pesar de todo, la vieja es querible, Salvador pasó por lo de la Oma. Tocó el timbre y esperó. Un rato después, la Oma abrió la puerta en camisón.
Hola, ¿Qué te pasa? ¿Estás enferma?
Hola, nene. Me duelen un poco las piernas. Estaba en la cama.
Qué cagada, te hice levantar.
La Oma caminó directo al dormitorio. Salvador la siguió. La casa estaba como siempre pero esta vez no tenía ese aspecto tranquilo que tanto le gustaba. Estaba lúgubre, apagada, como si hubiese estado vacía.
¿Cuánto hace que te duelen las piernas? le preguntó.
Hace unos días empezó. Debe ser el tiempo. Ando cansada, dijo la Oma mientras se metía en la cama con dificultad.
¿Comiste? preguntó Salvador.
Tomé un té con leche con unas tostadas. Sentante, nene. Contame como te va.
Salvador se sentó en el borde de la cama, dijo que le iba más o menos, a veces mejor, a veces peor, pero que con los días se iba acostumbrando a la sensación de extrañar a Muv de 0 a 24.
Ah, yo no me acostumbro, dijo la Oma. Y eso que fui la primera en apoyarla con el viaje pero es como si me hubiesen arrancando un brazo, mirá, le dijo a Salvador. Encima, no llama, no escribe, no nada. Es como si nos hubiese olvidado a todos.
Tu hijo no te viene a ver, aseguró Salvador.
Alfredo llama todos los días, no me puedo quejar. Vos entendés de lo que hablo.
Sí, dijo Salvador. ¿Cuántos días hace que estás en la cama?
Dos o tres, dijo la Oma, pero no todo el día. Cuando me canso, nomás.
Salvador miró la habitación. Se paró y levantó la persiana. Entraba la última luz de la tarde.
Quiero vender la casa, dijo la Oma. Es demasiado grande para mí. No tengo ganas de seguir cuidando las plantas.
No, Oma, si a vos te encantan las plantas. Cómo vas a vender la casa.
Estoy cansada, querido. No tengo ganas de seguir trabajando.
Salvador la miró detenidamente. Los ojos de la Oma estaban enrojecidos.
Me mentís, le dijo, me estás mientiendo, Oma. Vos querés la guita para rajarte a Europa con Muv. ¿Qué les pasa a las mujeres de esta familia? ¿Todas me quieren abandonar?
La Oma largó una carcajada.
¡Qué pavote! Alcanzame el salto de cama, querés, le dijo a Salvador. Si serás mimoso, vos, che. ¿Tomaste la leche?
La Oma caminó hasta la cocina arrastrando las pantuflas. Abrió la heladera, sacó el sachet de leche.
Salvador sonreía. Era la Oma de siempre.
Y los dos eran todo lo que tenían de Muv, en ese momento.





lunes, marzo 26, 2007

Gringo

Había pasado Atocha. Era un mediodía nublado. Caminando recto, siempre. Comenzaba a pasar por el Paseo del Prado cuando el gringo se le acercó.
Como él llega al Prado, dijo.
Muv iba con sus auriculares y la música a todo lo que da. Se destapó un oido para escuchar.
Puede decir como él llega a Museo Prado, repitió el gringo.
Muv sonrió.
Todo recto, dijo y mantuvo la sonrisa mientras indicaba con la mano.
Chica va al Prado, preguntó el gringo.
Sí, contestó Muv. No tuvo miedo del gringo y eso la preocupó. Hacía días que no hablaba con nadie y esta vez, a lo mejor por el solo hecho de no seguir caminando sola, estaba dispuesta a hacerlo.
Chica lleva él hasta el Prado, dijo el gringo. Si chica quiere.
Bueno, aceptó Muv.
Caminaron unos pasos. El gringo se adelantó. Se puso frente a Muv.
Cristo, dijo y estiró la mano para saludarla.
¿Cómo? preguntó Muv.
Él, dijo el gringo tocándose el pecho, Cristo.
Dios me jode, pensó Muv. Dios me jode. Se me caga de risa. El próximo se va a llamar Jesús. Me quiero matar.
Chica como si iama, preguntó el gringo.
Muv, contestó Muv. Sos una genia, Muv. Justo se te da por hablar con uno que habla peor que un chico de dos años.
Mov, dijo el gringo.
Muv, corrigió Muv.
Laik tu muv, preguntó. Anglés mejor para Cristo. Chica habla inglés?
No, dijo y agregó: Como tu muv, sí. Algo así.
Chica no española, aseguró el gringo, volviéndose a parar al lado de Muv.
Argentina dijo Muv y esperó el grito: ¡Maradona! ¡Tango!
Borgues, dijo el gringo.
¿M? preguntó Muv.
Borgues. Escriba, dijo y movió la mano como escribiendo en el aire.
¡Borges! dijo Muv
Sí. Borges. Cristo estudia español aquí. Él quiere ver Arguentinen una vez.
Argentina, dijo Muv.
Argentina, repitió el gringo remarcando el sonido de la g. Cristo aprende rápido.
Llegaron al Prado. Hicieron la fila para entrar. Se quedaron juntos toda la tarde.




Salida

Silvina entra al departamento de Salvador.
Che, cuánto hace que no limpiás, le dijo.
Yo te avisé. ¿Querés algo?, contestó Salvador.
Silvina caminó por el comedor, esquivando ropa, sobres de impuestos, zapatillas, vasos y ceniceros llenos de colillas de cigarillos.
Podrías haber vaciado los ceniceros, por lo menos, reclamó.
¿Por qué? dijo Salvador haciendo un gesto burlón.
Porque venía yo, dijo Silvina desafiandolo con la mirada.
Seh, dijo Salvador. No tuve ganas. Sentate donde puedas. ¿Tomás café?
¿Las tazas estarán limpias? preguntó Silvina.
Ahora las escupo un poco, respondió Salvador.
Mientras esperaba que la cafetera dejara de filtrar, Salvador buscó dos tazas. Eligió las que nunca usaba. Unas que le había regalado su madre, cuando se mudó y que descansaban detras de todas las demás, en la alacena.
Cuando se dio vuelta, Silvina estaba casi pegada encima suyo.
Y cómo te va, le preguntó acariciándole un pectoral.
Mal, contestó Salvador y se sacó la mano de encima. Sirvió el café.
Vamos, dijo.
Apoyó una taza en cada punta de la mesa. Se sentó.
Silvina corrió la taza hasta el lugar más próximo a Salvador y se sentó allí.
¿Por qué te va tan mal? preguntó mientras se sacaba el pelo de encima con un ademán gatuno.
Porque Muv no vuelve, no llama, no escribe, contestó.
Bueno, dijo Silvina, estará haciendo su vida, allá. ¿No se fue a empezar de nuevo? Estará empezando. Conociendo gente, esas cosas. Vos tendrías que hacer lo mismo.
No conocés a Muv. No tenés idea de lo que estás diciendo. Debe estar sola todo el día, caminando y escuchando música. Mirando todo pero sin hablar con nadie. No empezó nada. Se fue por cagona.
Silvina se acercó un poco más. Comenzó a acariciar a Salvador entre los dedos.
No vale la pena que sigas pensando en eso, dijo. ¿De qué te sirve una mina miedosa? Además, una histerica que te tuvo a maltraer veinte años.
Qué sabés, contestó Salvador. No hables de lo que no sabés.
Pedro me contó, dijo Silvina. Me contó todo.
Salvador movió la mano.
Muv es lo único que vale la pena, ahora, dijo Salvador. Si acepté que vinieras hasta acá es porque me pareció que no daba decirlo por teléfono. Entre vos y yo no pasa nada. No va a pasar. Y me arrepiento de lo poco que pasó. Tranquilamente podría haberlo evitado.
Silvina lo miró. Respiraba rápido. Se movió de lugar. Tomó un trago de café.
Al final, eras boludo en serio. Aceptaste que yo viniera hasta acá para decirme esto. No vine a proponerte casamiento, Salvador. Quería coger, entendés. Coger. Si querés hablamos de Muv y yo te cuento mis hazañas. Te convertís en el amigo gay que siempre quise tener. ¡Ah! Cierto que a vos ese papel te sale bien. ¿No fuiste eso para Muv durante mucho tiempo?
Estás hablando de más. Demasiado. Entre vos y yo no pasa nada. No va a pasar nada, dijo Salvador. Y es bueno que te quede claro.
Me hubieses ahorrado el viaje, contestó ella parándose. Es una pena. En dos semanas, te olvidabas de Muv para siempre, conmigo.
Me hubieses ahorrado el discurso, la segunda vez que te dije que no, agregó Salvador. No sabés lo que decís.
Te morís de ganas, le dijo Silvina acercándose.
No, respondió Salvador y también se paró.
Sí, te morís de ganas, pero la sacrosanta Muv puede enterarse y esta vez, irse a Japón. ¿Qué tiene Muv de tan importante? A ver, decime. ¿Qué tiene que todos la extrañan tanto?
Todo lo que te falta a vos, dijo Salvador y camino hacia la puerta.
¡Cómo cambiaste de idea! La otra vez no te pareció que me faltaba tanto, le dijo Silvina con furia.
Te acompaño, contestó Salvador y se acercó a la puerta.







