jueves, marzo 29, 2007
Oveja
miércoles, marzo 28, 2007
Sabor
Tapas
Hola, dijo.
Hola chica. Qué bonito, respondió el gringo y la besó, una vez en cada mejilla.
Vamos, preguntó Muv.
Andá, dijo el gringo.
Caminaron unas cuadras.
¿Cuánto hace que chica duerme en hotel? preguntó el gringo.
Casi dos semanas, respondió Muv mirando el suelo mientras caminaba.
Mucho dinero. El puede llevar chica a sitio menos expensiv.
Muv movió la cabeza. Todavía guardaba la dirección y el teléfono de los parientes del abuelo, que la Oma le había dado con las fotos y la plata.
Gracias, dijo Muv, por ahora prefiero...
El gringo la interrumpió.
Todo legal. Todo legal. Alquila habitazion, y dijo habitación con el acento madrileño. Chica puede averiguar. El acompaña chica. Mañana. Si chica quiere.
Él, no, dijo Muv. Yo.
Sí, usted. Chica, respondió el gringo.
No, dijo Muv y sonrió. Él, y lo tocó en el pecho con la mano, se dice "yo". Chica, y llevó la palma hacia su pecho, Muv. Yo igual a Ai, terminó de explicarle.
Mhm, dijo el gringo. Dificil para él. Para yo.
Muv se rió con una carcajada cortita.
Chica rie por yo, dijo el gringo y guiñó un ojo.
Entraron a un bar. Encontraron dos lugares sobre la barra, en dónde se acodaba toda la concurrencia. Pidieron unas tapas.
Yo sabe hacer reir chica, dijo el gringo. Verdad, terminó de decir afirmando con la cabeza.
¿Qué se sirven los señores? preguntó un hombre, del otro lado de la barra, que en Buenos Aires hubiese tenido un almacén.
Un tapeo para dos, dijo el gringo en perfectisimo español. Y dos cervezas.
Enseguida, dijo el hombre y caminó hacia el fondo del bar.
Brindaron. Tomaron. Muv se rió, el gringo hizo monigotadas.
Chica tiene novio en Buenos Aires, dijo el gringo.
¿Cómo sabés?, preguntó Muv.
Chica ojos tristes, dijo el gringo. Una chica como Muv no va sola Madrid con ojos tristes si no deja novio en Buenos Aires, intentó decir de corrido el gringo y no le salió, pero se hizo entender.
Y vos, preguntó Muv, qué dejaste en Alemania.
Mm, dijo el gringo y se tocó la barba. Divorcio? Divorcio, si?
Sí, divorcio.
Pero él, yo, no tiene ojos tristes.
Ajá, dijo Muv. Mis ojos son así.
Lindos ojos, dijo el gringo y recién ahí, Muv dió un respingo. Calma, calma, se repitió. Es sólo un tapeo. Nada más.
Caminaron hasta el Palacio Real. Miraban cosas. Señalaban. Buscaban en el mapa que Muv llevaba en la cartera. A pesar de las pocas palabras del gringo, se entendían. A pesar de estar en una ciudad ajena, se ubicaban bien.
A pesar de todo, a Muv no se le salía de la cabeza la cara de Salvador.
martes, marzo 27, 2007
Pierna
Hola, ¿Qué te pasa? ¿Estás enferma?
Hola, nene. Me duelen un poco las piernas. Estaba en la cama.
Qué cagada, te hice levantar.
La Oma caminó directo al dormitorio. Salvador la siguió. La casa estaba como siempre pero esta vez no tenía ese aspecto tranquilo que tanto le gustaba. Estaba lúgubre, apagada, como si hubiese estado vacía.
¿Cuánto hace que te duelen las piernas? le preguntó.
Hace unos días empezó. Debe ser el tiempo. Ando cansada, dijo la Oma mientras se metía en la cama con dificultad.
¿Comiste? preguntó Salvador.