miércoles, marzo 21, 2007

Rebotes

Después de escuchar el mensaje, prendió la computadora. Escribió en el buscador hoteles madrid plaza mayor. La lista de links le pareció infinita.
Es imposible. Nunca la voy a encontrar así, concha de mi madre, se dijo. Caminó hasta el teléfono.
Hola, soy Salvador, dijo cuando la hermana de Muv atendió el teléfono. Clac y tono de ocupado. La puta madre, la puta madre, la puta madre que los parió.
Marcó otro número.
Uh, carajo, no estás. Bueno, Leni, necesito que hables con la madre de Muv y le pidas un teléfono dónde ubicarla. Llamame cuando llegues, dejó dicho en el contestador. Cortó.
Desde hace días no soy más que un puñado de llamados telefónicos, pensó. Es como si estuviera cerrado al vacío. Por más que grito, nadie me escucha.
Pensó un rato. Se rascó la cara. Dijo:
Último recurso. Último recurso y sé que no voy a conseguir nada.
Hola, Oma. Disculpame que te llame a esta hora. ¿Estás cenando?
Escuchó las respuestas mientras buscaba una birome.
No, no pasa nada grave. Estoy bien. Necesito ubicar a Muv. Sos la única que no me corta el teléfono.
Caminó hasta encontrar un papel. Se arrimó a la mesa. Se sentó.
No. No voy a hacer macanas. Necesito hablar con ella.
Empezó a dibujar cubos y flechas hacia adentro y hacia afuera de los cubos. Escribió "Salva" unas cuantas veces.
Tengo que girarle una plata que me prestó, inventó. Siguió escuchando. A medida que escuchaba, se iba poniendo nervioso.
De alguna forma la voy a ubicar, Oma. No me compliques más de lo que estoy complicado. Pasame la dirección.
Se paró. Caminó con el tubo apretado entre la oreja y el hombro; el papel y el lápiz en la mano.
Estoy bien. Trabajo mucho. Entro temprano y me quedo dos o tres horas más. Me lleno de trabajo. Hago todo lo que puedo. Casi no hablo con nadie. Cuando llego a casa estoy tan cansado que todo lo que quiero es dormir pero me acuesto y no pego un ojo. Miro tele hasta las cinco de la mañana cuando, por fin, los ojos se me cierran. Cuando suena el despertador, todo vuelve a empezar. ¿Me das una dirección o un teléfono?
La respuesta le hizo cerrar los ojos. Le hubiese pegado una trompada a la pared pero se contuvo.
Bueno, Oma, no te molesto más. Ya veo como me las arreglo. Sí, cualquier cosa le escribo al mail, ya sé. Un beso. Cuidate.
Cortó furioso.
¡Al mail! ¡Al mail, me dice la vieja! Y lo peor es que es lo único que tengo a mano. La puta que me parió.
Volvió a la computadora. Abrió el correo.
Escribió: Hola, Muv. Escuché tu mensaje. Me gustaría hablar con vos. Por favor, dame un teléfono al que te pueda llamar.
Un beso.
S.
Apretó send.
Ahora a esperar, se dijo.
No pudo esperar mucho. Buscó debajo de la mesa de la computadora, la pelota de goma que rebota contra todo. La hizo picar. Cada vez más fuerte y más y más. Picaba del suelo al techo, del techo al suelo. Dejó que la pelota rebotara sola golpeando todo lo que encontraba a su paso. La siguió detenidamente con la vista. Y cuando el impulso del rebote se estaba extinguiendo, la picó con fuerza por última vez. Cuando la pelota estaba cayendo, la atrapó con la mano, en un movimiento seco.
No puedo seguir rebotando, pensó Salvador. Algo tengo que hacer.



martes, marzo 20, 2007

Desvío

Había caminado, como le habían indicado, todo recto por la Calle de Toledo hasta llegar a la Plaza Mayor. En el camino se metió a un Tabaco. Una tarjeta para llamadas internacionales, le pidió al hombre que la atendió. Pagó 12 euros. Siguió caminando. Cerca de la Catedral de San Isidro Labrador, encontró dos teléfonos públicos. Los miró. Los tatuó en su memoria. Siguió caminando. Entro a la Plaza Mayor por la puerta en dónde estaban los orientales que hacían shiatzu y la heladería de los argentinos que había descubierto uno de los últimos días. Dio una vuelta a la plaza. Miró a todos los turistas. Se sentó en una mesa y tomó una cerveza. Le ofrecieron patatas bravas o paella o pollo al ajillo para acompañar. Dijo que no a todo. La noche se iba cerrando. La gente, los otros turistas, tan turistas como Muv, llegaban en grupos y se sentaban y comentaban y gritaban todo lo que habían recorrido durante el día. Mesas y mesas de cuatro, cinco, siete personas. Parejas que se sacaban fotos. Amigos que se encontraban. Madres e hijos comprando cosas en los negocios de recuerdos.
Y a un costado, solo ella. Sólo Muv. Con su libro y sus auriculares. Tomando de a tragos una cerveza con limón. El libro y los auriculares eran un escudo. Lo único que le hacía de muralla entre los otros y ella.
Antes de pagar, miró a su alrededor. Una europea del este, quién sabe de qué país, tocaba algo en su acordeón. El mozo se colgaba un trapo del hombro y se acercaba con la cuenta.
Aquí tiene. Con descuento especial para turista argentino, le dijo, mientras esperaba que Muv buscase el billete en la billetera.
Tanto se me nota, dijo Muv sonriendo. Pensé que podía disimular.
El mozo se rió. No, no se nota tanto. Es la experiencia.
Recibió el vuelto. Terminó de tomar lo que le restaba en el vaso. Guardó el libro, se colgó la mochila y los auriculares y volvió a caminar en dirección a la Calle de Toledo, para llegar todo recto al hotel a dormir, antes de cambiar de domicilio.
Cuando pasó por la Catedral de San Isidro Labrador, no dudó un minuto. Descolgó el tubo. Marcó el código para comunicarse; después, el número de la tarjeta y por último, el número de teléfono.
Esperó el tono. No escuchó nada. Volvió a empezar. No se preguntó por qué llamaba porque desde hacía días no se preguntaba nada. Hacía lo que le salía, sin darle tanta vuelta al por qué. Si quería caminar, caminaba. Si quería dormir, dormía. Y aunque había tenido la intención de llamar por lo menos media docena de veces, no fue hasta que salió esa tarde camino a la Plaza Mayor, que se decidió.
El segundo intento dio resultado. Escuchó el tono de llamado. Una vez, dos veces, tres veces, clac, el contestador. Escuchó el saludo y la solicitud de nombre y teléfono.
Hola Salva, dijo, espero que estés bien. Ayer me pasé una hora mirando el Guernica en el Reina Sofía. A la entrada de la Plaza Mayor hay unos chinos que se pelean todo el tiempo entre ellos, pero que cuándo pasas te ofrecen hacerte shiatzu. Caminando todo recto, cruzando la Plaza Mayor, llego a la Puerta del Sol. Ya ví la estatua del Oso y el Madroño. Te encantaría el chocolate con churros que venden acá. El domingo fui al Rastro y caminé hasta la Almudena. Es lindo, no me acordaba que se parecía tanto a Buenos Aires.
Se quedó callada un momento.
Te extraño. Un poco. Sí. Un poco. Sobre todo estos últimos días. A lo mejor porque veo algo y me gustaría darme vuelta a señalartelo, o comentarte, después, durante la cena que camino tanto, tanto que creo que me estoy haciendo más petisa.
Volvió a callarse. En la calle, cada vez quedaba menos gente.
Bueno, Salva... que estés bien. No le cuentes a nadie que te llamé. Ya sabés cómo se ponen. Nosotros estábamos mejor cuando éramos sólo nosotros dos. Te mando un beso.
Cortó. Volvió a caminar recto hasta la puerta del hotel.
En Buenos Aires, Salvador terminaba de abrir la puerta cuándo vio la luz parpadeante de mensaje nuevo en el contestador.

lunes, marzo 19, 2007

Desalmado

Sonó el teléfono y Salvador se sobresaltó.
Capaz, pensó, capaz es Muv. Pero no. No era, como no fue ninguna de las veces anteriores.
Era Carolina, la recepcionista de su trabajo. Lo invitaba al cumpleaños de la amiga de una amiga. Necesitaban hombres. Y estando él tan triste, salir le vendría bien.
Al principio, Salvador se negó.
No estoy de humor, no tengo ganas de salir. Pero la chica insistió tanto, tan entusiasmada, tan bien intencionada que sólo por quitársela de encima, porque dejara de ocupar el teléfono, Salvador dijo que sí.
No es nada fá, le dijo Carolina, es una reunión tranquila con música y unas botellitas de vino.
"Botellitas" repitió Salvador y se sintió tan Muv.
Sí, vení. Va a estar bueno. Por lo menos te despejás, le dijo antes de cortar.
Le quedaba toda la tarde por delante. Tenía que llegar cerca de las nueve de la noche. Y no estaba del todo convencido de haber aceptado.
Qué voy a hacer en una fiesta de la amiga de una amiga de la recepcionista del laburo. No voy.
Al rato, mientras miraba qué ropa quedaba limpia, se corrigió.
¿Qué me voy a quedar haciendo acá? Me voy a pasar la noche relojeando el teléfono a ver si suena. Y no va a sonar.
Se hizo la hora mientras daba vueltas. Se puso la peor remera que encontró. No tuvo voluntad de afeitarse.
¡Qué suerte que viniste! le dijo Carolina sonriente y pasandole el brazo por el cuello al saludarlo. Vení que te presento.
Salvador dijo hola mientras escuchó una lista infinita de nombres que no hizo esfuerzo por retener.
Eligió un lugar entre tantos desconocidos. Se quedó parado en una de las esquinas del balcón terraza en dónde estaban todos los fumadores, en su mayoría hombres, que hablaban de esas cosas que suelen hablar los hombres: fútbol, autos, minas. Cada tanto, alguno hacía referencia a alguna película, mientras alguno de los otros acotaba lo buena que estaba la actriz. Salvador los miraba. Escuchaba, acordaba algunas veces, pero no intervenía. Se sentía un dibujo animado. Alguien en dos dimensiones. Como si no fuera él el que estaba ahí, tomando ese vino y escuchando esa charla. Como si anduviera desalmado, como si todo lo que quedaba de si mismo fuera solo una caricatura de lo que fue.
En una mirada panorámica, descubrió un grupo de chicas que se reía a carcajadas. Las miró un rato. Le parecieron demasiado jóvenes o demasiado alegres. Por un momento le hubiese gustado estar con ellas, sentado entre ellas, riendose a lo pavo de cualquier cosa sin importancia.
En eso pensaba cuando Carolina se acercó y se paró a su lado.
Te aburrís, aseguró. Qué podemos hacer para que te diviertas.
Nada, dijo Salvador. Te avisé que ando caído.
Y sí, dijo ella, pero ya que viniste... Voy a buscar más vino.
Salvador la siguió con la vista mientras se iba. Buen culo, pensó, digno de ver.
Alguien dio más volumen a la música. El grupo de chicas muy jóvenes se puso a bailar y a Salvador le pareció que de los veintinco o treinta que estaban ahí, eran las únicas que realmente se divertían.
Carolina volvió con una botella de vino recién abierta. Bailemos, le propuso a Salvador.
Salvador comenzó a moverse en el rincón del balcón en donde estaba parado. Carolina también comenzó a bailar timidamente, acercándose de a poco, mientras lo miraba y le sonreía o le dedicaba alguna parte de la canción.
A medida que Carolina avanzaba hacia Salvador, Salvador se movía. Terminó en el medio de esa improvisada pista de baile, lejos del balcón. Soy un tarado, pensó. ¿Para qué vine?
El vaso de Salvador nunca estaba vacío. Alguien, Carolina, cualquiera, se ocupaba de mantenerlo con vino.
Él miraba todo, veía a todos y se preguntaba para qué estaba ahí. Por qué no estaba dónde quería estar. Por qué no estaba dónde estaba Muv.
Cuándo quieras nos vamos, le dijo Carolina en plena pista de baile.
No, contestó Salvador e intentó suavizar el desprecio con una sonrisa.
Cómo que no, le dijo ella sonriendo. Cuando quieras nos vamos, está todo bien.
No. No, Carolina, no.
Ay, dale, Salva. Está todo bien. Dale. ¿Por qué no? Decime, dale. ¿Qué? ¿Me vas a decir que no te gusto? Dale.
Salvador negó con la cabeza.
Todo bien, pero no. Es mejor así, le dijo. No tengo mucho más para decir.
Dale, Salvador.
No, Caro. No tengo ganas. No quiero.
Carolina lo miró enojada. Y ahora por qué no. Si ya no tenés novia. Por qué no, y le puso una mano en la cintura.
Salvador devolvió la mirada. También apoyó su mano en la cintura de ella. Porque no quiero, porque no da, porque no me voy a acostar con vos. Me voy a acostar con Muv y me voy a despertar y te voy a ver ahí y me voy a querer matar. Y lo único que voy a conseguir es darme cuenta que Muv no está y que estás vos y que vos no existís. Aunque estés ahí. Aunque estés acá, pensó
Pero dijo porque no y dio por terminada la conversación. Se cruzó de brazos, pegó media vuelta y encaró a un pibe que estaba cerca de la puerta para que bajara a abrirle.
Quedate, Salvador, dijo Carolina. Salvador negó con la cabeza. Se llevó dos dedos a la sien y en un movimiento rápido, los acercó y los alejó de su frente.
Caminó unas cuadras a pasos largos y lentos, mirando las veredas. Y caminaba triste pero caminaba tranquilo.
Si tan solo hubiese pensado antes. Un rato antes, dijo y se subió a un colectivo, directo a su casa.


domingo, marzo 18, 2007

Caída

Estaba despierta. La habitación estaba a oscuras. Estiró las piernas y las sábanas le parecieron más suaves. Abrió los brazos. Se dio vuelta. Se abrazó a la almohada. Estaba desnuda. Sintió que alguien le acariciaba la cintura. ¿Dónde estoy? dijo sin abrir los ojos. Estoy tan cansada. ¿Dónde terminé?
Sintió el peso de un brazo sobre su espalda. Unas manos, que le acariciaban la cintura, comenzaron a subir por los costados de su cuerpo. Escuchó una respiración.
¿Salvador? preguntó, ¿Sos vos?
Sh, escuchó. Sh.
¿Salva viniste? ¿Viniste hasta acá?
Sh. Y el peso de ese brazo se convirtió en el peso de otro cuerpo sobre el suyo que apenas la dejaba mover.
Quién sos, preguntó, Salvador no me toca así. Quién sos, dijo desesperándose un poco, estirando los brazos hacia atrás e intentando tocar ese cuerpo que la apresaba. Soltame, alcanzó a decir antes de que las mismas manos que creyó que la acariciaban, llegaran a la mitad de su cuello y comenzaran a apretar.
Volvé a casa, le dijo una voz que no pudo reconocer, que no se parecía a ninguna de las que conocía y al mismo tiempo a todas, mientras la fuerza de las manos comenzaba a aumentar. Volvé a casa. Volvé.
Empezó a sentirse ahogada. Tuvo miedo. El corazón le latía más rápido que todas las otras veces que se había asustado.
Luchó contra esas manos que la ahorcaban. Se oía combatir por conseguir aire, el sonido rasgado y áspero que hacía el poco aire que conseguía cada vez que intentaba zafarse, encontrar una bocanada más, algo que le permitiera deshacerse de esas manos, del peso de ese cuerpo que la apretaba cada vez más contra el colchón.
De alguna forma pudo darse vuelta. No abrió los ojos. Extendió los brazos con fuerza para sacarse a esa voz con peso de encima. No voy a volver, no voy a volver, repitió ahogada.
Rodó sobre el colchón. Un segundo de aire y un golpe en todo el cuerpo. La cara chocando contra una superficie dura. Y la presión sobre el cuello que había desaparecido. Se quedó inmóvil durante un momento. Después se controló lentamente, tocándose el lado sobre el que había quedado apoyada.
Ay, dijo y fue un ay silencioso y lastimero, y otro más y otro y otro.
Con los ojos todavía cerrados, estiró un brazo. Tanteó la mesa de luz, el borde de la cama. Se paró y buscó la llave de la luz.
Se encontró en la misma habitación a la que había entrado unas horas antes. La cama deshecha. Revisó que la puerta estuviese cerrada. La llave colgaba de la cerradura con dos vueltas. La ventana, tan cerrada como cuándo llegó.
Caminó hasta el espejo. Un frutillón le decoraba el lado izquierdo de la cara. El corazón comenzaba a tranquilizarse.
No voy a volver, se dijo, mirándose a los ojos. No voy a volver. Aunque me lo tenga que repetir cada minuto de cada hora de cada día. No voy a volver. Aunque no vuelva a dormir. No vuelvo.
Miró la habitación. Entró al baño a mojarse el golpe. Apenas apoyaba los dedos sobre el pómulo. No sintió ganas de llorar. Aunque me golpee todas las noches, no voy a volver, sabés, le habló al espejo del baño.
Volvió a acostarse. Encendió el televisor. En Galicia, empezaba a llover. En Madrid, hacían diez grados.
Cerró los ojos y dejó la luz prendida. A pesar del sueño y del dolor del golpe, entendió que todavía, aunque estuviera a miles de kilometros, aunque haberse ido y haber llegado fueran las dos mejores decisiones del último tiempo, todo estaba ahí, con ella.




viernes, marzo 16, 2007

Huérfanos

Leni y Pedro habían llegado la noche anterior. Al mediodía habían llamado a la casa de Muv y encontraron un mensaje en el contestador que indicaba volver a llamar pero al número de su casa paterna. Optaron por llamar a Salvador, que contó poco a las apuradas.Vení a casa inmediatamente, dijo Leni.
Pero cómo que se fue, gritó Leni cuando Salvador le contó con poco detalle lo que pasó mientras ella estaba de luna de miel. Cómo dejaste que se fuera.
Hice todo lo que pude, contestó Salvador.
Bueno, como siempre, poco y mal, dijo Leni. ¿No se te ocurrió pedir perdón? ¿No te pusiste de rodillas? ¿No saliste corriendo a pararte delante del avión? No sé. No hiciste nada, Salvador. Nada. Ni una bien. Desde el principio. Ni una bien. A veces, yo no sé, eh. No te entiendo. No sé si sos o te hacés.
Pedro abrió la puerta. Venía de la calle. Ya le contaste, le dijo a Salvador y movió la cabeza con preocupación.
Y vos cómo sabés, le dijo Leni que estaba furiosa.
Hablé con mi hermana, contestó Pedro.
¿Con tu hermana? preguntó Leni y después, mirando a Salvador, ¿fue con la hermana de Pedro? No, si vos sos un boludo importante, Salvador. Te cogiste a una mina conocida. Como si tuvieras, no sé, dieciseis años. Como si recién la hubieses puesto por primera vez y quisieras ir poniéndosela hasta a los árboles. No ves que hay que matarte.
Salvador rompía un papel cada vez que Leni decía una palabra. Cada frase, le hacía sacudir la pierna, entrecerrar los ojos, tamborillear los dedos sobre la madera de la mesa.
¿Cómo se te ocurrió cogerte a la hermana de este? Esa mina... Le da lo mismo la pandereta que el violín, por Dios.
Eh! dijo Pedro. Es mi hermana, che.
Leni lo miró. Vos, callate, le dijo y volvió a dirigirse a Salvador.
Cómo puede ser que no tengas criterio ni para eso. Hasta cuándo vas a ser así, hasta cuándo. Crecé, Salvador. Ya no sos un chico. Hay cosas más importantes que...
Salvador no la dejó terminar.
Sabés qué, Elena, le dijo en tono enérgico, me tenés las pelotas por el piso. Vine a contarte que Muv se fue. No vine a que me hagas un juicio. Me tienen las bolas llenas. Ustedes nunca se equivocaron, claro. Ustedes nunca metieron la pata. Ustedes nunca se arrepintieron por hacer algo. Tan perfectos como son.
Salvador se levantó de la silla. Se acercó a Leni. Pedro lo observó.
¿Que pensaban ustedes de Muv y de mi? le preguntó. ¿Qué hablaban de nosotros, cuando no los veíamos? Ustedes, los dos, eran los primeros en decir: Muv ya se va a dar cuenta de que Salvador es un boludo. Salvador no es para Muv. Muv merece otra cosa. Y acá lo tienen, carajo, acá lo tienen. Se cumplió. Yo soy un boludo. Muv se dio cuenta y me dejó. Y nos dejó a todos. Y ya no necesito que alguien me recuerde que me mandé la cagada de mi vida. No preciso que ninguno de ustedes, que nunca fue capaz de decirme " fijate, te quiere, está con vos" cuando yo veía todo nublado y sentía que Muv se me escapaba, me reafirme en mi condición de pelotudo. Nadie me ayudó. Nadie me hizo el aguante. Sólo están ahora, porque hablar de las decisiones de los demás es tan fácil, para decirme que soy un imbécil. Y para eso estoy yo. Me escuchás, Elena. Para eso estoy yo. Todas las noches, durante los últimos quince días pienso en que daría lo que no tengo por volver el tiempo atrás. Pero es tarde. Y no puedo más. Y no necesito que nadie más venga a decirme lo mal que hago todo. Soy un desastre, ya lo sé. Lo tengo comprobadísimo. Ahora, dejame de joder. Si te llama y te dice dónde está, avisame. Ayudame a hacer las cosas bien. Yo quiero hacer las cosas bien. Date cuenta.
A medida que Salvador gritaba Leni se enojaba más.
Y para qué. Para qué querés saber dónde está Muv, preguntó, para joderle la vida, para romperle las bolas pero en otro continente. Ojalá que no vuelva nunca más. Ojalá que se enamore de un gallego, no sé, de cualquiera. Que sea feliz y que no vuelva. Eso le deseo. De mi parte, no vas a tener un solo dato. Enterate. Yo no te voy a ayudar. Idiota. Necesitas ayuda, necesitas aguante, como un chiquito, como alguien que no sabe. Y para cogerte a esa reventada no necesitaste nada, dejame de joder. Aún sabiendo que si Muv se enteraba, no la veías más. Y se fue por tu culpa. Mi amiga se fue por tu culpa, sabés.
Se quedaron callados los dos. Ni siquiera se miraban. Se alejaron dándose la espalda. En el medio, Pedro, que miraba a uno y otro lado.
A ver, dijo Pedro, a ver que podemos hacer con lo que ya está hecho. Vos, le dijo a Leni, te calmás. Muv no es una extensión tuya. Es tu amiga. Se fue, estás enojada, está bien. Pero reconocé que hiciste tu parte, asi como la hice yo, por no hacerles el aguante. Nosotros no ayudamos en nada, Leni.
Se fue sin esperarme, dijo Leni que cambió la furia por la tristeza, si hubiese hablado conmigo, a lo mejor se quedaba. Pedro la abrazó.
Y vos, le dijo a Salvador, qué esperás para ir corriendo a buscarla. ¿No tenés plata? Te presto. ¿No sabés dónde está? Te ayudo a averiguar.
No quiere saber nada conmigo, le dijo Salvador, no me quiere. No me quiere más.
Pasó un rato. Pedro acariciaba los brazos de Leni que hacía esfuerzos por no llorar.
Después de quince minutos, cuando los dos enojados volvieron a mirarse, Pedro dijo: Ninguno de los dos se da cuenta, conociéndola como la conocen, que Muv se escapó de acá porque no quería sufrir. Y ninguno de los dos, cada uno por lo suyo, mientras Muv estuvo acá supo ser lo que ella necesitaba. Vos, mirándo a Leni, lo único que hiciste fue retarla y forzarla a reconocer algo que ella no estaba segura de sentir. Y vos, mirándo a Salvador, la ahuyentaste. Y para mí, los dos estuvieron como el culo. Y no tienen nada que reprocharse, salvo, haberse olvidado de Muv. Asi que se calman. Se toman un vaso de agua y nos sentamos acá, los tres, a ver como solucionamos este quilombo.
Lo obedecieron. Se sentó uno a cada lado de Pedro. No se sabía cuál de los dos estaba más triste.
Hablemos con Muv, dijo Pedro. Hablemos los tres. Escuchemos que tiene que decir. Si nos extraña, si nos necesita. Por más lejos que esté, Muv es Muv. Demosle unos días. Que se acomode, que no esté tan fascinada. Mientras tanto, ustedes hagan las paces.
Vos no estás caliente conmigo, le preguntó Salvador a Pedro.
La vida de los otros, hasta la de mi hermana, es de los otros, contestó Pedro.
Leni salió hacia el dormitorio. Volvió con dos albumes de fotos. Ahí estaba Muv. Pasaron toda la noche contándole a Pedro anécdotas compartidas: disfraces, casamientos, despedidas de solteros, borracheras, caidas. Hablaron de Muv como nunca hablaron delante de ella.
Pedro los miraba. Verlos ahí, sentados uno enfrente del otro, recordando cosas, le inspiró una ternura que casi llegó a conmoverlo. ¿Alguno de mis amigos me querrá así a mí? se preguntó. Si estuvieras acá, Muv, si los vieras como los veo yo ahora, si te enteraras cómo te quieren estos dos y cuánto te necesitan, no te hubieses ido a ningún lado.
Hablaron hasta las cinco de la mañana. Cuando Salvador se levantó para irse, no pudo evitar el abrazo con Leni, un abrazo angustiado como esos que se dan cuando alguien se muere.
Acá no se murió nadie, dijo Pedro mientras abría la puerta para acompañar a Salvador.
Llamame, dijo Salvador cuando se iba.
Si averiguo algo, te aviso, respondió Leni. De alguna manera, la vamos a hacer volver.
Ojalá, dijo Salvador. Ojalá. Pero no sonaba convencido.
Cuando estaban a punto de salir, Leni los detuvo.
Esperá, Salvador, dijo y revolvió el álbum. Encontró una foto que ella misma había sacado. Era un recorte de Muv, un ojo, parte de la nariz y la boca. Una media sonrisa, tan Muv, que no había foto mejor para tenerla presente.
Llevatela, le dijo. Tenela vos. Cuándo vuelva, me la devolvés.
Gracias, dijo Salvador y se fue, sosteniendo la foto de Muv como si fuera una estampita.