Tomé un té con leche con unas tostadas. Sentante, nene. Contame como te va.
Salvador se sentó en el borde de la cama, dijo que le iba más o menos, a veces mejor, a veces peor, pero que con los días se iba acostumbrando a la sensación de extrañar a Muv de 0 a 24.
Ah, yo no me acostumbro, dijo la Oma. Y eso que fui la primera en apoyarla con el viaje pero es como si me hubiesen arrancando un brazo, mirá, le dijo a Salvador. Encima, no llama, no escribe, no nada. Es como si nos hubiese olvidado a todos.
Tu hijo no te viene a ver, aseguró Salvador.
Alfredo llama todos los días, no me puedo quejar. Vos entendés de lo que hablo.
Sí, dijo Salvador. ¿Cuántos días hace que estás en la cama?
Dos o tres, dijo la Oma, pero no todo el día. Cuando me canso, nomás.
Salvador miró la habitación. Se paró y levantó la persiana. Entraba la última luz de la tarde.
Quiero vender la casa, dijo la Oma. Es demasiado grande para mí. No tengo ganas de seguir cuidando las plantas.
No, Oma, si a vos te encantan las plantas. Cómo vas a vender la casa.
Estoy cansada, querido. No tengo ganas de seguir trabajando.
Salvador la miró detenidamente. Los ojos de la Oma estaban enrojecidos.
Me mentís, le dijo, me estás mientiendo, Oma. Vos querés la guita para rajarte a Europa con Muv. ¿Qué les pasa a las mujeres de esta familia? ¿Todas me quieren abandonar?
La Oma largó una carcajada.
¡Qué pavote! Alcanzame el salto de cama, querés, le dijo a Salvador. Si serás mimoso, vos, che. ¿Tomaste la leche?
La Oma caminó hasta la cocina arrastrando las pantuflas. Abrió la heladera, sacó el sachet de leche.
Salvador sonreía. Era la Oma de siempre.
Y los dos eran todo lo que tenían de Muv, en ese momento.
lunes, marzo 26, 2007
Gringo
Como él llega al Prado, dijo.
Muv iba con sus auriculares y la música a todo lo que da. Se destapó un oido para escuchar.
Puede decir como él llega a Museo Prado, repitió el gringo.
Muv sonrió.
Todo recto, dijo y mantuvo la sonrisa mientras indicaba con la mano.
Chica va al Prado, preguntó el gringo.
Sí, contestó Muv. No tuvo miedo del gringo y eso la preocupó. Hacía días que no hablaba con nadie y esta vez, a lo mejor por el solo hecho de no seguir caminando sola, estaba dispuesta a hacerlo.
Bueno, aceptó Muv.
Caminaron unos pasos. El gringo se adelantó. Se puso frente a Muv.
Cristo, dijo y estiró la mano para saludarla.
¿Cómo? preguntó Muv.
Él, dijo el gringo tocándose el pecho, Cristo.
Dios me jode, pensó Muv. Dios me jode. Se me caga de risa. El próximo se va a llamar Jesús. Me quiero matar.
Chica como si iama, preguntó el gringo.
Muv, contestó Muv. Sos una genia, Muv. Justo se te da por hablar con uno que habla peor que un chico de dos años.
Mov, dijo el gringo.
Muv, corrigió Muv.
Laik tu muv, preguntó. Anglés mejor para Cristo. Chica habla inglés?
No, dijo y agregó: Como tu muv, sí. Algo así.
Chica no española, aseguró el gringo, volviéndose a parar al lado de Muv.
Argentina dijo Muv y esperó el grito: ¡Maradona! ¡Tango!
Borgues, dijo el gringo.
¿M? preguntó Muv.
Borgues. Escriba, dijo y movió la mano como escribiendo en el aire.
¡Borges! dijo Muv
Sí. Borges. Cristo estudia español aquí. Él quiere ver Arguentinen una vez.
Argentina, dijo Muv.
Argentina, repitió el gringo remarcando el sonido de la g. Cristo aprende rápido.