Llegar

Descendió cuando ya casi habían bajado todos los pasajeros. Esperó que la pareja con la que había compartido el viaje estuviera lo suficientemente lejos como para no tener que esquivar invitaciones de ningún tipo.
Bajó del avión. Pisó suelo español. En Barajas hacía frio y su buzo con capucha no lograba repararla del todo del viento. Antes de colgarse la mochila en la espalda, sacó el reproductor de música. Lo colgó de su cuello, como un crucifijo y caminó hasta el ómnibus que la transportaba a la cinta del equipaje. Play.
Respiró. Una bocanada de aire frío le entró por la boca y el viento le voló el pelo que por un momento se le metió en los ojos. Al fin, dijo, por fin. Sonrió por primera vez. Una sonrisa amplia que mostraba todos los dientes y ojos brillantes, pero brillantes de alegría, esta vez, después de tanto tiempo. Alguna gente del omnibus, al verla, le sonrió.
Se acercó a la cinta. Esperó con ansiedad su equipaje. Cuando lo vió aparecer, extendió el brazo y de un solo tirón lo depositó en el piso. El marido/novio de los asientos vecinos se acomodó a su lado.
¿Dónde te encuentro? le dijo en voz baja. Muv lo miró y aumentó el volumen del reproductor. Le tocó la mano. Muv se sacó un auricular. ¿Dónde te encuentro? volvió a preguntarle. Muv bufó, volvió a ponerse el auricular y comenzó a caminar, siguiendo a esos, que antes que ella, habían recuperado su equipaje de la cinta.
Boludo, pensó. Mirá si yo voy a venir hasta acá a engancharme con un tipo que conocí en el avión con su pareja de por medio, y encima argentino. Increíble, pensó Muv por un momento y ese pensamiento le causó gracia.
Mientras caminaba, recordó todo el tiempo en el que le tocó jugar de segunda. En la risa del inicio, la comodidad, los regalos y las escapadas. En las esperas, en los llamados que no se podían hacer, los planteos y el llanto del final. En la forma en que de a poco, todo se fue diluyendo hasta quedar solo el recuerdo de un hombre importante, a lo mejor, más importante que Salvador pero tambien más equivocado.
Salvador. Hacía doce horas que no pensaba en él. Por un momento, se le metió en la cabeza. Unos rulos que aparecieron cruzando un pasillo, cerca de Migraciones, la asustó.
Por suerte, Salvador nunca va a sacar un pasaje para venir a buscarme, pensó y se sintió tranquila. Por primera vez no se sintió en peligro. Nadie podía acecharla. No iba a tener necesidad de esconderse, de atrincherarse para resguardarse de algún potencial daño. Todo era nuevo y todo, a lo mejor porque recién llegaba, parecía tener un sentido diferente al que siempre tenían las cosas de su vida.
Caminó apurada. Hizo una fila corta para tomar el taxi. Toledo 111, le indicó al conductor. Al Finisterre, dijo el chofer. Sí, respondió Muv.
Muv cantaba susurrando mientras el taxi avanzaba a paso de hombre por la salida de Barajas.
El camino a Finisterre, un hotelucho que Muv había tenido la precaución de contratar por tres días, era igual a cualquier camino del aeropuerto a la ciudad. Zonas despobladas, monoblocks, autos y más autos.
Llegó al hotel. Gastó los primeros euros de su estadía. Entró, arrastrando su valija. Mabel Holm, 32, argentina, escribió. Y luego, tachó Mabel y puso Muv. Habitación 301. Subió la valija arrastrando las ruedas por los quince escalones que llegaban al ascensor. Hoy podría levantar un elefante, dijo Muv, cuando abrió la puerta de la habitación y encontró una cama doble, una mesa minima, una silla y la puerta de un baño.
Dejó la mochila sobre la cama, la valija cerca de la ventana. Se sacó la ropa. Caminó, descalza y desnuda, hacia el baño. Abrió la ducha. Se metió debajo del agua.
Ahora sí, Muv, se dijo, esto es empezar de cero. Es un cuaderno nuevo, no lo vayas a arruinar.
Se sintió suelta. Se felicitó por haberse ido. Se abrazó el cuerpo, se acarició la cara. Se quedó debajo de la ducha, dejando que la lluvia le recorriera el cuerpo.
Esta es la oportunidad, Muv, se dijo en voz alta, mientras se secaba con cuidado, como si su cuerpo, su cicatriz, cada uno de los golpes que le dolían por todos lados fueran parte de un objeto precioso y frágil, una nueva oportunidad. Vos ya sabés como es esto: barajar y dar de nuevo.
Se miró al espejo. Notó que tenía lindos ojos y linda boca, que si se reía, las pecas sobre su nariz, resaltaban. Que los huesos de su clavícula se asomaban y que en el medio, un lunar parecía un pequeño adorno decorativo.
Va a estar todo bien. Vamos a estar bien, le dijo a la imagen del espejo. Todo lo que necesitamos es una oportunidad, o dos, o tres o cuatro. Por primera vez, estar sola, no era un problema. Salió del baño. Abrió la cama. Se acostó. Después de tantos días, después de resolver a las apuradas, después de hablar, de llorar, de viajar, Muv, por fin, durmió.




jueves, marzo 15, 2007

La otra

Se sentaron al lado de Muv en el avión. Claramente eran mieleros o novios muy enamorados o una pareja de esas que tiene proyectos. Eso vio Muv cuando le preguntaron si ese asiento, en el que ella estaba sentada, les correspondía. Muv dijo que no, que era el suyo y mostró el pasaje.
Al principio, Muv no reparó demasiado en sus compañeros de asiento. Una mirada por arriba, típica de fotografía. Doce horas sentados uno al lado del otro era demasiado tiempo como para no dirigirles ni siquiera una mirada.
La mujer se sentó en el asiento del medio, justo al lado de Muv. La mujer, la chica en realidad, tenía el pelo largo y con rulos, vestía de colores pasteles, tenía expresión relajada y olía a rosas. El, todavía en el pasillo y preocupado, miraba dónde guardar el bolso de mano y por un minuto, detuvo su mirada en Muv. Una mirada sin importancia. De reconocimiento.
Cuando terminaron de acomodarse, la chica le dijo a Muv que habían anunciado tormenta. Muv movió la cabeza como diciendo "ah" y volvió a mirar la pista de aterrizaje. El avión no se movía y se le hacía larga la espera. Pasaban los minutos. La gente seguía caminado por los pasillos. Muv comenzó a mirar a las azafatas. Siempre le había llamado la atención que las azafatas reales no se parecieran a las de las películas. Eran más feas, más amargadas, en fin, eran distintas.
La chica de rulos le ofreció un chicle a Muv.
¿Querés? le dijo codeándola para atraerle la mirada.
Muv volvió la cabeza y agradeciendo, rechazó el chicle. Miró un momento a la chica y le sonrió. Después lo miró a él y se dio cuenta de que él le clavaba la vista de una forma que casi la hizo sonrojar. Se concentró en la ventana.
Siempre hay otra, pensó Muv y escuchó el aviso para ponerse el cinturón. Siempre hay otra, aunque no me importe el tipo. Siempre hay una mejor que yo. Más buena, más linda, más simpática, más alegre, más cariñosa, más atractiva, más interesante, más inteligente. Siempre hay otra mejor. Siempre hay otra. Una que llegó antes y encontró lo que esperaba. O una que llegó después y arrasó con lo que yo tenía. Siempre hay otra.
La chica de rulos hablaba y hablaba con su pareja. Decía cosas como "mi cielo" o "amor" y lo tomaba de la mano. Hablaba con voz muy suave y él sonreía un poco de costado. Dos o tres veces, ella se estiró para besarlo.
Aburrida de mirar el ala del avión, Muv volvía su mirada sobre los pasajeros, intentando no detenerse demasiado en sus compañeros de asiento. Sabía -algunas mujeres nacen sabiendo, otras, como en el caso de Muv, descubren por experiencia directa- que mirar con más atención de lo normal a una pareja, suele ser problemático. Hay alguna cosa, de índole animal, en las mujeres. Hasta la más segura desconfía de la otra. Se miden. Se comparan. Es como si pudieran olerse las intenciones. Las que están en pareja huelen a las que están solas. Y las que están solas decodifican las señales. Todas hacen algún movimiento, alguna cosa, por la positiva o por la negativa, para delimitar territorio como cualquier animalito.
Qué mala suerte, pensó Muv, ni siquiera me puedo poner a escuchar mi música para abstraerme de esta tonelada de cariño que se me sentó al lado.
El avión empezó a carretear. Muv apretó la nuca contra el respaldo del asiento. Nunca había tenido miedo a volar pero esta vez, la primera vez en toda su vida que viajaba sola con su alma, añoró tener una mano para apretar mientras el avión despegaba.
La primera media hora de viaje, rezó. Que no se caiga el avión, que tengamos buen viaje, que lleguemos bien, pidió, conminando a Dios a cumplirle por lo menos eso.
Cerró los ojos. El efecto de la pastilla que le había robado a la Oma estaba empezando a aparecer. Durmió. Cuando volvió a despertarse, la azafata de su fila servía bebidas. La chica de rulos no estaba a su lado. Estaba el novio/marido.
¡Qué manera de dormir!, le dijo, envidiable.
Muv sonrió y se refregó un poco los ojos. Se acomodó el pelo y se irguió en el asiento.
La azafata dijo: Para tomar.... Y Muv contestó: Coca Cola. Y se corrigió: No, cerveza.
Soy Gustavo, dijo el novio/marido. ¿Vas de vacaciones?
No, respondió Muv y se dio cuenta que otra vez la miraba de una forma lo bastante comprometida como para estar acompañado. ¿Tu mujer?
Iba al baño y después a ver a unos amigos que están más adelante. En un rato vuelve.
Ah, dijo Muv y miró por la ventanilla y vio que el avión pasaba por encima de un montón de nubes. Tomó un trago de cerveza y recordó lo amarga que siempre le pareció.
¿Y a qué vas a Madrid? preguntó Gustavo, tocándole el antebrazo con dos dedos.
Muv giró la cabeza. A vivir, dijo y bajó la vista. No podía soportar esa mirada clavándose en sus pupilas.
Mirá que bien. Y dónde vas a vivir. Yo voy de vacaciones. Tres meses. Estaría bueno tener algún conocido en Madrid.
Yo soy una desconocida. Doce horas de viaje, sentados uno al lado del otro, no te hace conocerme, Gustavo, pensó Muv.
Voy a la casa de unos parientes, mintió Muv.
Y tienen teléfono esos parientes, agregó Gustavo.
Muv frunció el entrecejo. ¿Está diciendo lo que yo creo? ¿Este tipo me quiere levantar? No puede ser. Debo estar escuchando mal.
La verdad es que no lo sé, respondió Muv. No sé el teléfono.
Y cómo hago para encontrarte, entonces, dijo Gustavo.
Muv se replegó contra la porción de pared del avión que le correspondía a su asiento. Puso la espalda contra la ventanilla como si el tal Gustavo hubiese aplaudido frente a sus ojos.
¿Qué mierda pasa? se preguntó Muv, ¿desde cuándo a mí me pasan estas cosas? ¿desde cuándo un tipo que me miró un rato, intenta levantarme de una manera tan... tan... berreta?
Pensaba en esto, cuando vio venir a la chica de rulos por el pasillo. La miraba y lo miraba. Muv se terminó lo que le quedaba de cerveza. El novio/marido se levantó y dejó pasar a la chica de rulos. Te despertaste, le dijo, acomodándose, cuándo vio a Muv con los ojos abiertos.
Sí, dijo Muv, pero ya me vuelvo a dormir.
¿Te espera alguien en Barajas? preguntó la chica de rulos.
Ehm... No. Voy a lo de unos parientes, contestó Muv.
Nosotros vamos de vacaciones, le aclaró.
Ajá, dijo Muv. Qué sueño.
Sí, el viaje cansa, explicó la chica de rulos. Muv afirmó con la cabeza.
¿Viajás sola, no? insitió en conversar.
Sí, respondió Muv.
Me gustan tus aros, dijo la chica de rulos. ¿Dónde los compraste?
Muv se sintió incómoda. De haber visto otro asiento, se hubiese cambiado de lugar.
Me los regalaron. Me los regaló mi novio, volvió a mentir Muv. Me duermo.
¿Y por qué no viaja con vos tu novio? intentó saber la chica de rulos.
Cosas que pasan, dijo Muv.
Ah, sí. Pero siempre aparece alguien, viste, dijo la chica de rulos moviendo el brazo del novio/marido hacia su hombro. Hay que tener fé.
Tengo fé, dijo Muv. Gracias por la charla. Me quedo dormida.
Buscó los auriculares en el bolsillo del asiento de adelante. Los conectó a la entrada de audio del apoyabrazos. Paseó por los diferentes canales. Clásica, Rock & Blues, Latino, Infantil. Pero nada terminó de convencerla.
Se dejó los auriculares puestos sólo para impedir que volvieran a conversarle. Cerró los ojos después de que la azafata se llevó la lata de cerveza vacía.
Siempre hay otra, pensó Muv mientras le sonaba una canción en la cabeza. Siempre hay otra que me gana de mano, aunque "la otra" sea yo.




martes, marzo 13, 2007

Solo




El taxi llegó a la hora acordada. Tal como Muv lo planeó, nadie estaba ahí para despedirla. Le bastó una cena de bocados atragantados con toda la familia. Era más que suficiente. No quería irse con el ladrillo en el estómago ni el adoquín en la garganta.
Ezeiza, le dijo al chofer y se calzó los auriculares para evitar la charla. No tenía ganas de explicarle a un extraño que se iba porque ya no le quedaba nada en Buenos Aires. Y aunque se iba contenta, algo le pasaba con eso de irse. Dejarlo todo, volver a nacer, todo muy lindo. Enfrentarse, pasados los treinta, a un mundo todo nuevo estaba bastante lejos de ser el final del plan que se había trazado cuando era una nena. Ella creía, cuando tenía cinco, seis, siete años, que cuándo fuera grande, grande como su mamá, tendría una casa llena de hijos corriendo por el parque y un marido, un hombre, alto, alto como su papá, con el que ir al cine y que la iba a abrazar cuando la película fuera muy triste y ella llorara.
Pero no quería recordar. No iba a subirse al avión con la caja de recuerdos abierta.
Eran las cinco de la mañana y la ciudad estaba mojada y brillaba como cualquiera de esas madrugadas en las que volvía, con Salvador generalmente, a dormir un poco o a tomar mate y fumar.
Pase lo que pase, siempre vas a ser mi mejor amigo. Aún a pesar mio, pensó.
El paisaje cambió en la autopista. Se detuvo a mirar los autos que pasaban fugaces cerca del taxi en el que viajaba. Jugaba a seguir a cualquier auto, hasta que se le perdiera de vista para no pensar, mientras escuchaba la música que había seleccionado especialmente.
"It's easier to leave than to be left behind, leaving was never my proud. Leaving New York, never easy. I saw the light fading out" cantaba Stipe, mientras el taxi se acercaba a Ezeiza.
Pagó el viaje. Arrastró su valija hasta el mostrador de la aerolínea.
Unos chicos con tablas de surf dormían en los asientos de alambre. Una familia despedía a un hombre de traje. Otros hombres compraban diarios y revistas.
Despachó el equipaje. Aún faltaban dos horas para embarcar. Se sentó en el bar a tomar café. Seguía con los auriculares puestos. Revolvía el café mirando el vórtice que formaba la cuchara, cuando alguien se sentó frente a ella.
Estiró la mano, le sacó un auricular.
Uff, pensé que no llegaba.
Muv levantó la vista y otra vez, como salido de abajo de la tierra, Salvador.
¿Por qué viniste? dijo Muv.
Porque quiero ser el último que te vea. Tu abuela fue la única que me quiso decir la hora del vuelo.
Muv sonrió apenas. Siguió tomando su café. Hablaron del tiempo, de las horas de vuelo, de la película que darían en el avión. Salvador se rió como en los tiempos en que Salvador se reía y a Muv le dio un poco de tristeza que todo hubiese salido tan mal pero se sacudió esa idea de la cabeza.
Te voy a extrañar, dijo Salvador dos veces, pero no, no te enojes. No vengo a decirte nada más que eso.
Y yo también, pensó Muv. Cuánto te voy a extrañar.
A Muv cada tanto se le fruncía un poco el mentón. Se le ponían los ojos colorados.
Salvador le acariciaba la espalda, le tocaba el pelo. La acompañó hasta que embarcó.
No tiene sentido que te vuelva a pedir que te quedes, no? preguntó Salvador y ahora fue a él al que se le frunció el mentón y se le pusieron los ojos colorados.
Muv negó con la cabeza y lo agarró del brazo. Caminaron los metros que quedaban hasta la fila para preembarcar.
Antes de entrar al pre embarque, Muv abrazó a Salvador. Nos vemos, le dijo.
Sí, nos vemos pronto, contestó Salvador, te espero. De verdad.
Siguieron abrazados un rato más. Muv empezó a soltarse.
Cuidate, Salvador. Cuidate mucho.
Te espero. Volvé. Te quiero, dijo él.
Se separaron. Muv empezó a caminar. Llegando a la puerta del pre embarque, giró.
Salva, dijo.
Salvador se acercó.
Le sonrió. Lo hizo agachar un poco, le dio un beso en la frente.
Estoy contenta, le dijo, ¡me voy!
Volvió a caminar, el corazón le latía fuerte, pero se obligó a no llorar. Vos no llorás más, Muv, nunca más.
Se internó dónde Salvador ya no pudo verla.
Salvador se quedó un rato ahí. Secretamente, esperaba una resolución alla Hollywood, en dónde Muv, arrepentida, saliera del preembarque. Pero no sucedió.
Y, fue ahí dónde se dio cuenta, rodeado de extraños que lo empujaban con las valijas y le pedían disculpas, que después de tantos años, se había quedado irremediablemente solo y que Muv, bueno... Muv tenía el mundo, todo para ella.