Llegaron al Prado. Hicieron la fila para entrar. Se quedaron juntos toda la tarde.
Salida
Che, cuánto hace que no limpiás, le dijo.
Yo te avisé. ¿Querés algo?, contestó Salvador.
Silvina caminó por el comedor, esquivando ropa, sobres de impuestos, zapatillas, vasos y ceniceros llenos de colillas de cigarillos.
Podrías haber vaciado los ceniceros, por lo menos, reclamó.
¿Por qué? dijo Salvador haciendo un gesto burlón.
Porque venía yo, dijo Silvina desafiandolo con la mirada.
Seh, dijo Salvador. No tuve ganas. Sentate donde puedas. ¿Tomás café?
¿Las tazas estarán limpias? preguntó Silvina.
Ahora las escupo un poco, respondió Salvador.
Mientras esperaba que la cafetera dejara de filtrar, Salvador buscó dos tazas. Eligió las que nunca usaba. Unas que le había regalado su madre, cuando se mudó y que descansaban detras de todas las demás, en la alacena.
Cuando se dio vuelta, Silvina estaba casi pegada encima suyo.
Y cómo te va, le preguntó acariciándole un pectoral.
Mal, contestó Salvador y se sacó la mano de encima. Sirvió el café.
Vamos, dijo.
Apoyó una taza en cada punta de la mesa. Se sentó.
Silvina corrió la taza hasta el lugar más próximo a Salvador y se sentó allí.
¿Por qué te va tan mal? preguntó mientras se sacaba el pelo de encima con un ademán gatuno.
Porque Muv no vuelve, no llama, no escribe, contestó.
Bueno, dijo Silvina, estará haciendo su vida, allá. ¿No se fue a empezar de nuevo? Estará empezando. Conociendo gente, esas cosas. Vos tendrías que hacer lo mismo.
No conocés a Muv. No tenés idea de lo que estás diciendo. Debe estar sola todo el día, caminando y escuchando música. Mirando todo pero sin hablar con nadie. No empezó nada. Se fue por cagona.
Silvina se acercó un poco más. Comenzó a acariciar a Salvador entre los dedos.
No vale la pena que sigas pensando en eso, dijo. ¿De qué te sirve una mina miedosa? Además, una histerica que te tuvo a maltraer veinte años.
Qué sabés, contestó Salvador. No hables de lo que no sabés.
Pedro me contó, dijo Silvina. Me contó todo.
Salvador movió la mano.
Muv es lo único que vale la pena, ahora, dijo Salvador. Si acepté que vinieras hasta acá es porque me pareció que no daba decirlo por teléfono. Entre vos y yo no pasa nada. No va a pasar. Y me arrepiento de lo poco que pasó. Tranquilamente podría haberlo evitado.
Silvina lo miró. Respiraba rápido. Se movió de lugar. Tomó un trago de café.
Al final, eras boludo en serio. Aceptaste que yo viniera hasta acá para decirme esto. No vine a proponerte casamiento, Salvador. Quería coger, entendés. Coger. Si querés hablamos de Muv y yo te cuento mis hazañas. Te convertís en el amigo gay que siempre quise tener. ¡Ah! Cierto que a vos ese papel te sale bien. ¿No fuiste eso para Muv durante mucho tiempo?
Estás hablando de más. Demasiado. Entre vos y yo no pasa nada. No va a pasar nada, dijo Salvador. Y es bueno que te quede claro.
Me hubieses ahorrado el viaje, contestó ella parándose. Es una pena. En dos semanas, te olvidabas de Muv para siempre, conmigo.
Me hubieses ahorrado el discurso, la segunda vez que te dije que no, agregó Salvador. No sabés lo que decís.
Te morís de ganas, le dijo Silvina acercándose.
No, respondió Salvador y también se paró.