lunes, marzo 12, 2007

Souvenir

Hacía bastante que Muv no se sentía así. Acompañada pero sola.
Algo le había pasado, en los últimos días, en las últimas horas. Algo que tenía que ver sólo y exclusivamente con ella. Un clac adentro que la convertía en uno de esos mujerones hiper sexies, una diva italiana, una chica de calendario, una actriz porno.
Todo lo que hacía, cada uno de sus movimientos eran sugestivos; cada una de sus palabras, estimulantes.
Como si hubiera conseguido una confianza en sí misma que durante años no había logrado, exigía, gritaba y gemía como nunca antes lo había hecho y aunque no tenía demasiado espacio para la delicadeza, aunque parecía furiosa, todo se sublimaba en una maratón sexual sobre el hombre que se movía encima, debajo, delante y detrás de ella. En todos los ambientes y superficies, en una casa que desde hacía unos días parecía vacía o sin alma, repleta de cajas y bolsas y equipaje de viaje.
Muv no pensaba. Sentía. Y estaba bien sentirlo todo por última vez. Llevarse eso sin nombre que le erizaba la piel de los pies a la cabeza, de recuerdo. Como una liberación, como algo que nunca volvería a repetirse de la misma manera.
Nunca estuviste así, decía la voz del hombre, entre suspiros.
Pero no había tiempo para conversar ni palabras para llenar ese momento. Había tiempo para largos sorbos de vino, dos o tres botellas desfilando. Y besos y caricias y tirones de pelo. Un poco de juego, de si pero no, pero solo un poco. Y después, el contacto de los cuerpos, la temperatura, el ritmo y la velocidad.
Manos atadas, ojos vendados, por pedido de Muv y los ojos abiertos, grandes como monedas, del hombre que nunca había esperado un encuentro así.
Ella, entregada, disfrutaba de todo con cada parte del cuerpo que podía mover. Y no demostraba nada de todas aquellas cosas que parecían haberla definido durante gran parte de su vida: la mirada nostálgica, el espíritu conflictuado, las palabras ahogadas.
Ella era otra cosa, ahora, pulsión pura, instinto de supervivencia, la esencia de la hembra en estado salvaje.
Y de repente, el éxtasis, el temblor, el corazón bombeando rápido, un sonido único, cada uno el suyo, por primera vez al mismo tiempo. Y pasado el frenesí, nada. Nada.
Los brazos desatados que cayeron sobre el colchón. La venda en los ojos que no quiso sacarse durante un rato. Un abrazo al que no respondió. El cuerpo laxo, la mente en blanco, la actitud serena.
Me gustaría esperarte, dijo él, cuando su respiración se normalizó y desgarró el silencio con sus palabras.
No voy a pedirte nada, contestó Muv, ni me voy a comprometer a ninguna clase de cosa.
El le sacó la venda. Puso su cara frente a los ojos de Muv.
Soy yo, Muv, dijo él. Soy yo.
Muv lo miró.
No sintió que le sobraba hombre por todos lados, como tantas otras veces, sino todo lo contrario, se sintió larga, extensísima, como si a ese hombre, ella, su cuerpo, le quedara demasiado grande.
No estás acá, dijo él, que no era otro que Salvador, ya estás muy lejos. Y te estás despidiendo.
Muv se movió, encendió un cigarrillo. Lo miró. Caminó desnuda, sin necesitar taparse la cicatríz, hasta la cocina. Se sirvió un vaso de agua.
Era cierto, ella ya no estaba ahí. Pero no se despedía. Apenas, se llevaba un souvenir. Se había despedido hacía rato.

domingo, marzo 11, 2007

Justicia

Entra con la cabeza a gacha. Cierra la puerta y camina por el pasillo que conduce a la cocina de la casa materna.
¿Má? dice Salvador cuándo entra.
Acá, le contesta la voz de la madre.
Camina hasta encontrarla, se le caen las lágrimas, pero con alguien tiene que hablar y no tiene la entereza suficiente - o teme un cachetazo - para ir a lo de la Oma y hablar con ella.
¿Qué te pasó, Salvador? le dice la madre, al verlo llorando.
Muv se va, responde y otra vez, se le cierra la garganta y llora con la congoja de un chiquito de dos años.
La madre frunce el ceño.
Sentate. Calmate. Contame.
Salvador se sienta. Se calma. Cuenta del casamiento, de la chica rubia, de Muv yendo a su casa y viendo todo.
La madre comienza escuchando atenta, pasa a entrelazar los dedos y observarlo con cara de no entender y después, tamborillea las uñas contra la madera de la mesa.
Y eso me pasa, dice Salvador, sonándose la nariz. Y ahora se va y nada de lo que le diga, le prometa o haga, va a hacer que se quede.
Agacha la cabeza. Mira el piso.
No sé qué hacer, repite Salvador, no sé qué hacer. Decime algo, má.
La madre piensa un momento. Se levanta. Camina cruzada de brazos. Se aleja de la mesa y vuelve. Salvador levanta la cabeza, la mira.
La madre lo mira con seriedad, mueve la cabeza negando, cierra los ojos, estira el brazo, le da envión. La palma abierta. El sopapo suena claro. La mejilla de Salvador se enrojece.
¿Por qué? dice Salvador y ni siquiera se enoja.
Por boludo, le dice la madre y lo deja solo.

Archivo


Sacar la ropa del placard y ponerla en pilas sobre la cama. Buscar dentro de cajones, tirar todo lo que no sirve. Decidir que se viene con uno. Elegir que se queda para siempre.
En eso anda Muv, la mañana del domingo.
Buscando fotos, porque sabe que aunque uno se aleje, nunca se va del todo. Pero la posibilidad de empezar otra vez, de estar en un lugar nuevo, con gente distinta, con otro aire y otro paisaje, la hace sentirse feliz, liviana como si se sacara una mochila de adoquines de encima. Una felicidad poco conocida para ella. Una especie de tranquilidad, un poco de calma al saber que todo lo que venga, todo lo que tenga que venir, es para mejor.
Se imagina bajando del avión. Cruzando pasillos y pasillos en Barajas; saliendo a la calle. Como si fuera un nacimiento. Nacer pero con experiencia previa. Al menos, hará el intento de no volver a equivocarse como antes.
Un sobre se va llenando de fotos: Muv y su mamá; Muv y su papá; Muv y su hermana. La Oma sola, sentada cerca del cantero de su casa, con los anteojos puestos. Y por supuesto, entre la pila de fotos para elegir, saltan las imágenes de Salvador. En fiestas; cerca del mar; en la nieve; sonriendo en el balcón; soplando velitas; de otro tiempo: de cuándo medían exactamente lo mismo y las otras, en dónde Muv le sacaba una cabeza.
Pensar que te alargaste tanto y creciste tan poco, Salva, les dice Muv a las fotos mientras las separa, no para meterlas en el sobre, sino para confinarlas a la caja de cosas que había que archivar para siempre.
A vos no te llevo, le dice, entonces, a la pila de fotos de Salvador como si hablara con él. Vos te quedás acá, aunque sienta que pasándote al archivo, me paso al archivo también yo.
No llora mientras arma la caja de archivo. Siente que se pela como una cebolla. Se saca años y años de encima.
De todas las oportunidades perdidas, esta es la que más me duele, dice y se apoya las fotos en el pecho, mientras la cara se le llena de resignación.
Pero vuelve a la caja. Ahí van a parar las fotos, algunos libros dedicados, tarjetas de cumpleaños, todos los documentos que durante años y años, Salvador firmó.
Y lo peor de todo, es que me voy sabiendo que me querés. Mal, pero me querés. Peor que como te quiero yo, que te quiero pero no sé qué hacer con vos. Pero por lo menos no te lastimo. Aunque ahora creas que te abandono, nos estoy haciendo un favor.
Lo dice en voz alta, habla con las fotos y las cosas como si Salvador estuviera ahí, mirándola y agachando la cabeza o bufando.
Yo necesito alguien que me quiera bien, sabés, dice. Y vos, mejor que nadie, sabías que por una cosa o por otra, siempre me quisieron poco. No tenías derecho de engrosar la lista de gente que no me quiso.
Caminaba por el dormitorio mientras hablaba con las cosas. Y era la primera vez que sentía que podía decirlo todo, que no se guardaba nada porque todo lo que tenía para decir, se tenía que quedar ahí, en la casa de Buenos Aires que en dos días pasaría a la historia, como el uniforme del colegio, las entradas de los recitales y el himen roto.
Nunca me di cuenta de que me querías tanto, escuchó decir a la voz de Salvador, detrás de ella y pensó que definitivamente se había vuelto loca.
Ahora escucho voces, lo que me faltaba, pensó.
No llegó a darse vuelta. Salvador la abrazaba desde atrás, enroscado a su cintura.
Desde cuándo estás ahí, preguntó Muv, cómo puede ser que no haya escuchado la puerta.
Llegué hace un rato, dice Salvador y la abraza más fuerte y le vuelve a pedir que no se vaya.
No tengo nada por lo que quedarme acá, Salva. No me hagas las cosas más difíciles.
No te vayas por mí, andate por algo mejor, le contestó.
Lo mejor para mí, lo decido yo, dijo Muv y la espantó su frialdad.
Salvador empezó a llorar. A llorar como un chico, ahogándose, haciendo ruido.
Muv corrió las pilas de ropa y le hizo un espacio en la cama. Lo hizo sentar.
Salvador volvió a abrazarse de su cintura, llorando como Muv nunca lo había visto llorar. Repetía un quejido, como si algo le doliera mucho.
No llores más, Salvador, le dijo, acariciándole la cabeza pero sin conmoverse. Se te va a pasar, no tengas miedo. No llores por miedo. Se me va a pasar. Nadie se murió de amor. Nosotros no lo vamos a inaugurar.
Pero Salvador siguió llorando y lloró mucho más cuando vio la caja con todas sus cosas.


viernes, marzo 09, 2007

Despedida I

Me voy, dijo Muv cuándo Salvador se sentó frente a ella en el bar en el que habían convenido verse.
No llegué tarde, respondió Salvador haciéndole una seña torpe al mozo.
No. No me voy ahora, aclaró Muv, me voy en cinco días.
¿Dónde vas? preguntó Salvador cuando el mozo se acercó. Pidió una coca.
El pasaje es a Madrid, respondió Muv, pero no creo que me quede ahí. No tengo planes. Cuando llegue, veré.
No entiendo. Pará. ¿Dónde vas?, repreguntó Salvador.
Me voy, Salvador. Me voy de acá. De esta ciudad, de esta provincia, de este país, de este continente. Me voy.
Llegó el mozo con la botella de coca cola. Sirvió un vaso. Salvador lo tomó de un trago.
¿Por qué te vas? le preguntó.
Porque no puedo estar más acá, dijo Muv.
Pero por qué te vas, Muv. Nosotros no tomamos ninguna decisión definitiva hasta ahora, dijo Salvador. Estamos esperando un tiempo para hablar más tranquilos, no?
No. Nosotros ya tomamos todas las decisiones que teníamos que tomar hace nueve días, Salva. No quiero tener una de esas conversaciones dramáticas, no tengo ganas de decir nada, ni de reprochar, ni de pedir explicaciones. Sólo creí que era justo que supieras que me iba.
A Salvador se le llenaron los ojos de lágrimas.
No la ví más, le dijo. No la volví a ver.
Ya no importa, Salvador, en serio. No tiene importancia.
Salvador se movió de silla, se sentó en la que estaba al lado de Muv. La agarró de la mano y ella se dejó agarrar.
Esa mina no tiene importancia, dijo Salvador, no es nadie, no existe. No te vayas. Hacemos lo que vos quieras, no sé, nos casamos. ¿Queres que nos casemos? Nos casamos.
Dijo todo de un tirón, casi sin respirar mientras le sujetaba la mano más fuerte.
Calmate, Salvador, dijo Muv y se sorprendió de su frialdad. No vine hasta acá a hacer una escena. Vine a contarte sobre una decisión muy importante que tomé.
Salvador respiró hondo.
¿Por qué tan rápido? ¿Por qué sin dejarme hablar aunque sea una vez? ¿Por qué no esperás a que yo te diga lo que quiero, Muv?
Muv suspiró y separó su mano de la de Salvador.
Porque no hay nada qué decir, Salva. Porque si no es esa chica, va a ser otra y si no es otra, va a ser el color de las cortinas o en el peor de los casos, vamos a ser vos y yo, sentados en un bar como este, sin tener nada de qué conversar.
Nunca, en diecinueve años, nos quedamos sin tema de conversación, dijo Salvador.
Nunca, en diecinueve años, me habías traicionado, pensó Muv y no lo dijo.
No te vayas, por favor, repitio Salvador acercándose al cuello de Muv, yo no pensé, me equivoqué, no sé que me pasó. ¿Qué hago si te vas? Yo no sé qué hacer si vos no estás. No creí que fueras a enterarte, ni pensé que algo como lo que pasó fuera tan definitivo para vos. Yo creía que no me querías, que te daba lo mismo, que en cualquier momento te ibas a ir.
Muv lo acarició con una mano. Calmate un poco, le dijo.
No, no me puedo calmar. Cambiá el pasaje. Dejalo en suspenso hasta que hablemos bien, cómo te vas a ir así sin siquiera darme la oportunidad de decirte todo lo que siento, lo que pienso.
Salvador, dijo Muv, no hay palabra que yo te pueda decir que te haga ver lo que no ves. Lo que no viste durante este último tiempo. Y a mí, no hay razón que me saque este agujero en el estómago. Porque yo estaba con vos. Hice todo lo que pude porque te dieras cuenta que no me iba a ir. Además, te lo dije y vos no me creíste.
Pero yo te puedo creer, dijo Salvador, te puedo creer todo lo que me digas, si te quedás. No te vayas, Muv.
Salvador le acarició la mano.
Tenés mejor los dedos, dijo Salvador con los ojos colorados.
No hay mal que por bien no venga, dijo Muv y sonrió con tanta tristeza que Salvador tuvo que agachar la cabeza.
¿Qué puedo hacer para que me perdones? le preguntó Salvador.
Desearme buen viaje, contestó Muv.

Viajar

Muv está acostada sobre el piso del living. Un brazo extendido a la altura de los hombros y el otro, que va y viene, de la boca al cenicero, del cenicero a la boca. Ya pasó el mediodía y sospechosamente, se siente tranquila.
Fue lo mejor que te pudo haber pasado, dijo la Oma por teléfono cuando llamó más temprano, siempre pasa lo mejor que a uno puede pasarle.
Y Muv contestó que sí, pero con poca convicción.
Lametablemente, vos no sos de esas mujeres que se lo aguantan todo al hombre, Muv. Otra, en tu lugar, lo dejaría pasar, reconoció la Oma, pero las desilusiones más vale que lleguen temprano antes que tarde. Ese chico no es para vos, nunca lo fue.
Fue lo último que le escuchó decir antes de cortar.
Y cuál es el que es para mí, decime Oma, preguntó Muv mientras colgaba el teléfono. ¿No hay más? ¿Se terminaron? ¿Hasta cuándo voy a tener que seguir con la prueba y el error? ¿Hasta cuándo?
Después de hacerle esas preguntas al aire y de buscar el atado que desde hacía unos días permanecía cerrado, se acostó en el suelo.
Hizo una lista rápida: tres noviazgos importantes y fallidos. Y Salvador. Idas y venidas con todos esos de los que no recuerda el nombre. Demasiado para un solo cuerpo.
Lo mejor de todo es que no puedo llorar más. Se me terminaron las lágrimas, para siempre.
Recordó un juego bestia que jugaba con su papá cuando apenas era una nena. Jugaban a los cocazos. Golpeaban cabeza con cabeza. Ella tenía cuatro o cinco años. ¡Cocazos! decía y cabeceaba a su papá, cuándo lo tenía cerca, en la frente.
El primer cocazo le dolía mucho, el quinto ni lo sentía.
Esto mismo tiene que pasar con el corazón, se explicó. Si te golpeas en el mismo lugar tantas veces seguidas, perdes sensibilidad. No me puede seguir doliendo tanto. No me tiene que doler.
Apretó la colilla contra el vidrio del cenicero. Al tanteo, manoteó el atado de cigarillos, encendió otro y otra vez, una bocanada de humo que le recorrió el cuerpo, los ojos cerrados.
Me tengo que ir de acá, dijo decidida. Viajar, irme a un lugar donde no conozca a nadie y nadie me conozca. Aunque a todos les parezca que me escapo. No me importa. Cortar con todo esto. Desaparecer. Desaparecer un tiempo. Guardarme en un lugar en dónde la gente hable otro idioma, tenga otras formas y otras costumbres. Estar callada mucho tiempo sin que a nadie le preocupe qué me pasa y termine preocupándome porque se preocupan. Dónde haga frío y lo único importante sea que no se me congele la nariz. Donde pueda llorar, venirme abajo, donde no haya consuelo, por que nada me consuela esta vez. Ocuparme todo el tiempo. Conseguirme un trabajo o dos o tres. Trabajar hasta caerme molida sobre la cama y que pasen los meses.
Volvió a pitar.
Eso no lo puedo hacer acá. Como las otras veces, van a querer sacarme adelante entre todos, alegrarme, acompañarme y esta vez, por primera vez, no quiero a nadie cerca. Voy a borrar una gran parte de mi vida. Y no quiero testigos que me recuerden que no voy a poder borrar todo.
Pensó en la Oma, en su hermana, en sus padres. En las caras de terror que pondrían cuándo les dijera que planeaba irse, dejar todo, cerrar e irse. Y volver, en algún momento, cuándo esté lista. Explicarles que esta vez no era como las otras. Que chocarse con Salvador en cada lugar, en cada objeto, le hacía todo más difícil. Se escuchó diciéndoselos, ensayando antes, y notó una seguridad que nunca antes había tenido.
Es lo único que me queda por hacer. Si me hubiera enterado antes de que todo esto que siento, me iba a doler tanto, hubiese puesto distancia antes. Es lo último que me queda: una distancia que mate todo.
Se levantó del suelo de un salto. Caminó hasta el teléfono y marcó el número de Salvador.
Soy Muv, dijo. Me gustaría verte esta tarde, Salvador. Por favor, llamame cuando llegues de trabajar. Tengo que decirte una cosa muy importante.
Después colgó y volvió al suelo. Y así estuvo un largo rato. Hasta ahora.



jueves, marzo 08, 2007

Lázaro

En algún momento, Muv se levantó de la cama. Al principio, le costó reconocer si era de día o de noche. ¿Cuánto tiempo estuve en la cama? se preguntó. Sintió el peso del cuerpo cuando se paró y caminó hasta la puerta del baño. Abrió la ducha y dejó correr el agua. Después, caminó hasta dónde está el teléfono y levantó los mensajes: dos de papá, tres de la oma, dos de mamá, uno de una locutora que la felicitaba por ganarse la posibilidad de licitar un auto. Ningún llamado de Salvador.
Recorrió el comedor con la vista. Fotos de Salvador. Cosas compradas con Salvador, del último tiempo y de todo el tiempo anterior. También descubrió que Salvador estaba ahí, en todos los rincones de la casa. Extrañó, y eso la puso al borde del llanto otra vez, poder llamarlo por teléfono; decirle: "No sabés lo que me pasó. Un boludo me cagó con otra mina. Vení." Llegó a la conclusión de que después de tantos años, de tantas cosas, de tanta vida que había pasado, era la primera vez que estaba definitivamente sola.
Algo voy a tener que hacer, dijo, empezar de nuevo. Como si todo esto nunca hubiera existido.
A quién quiero engañar, dijo después, mientras volvía al baño y se sacaba el buzo y el pantalón y la remera y la bombacha.
Se pasó la mano por el cuello y la deslizó hasta el esternón. Lo frotó tres o cuatro veces, mientras se miraba al espejo. Con los labios pegados, empezó a jugar con la acustica del baño, como si se cantara una canción de cuna.
Desnuda, bajo el agua de la lluvia, se masajeó la cara.
¿Qué es lo que estoy cantando? se preguntó mientras se enjabonaba despacio. Y repitió: No veeeeeeeeeeeeeeeees... y no pudo seguir porque no recordaba esa letra, ni siquiera quién era que cantaba algo así.
Cuando terminó de bañarse, envuelta en el toallón y mirándose de nuevo al espejo, mientras las gotas que caían del pelo le mojaban los hombros, cantó:
"No tengo agua caliente en el calefón, no tengo que escribir canciones de amor"
Ah, por fin, dijo cuándo recordó exactamente qué cantaba.
No ves que espero resucitar, gritó, mientras miras esos... ojos de video tape.
Volvió a la cama y todavía un poco mojada, siguió cantando. Porque cantar es rezar dos veces.