Sí, te morís de ganas, pero la sacrosanta Muv puede enterarse y esta vez, irse a Japón. ¿Qué tiene Muv de tan importante? A ver, decime. ¿Qué tiene que todos la extrañan tanto?
Todo lo que te falta a vos, dijo Salvador y camino hacia la puerta.
¡Cómo cambiaste de idea! La otra vez no te pareció que me faltaba tanto, le dijo Silvina con furia.
Te acompaño, contestó Salvador y se acercó a la puerta.
miércoles, marzo 21, 2007
Rebotes
martes, marzo 20, 2007
Desvío
lunes, marzo 19, 2007
Desalmado
Si tan solo hubiese pensado antes. Un rato antes, dijo y se subió a un colectivo, directo a su casa.
domingo, marzo 18, 2007
Caída
Sintió el peso de un brazo sobre su espalda. Unas manos, que le acariciaban la cintura, comenzaron a subir por los costados de su cuerpo. Escuchó una respiración.
¿Salvador? preguntó, ¿Sos vos?
Volvé a casa, le dijo una voz que no pudo reconocer, que no se parecía a ninguna de las que conocía y al mismo tiempo a todas, mientras la fuerza de las manos comenzaba a aumentar. Volvé a casa. Volvé.
Empezó a sentirse ahogada. Tuvo miedo. El corazón le latía más rápido que todas las otras veces que se había asustado.
Luchó contra esas manos que la ahorcaban. Se oía combatir por conseguir aire, el sonido rasgado y áspero que hacía el poco aire que conseguía cada vez que intentaba zafarse, encontrar una bocanada más, algo que le permitiera deshacerse de esas manos, del peso de ese cuerpo que la apretaba cada vez más contra el colchón.
De alguna forma pudo darse vuelta. No abrió los ojos. Extendió los brazos con fuerza para sacarse a esa voz con peso de encima. No voy a volver, no voy a volver, repitió ahogada.
Rodó sobre el colchón. Un segundo de aire y un golpe en todo el cuerpo. La cara chocando contra una superficie dura. Y la presión sobre el cuello que había desaparecido. Se quedó inmóvil durante un momento. Después se controló lentamente, tocándose el lado sobre el que había quedado apoyada.
Con los ojos todavía cerrados, estiró un brazo. Tanteó la mesa de luz, el borde de la cama. Se paró y buscó la llave de la luz.
Se encontró en la misma habitación a la que había entrado unas horas antes. La cama deshecha. Revisó que la puerta estuviese cerrada. La llave colgaba de la cerradura con dos vueltas. La ventana, tan cerrada como cuándo llegó.
No voy a volver, se dijo, mirándose a los ojos. No voy a volver. Aunque me lo tenga que repetir cada minuto de cada hora de cada día. No voy a volver. Aunque no vuelva a dormir. No vuelvo.
Miró la habitación. Entró al baño a mojarse el golpe. Apenas apoyaba los dedos sobre el pómulo. No sintió ganas de llorar. Aunque me golpee todas las noches, no voy a volver, sabés, le habló al espejo del baño.
viernes, marzo 16, 2007
Huérfanos
Llegar
Bajó del avión. Pisó suelo español. En Barajas hacía frio y su buzo con capucha no lograba repararla del todo del viento. Antes de colgarse la mochila en la espalda, sacó el reproductor de música. Lo colgó de su cuello, como un crucifijo y caminó hasta el ómnibus que la transportaba a la cinta del equipaje. Play.
Respiró. Una bocanada de aire frío le entró por la boca y el viento le voló el pelo que por un momento se le metió en los ojos. Al fin, dijo, por fin. Sonrió por primera vez. Una sonrisa amplia que mostraba todos los dientes y ojos brillantes, pero brillantes de alegría, esta vez, después de tanto tiempo. Alguna gente del omnibus, al verla, le sonrió.
Se acercó a la cinta. Esperó con ansiedad su equipaje. Cuando lo vió aparecer, extendió el brazo y de un solo tirón lo depositó en el piso. El marido/novio de los asientos vecinos se acomodó a su lado.