miércoles, marzo 07, 2007

Pena

Era de madrugada cuando tocaron el timbre.
Ay, dijo Muv y se le hizo un nudo en la garganta.
Ni siquiera averiguó quién era. Abrió la puerta e inmediatamente le dio la espalda a Salvador que entraba con dos bolsas.
Vine a traerte tus cosas. Me imagino que las vas a necesitar y como sé que no vas a volver a ir a casa, mejor te las traigo yo.
Salvador apoyó las bolsas sobre el piso. Muv caminó hasta la habitación y cerró la puerta. Se frotó los ojos.
Salvador abrió la puerta. A Muv, el picaporte se le clavó en la espalda.
Me golpeaste, le dijo.
Podemos hablar, le preguntó Salvador.
No. No hay nada qué hablar, respondió Muv.
Salvador entró y se sentó en la cama.
No me convence que diecinueve años de conocernos se puedan terminar así. Y que ni siquiera tengamos una conversación al respecto, dijo con la vista fija en el suelo.
Tendrías que haberlo pensado antes, respondió Muv saliendo del dormitorio.
Algunas cosas tenemos para decirnos, dijo Salvador tomándola del brazo y obligándola a girar. Yo tengo cosas para decir.
Cosas que no me interesan, dijo Muv y era tal su decisión de no escucharlo que Salvador optó por soltarla. Lo único que sé, es que lo arruinaste todo y no se puede arreglar. No quiero arreglarlo. No se puede pegar, no se puede coser, no se puede soldar. No se puede hacer de cuenta que no pasó.
Sos demasiado dramática.
No, no soy.
A lo mejor, metí la pata, dijo Salvador.
¿A lo mejor?
Muv caminaba por todo el departamento, Salvador la seguía y cada tanto, intentaba abrazarla o tocarla. Ella se le escapó todas las veces.
Agarró las bolsas que Salvador dejó en el piso. Las sacó del departamento y las puso donde habitualmente dejaba las bolsas de basura.
¿Qué hacés? dijo Salvador que salió detrás de ella.
Tiro todo eso. A mi ya no me sirve. Muchas gracias por todo. A partir de hoy, vos no existís más. No te conozco, no te quiero, no tengo idea que hacés acá, dijo Muv.
Siempre hacés lo mismo, dijo Salvador, ante el menor problema tirás todo a la mierda, sos incapaz de pensar un poco antes de decidir.
No tengo nada que pensar. Vos desperdiciaste la oportunidad de que nos pasara algo bueno a los dos, por boludo; ni siquiera porque estás enamorado, ni siquiera porque dejás esto por algo que vale la pena, que valga mi pena. Y la verdad, Salvador, a esta altura del partido, no tengo tiempo para mantenerme al lado de alguien al que ni siquiera le importan mis penas. Desaparece.
Muv cerró la puerta con llave.
¿Puedo ser tan pelotudo? dijo Salvador y llamó al ascensor. Antes de irse, agarró las bolsas y bajó con ellas, en la mano.

martes, marzo 06, 2007

Confirmar

Muv camina, con los auriculares puestos, como si alguien la persiguiera. Doce cuadras, exactamente, hasta el edificio dónde vive Salvador.
Entra al departamento y enciende todas las luces.
Sobre la mesada de la cocina encuentra dos tazas con un resto de café. Camina hasta la habitación. Extrañamente, la cama está hecha.
Levanta el teléfono y marca su número telefónico. Corta.
Por qué tiene que pasar esto. Por qué, dice.
Mira las tazas. Se las acerca a los ojos para encontrar alguna marca de lápiz de labios, algo que le confirme lo que sospecha. Encuentra la marca en una de ellas, por aquello de que el que busca siempre encuentra. Agarra la taza con la marca y la estrella contra la pared. Los pedazos de taza se desparraman por el piso de la cocina.
Muv sale hacia la habitación. Abre el primer cajón de la mesa de luz. Revuelve y no encuentra lo que busca.
Vuelve a la cocina. Revisa la bolsa de la basura y ahí, encuentra la caja de preservativos usada.
Qué estoy haciendo, dice. Cómo puedo estar haciendo esto, se pregunta.
Sale del departamento dando un portazo. La cara enrojecida, los puños cerrados.
Esta vez no camina. Para un taxi y le indica la dirección de su casa.
¿Por qué no te fuiste? le dice a Salvador cuándo lo encuentra sentado en la silla, quiero que te vayas, que desaparezcas, que te mueras. Andate ahora.
Salvador la mira. Se para, la agarra de los brazos.
¿Qué te pasa, Muv? ¿Te volviste loca?
Muv intenta soltarse, forcejea y consigue separarse de Salvador.
Fui a tu casa. Fui a tu casa, le grita.
Salvador da un paso hacia atrás.
Uh, dice y se le nota en la cara que sabe lo que Muv encontró.
¿Uh? ¿Uh es todo lo que tenés que decir?
Muv da una vuelta alrededor de Salvador. Lo acerca a la puerta a empujones.
Te vas. Te vas y no venís más, le dice.
Pero, hablemos. Esperá. ¿Podemos hablar?
Te vas, le dice y lo sigue empujando hasta la puerta. Abre la puerta, lo vuelve a empujar y cuando lo ve sobre la alfombra del recibidor, cierra de un portazo, gira dos vueltas la llave y corre el gancho que traba.
Llora. Llora fuerte. Salvador golpea la puerta y habla. Dice algo que Muv no puede entender ni quiere oir.
Busca una bolsa. Camina hasta la habitación, abre el placard y descuelga camisas y pantalones. Pasa por el botiquin del baño. El cepillo de dientes, las maquinitas de afeitar, la crema. Todo adentro de la bolsa.
En el camino entre el baño y la puerta, la asombra su celeridad.
Abre la puerta. Le apreta la bolsa a Salvador contra el pecho. Salvador intenta decir algo pero Muv cierra de nuevo.
Vestida como está, se mete en la cama. Se tapa hasta la cabeza. Llora, se ahoga un poco.
Voy a estar mejor, se dice y se abraza.
Escucha la puerta del ascensor. Los golpes de Salvador dejan de sonar.

lunes, marzo 05, 2007

Larva

Ahora es de noche y Muv todavía no se levantó de la cama. Siente los párpados pesados y le duele todo. El teléfono no sonó en todo el día.
No duerme, ni siquiera piensa. Está metida en la cama, enroscada entre las sábanas y la colcha, como si fuera una larva en el capullo. Tampoco mira, aunque tiene los ojos abiertos.
Se da vuelta, se acomoda. Siente como si le hubieran dando una páliza. Le duele el cuerpo: las articulaciones, los músculos. Desde la planta de los pies hasta el cuero cabelludo.
Vuelve a moverse y termina acostada en el medio de la cama. Cierra los ojos.
A lo mejor, se durmió un rato. Cuando se despierta, Salvador está acostado al lado de ella, el velador está encendido.
Estaré soñando, piensa Muv pero lo toca y ahí está el cuerpo.
No te levantaste en todo el día, asegura Salvador.
No tuve ganas, contesta ella. ¿Llovió?
Sí, le responde.
Muv se da vuelta.
Estuviste llorando, dice él cuando nota los ojos hinchados.
Sí.
Salí a tomar un café con Silvina, a la tarde, cuenta Salvador mirando el techo.
Ay, dice Muv, apretando los ojos, como si se hubiese clavado algo, o peor, como si alguien le hubiese tocado una herida abierta. Profecía autocumplida.
No pasó nada, explica Salvador. Me llamó pasado el mediodía porque andaba cerca de casa. Salimos un rato, conversamos. Caminamos. Después vine para acá.
Muv se incorpora. Pasa el brazo por encima de Salvador y orienta el reloj que está sobre la mesa de luz, hacia sus ojos.
Son las ocho de la noche, Salvador, le dice.
Llegué hace un rato. Estabas dormida.
Pero son las ocho de la noche. ¿Desde el mediodía hasta las ocho de la noche?
Salvador se sienta en la cama. Acomoda una almohada para apoyar la espalda.
¿Preferís no saber? pregunta Salvador.
Prefiero que no te pase, dice Muv.
Que no me pase qué, dice Salvador.
Que no te pase querer ir a ver a una mina que conociste en una fiesta en la que yo estaba presente, mientras yo estoy acá.
Salvador se cruza de brazos.
Ya te dije que no pasó nada.
Y a mí, dice Muv levantándose de la cama, qué carajo me importa si pasó o no pasó. A mi - Muv empieza a levantar el tono - lo que me importa es que desde hace semanas estás esperando que sea yo la que haga una cosa así: que me vaya con otro, con un boludo cualquiera, que no sabe nada ni de vos ni de mí, que eche todo a perder por sentirme no sé qué cosa, que te lastime al pedo porque me calenté un rato con un tipo con pintita y que después, te lo venga a contar con la misma cara con la que te digo buenos días.
Estás loca, dice Salvador, te volviste loca. Hacés quilombo por algo que no pasó.
Muv se sienta en la cama y se pone las zapatillas.
Vos me estás jodiendo. Que haya pasado o no, ni siquiera importa. Que haya pasado o no, es simplemente una consecuencia. No me podés decir que fuiste porque tenías ganas de conversar. Fuiste a ver qué onda. Fuiste a ver si pasaba algo. Y si no pasó, bueno... lo habrás arruinado. Pero no te preocupes, seguramente tengas otra oportunidad.
Ah, dice Salvador soltando una carcajada, sos una idiota.
Muv se levanta, camina hasta el baño y cierra de un portazo.
La puta madre que me remil parió, dice mientras se baja la bombacha y hace pis, por qué me tuve que meter en esto. Por qué.
Salvador abre la puerta. Se apoya contra el lavatorio.
Boluda, tengo derecho a tomar un café con alguien. ¿Desde cuándo sos tan celosa, Muv?
No entendés nada, dice Muv después de secarse y apretar el botón. Sale del baño directo al dormitorio. Se saca la ropa de dormir. Se pone un pantalón, una remera y un buzo.
¿Dónde vas? pregunta Salvador, tomándola de un brazo.
Me voy. Cuando vuelva, espero que no estés acá. Esto no va más.
Se suelta de la mano de Salvador con fuerza. Cuando pasa por el comedor, ve el vestido de fiesta colgando de la silla.
La concha de mi madre, vestido de mierda.
Salvador la sigue.
No te vayas, hablemos, le dice pero Muv cierra la puerta.
La puerta del ascensor se abre y se cierra.
Salvador se sienta en una silla.
El no se va a ningún lado.