Caminó apurada. Hizo una fila corta para tomar el taxi. Toledo 111, le indicó al conductor. Al Finisterre, dijo el chofer. Sí, respondió Muv.
Muv cantaba susurrando mientras el taxi avanzaba a paso de hombre por la salida de Barajas.
El camino a Finisterre, un hotelucho que Muv había tenido la precaución de contratar por tres días, era igual a cualquier camino del aeropuerto a la ciudad. Zonas despobladas, monoblocks, autos y más autos.
Llegó al hotel. Gastó los primeros euros de su estadía. Entró, arrastrando su valija. Mabel Holm, 32, argentina, escribió. Y luego, tachó Mabel y puso Muv. Habitación 301. Subió la valija arrastrando las ruedas por los quince escalones que llegaban al ascensor. Hoy podría levantar un elefante, dijo Muv, cuando abrió la puerta de la habitación y encontró una cama doble, una mesa minima, una silla y la puerta de un baño.
Dejó la mochila sobre la cama, la valija cerca de la ventana. Se sacó la ropa. Caminó, descalza y desnuda, hacia el baño. Abrió la ducha. Se metió debajo del agua.
Ahora sí, Muv, se dijo, esto es empezar de cero. Es un cuaderno nuevo, no lo vayas a arruinar.
Se sintió suelta. Se felicitó por haberse ido. Se abrazó el cuerpo, se acarició la cara. Se quedó debajo de la ducha, dejando que la lluvia le recorriera el cuerpo.
Esta es la oportunidad, Muv, se dijo en voz alta, mientras se secaba con cuidado, como si su cuerpo, su cicatriz, cada uno de los golpes que le dolían por todos lados fueran parte de un objeto precioso y frágil, una nueva oportunidad. Vos ya sabés como es esto: barajar y dar de nuevo.
Se miró al espejo. Notó que tenía lindos ojos y linda boca, que si se reía, las pecas sobre su nariz, resaltaban. Que los huesos de su clavícula se asomaban y que en el medio, un lunar parecía un pequeño adorno decorativo.
Va a estar todo bien. Vamos a estar bien, le dijo a la imagen del espejo. Todo lo que necesitamos es una oportunidad, o dos, o tres o cuatro. Por primera vez, estar sola, no era un problema. Salió del baño. Abrió la cama. Se acostó. Después de tantos días, después de resolver a las apuradas, después de hablar, de llorar, de viajar, Muv, por fin, durmió.
jueves, marzo 15, 2007
La otra
martes, marzo 13, 2007
Solo
El taxi llegó a la hora acordada. Tal como Muv lo planeó, nadie estaba ahí para despedirla. Le bastó una cena de bocados atragantados con toda la familia. Era más que suficiente. No quería irse con el ladrillo en el estómago ni el adoquín en la garganta.
Ezeiza, le dijo al chofer y se calzó los auriculares para evitar la charla. No tenía ganas de explicarle a un extraño que se iba porque ya no le quedaba nada en Buenos Aires. Y aunque se iba contenta, algo le pasaba con eso de irse. Dejarlo todo, volver a nacer, todo muy lindo. Enfrentarse, pasados los treinta, a un mundo todo nuevo estaba bastante lejos de ser el final del plan que se había trazado cuando era una nena. Ella creía, cuando tenía cinco, seis, siete años, que cuándo fuera grande, grande como su mamá, tendría una casa llena de hijos corriendo por el parque y un marido, un hombre, alto, alto como su papá, con el que ir al cine y que la iba a abrazar cuando la película fuera muy triste y ella llorara.
Pero no quería recordar. No iba a subirse al avión con la caja de recuerdos abierta.
Eran las cinco de la mañana y la ciudad estaba mojada y brillaba como cualquiera de esas madrugadas en las que volvía, con Salvador generalmente, a dormir un poco o a tomar mate y fumar.
Pase lo que pase, siempre vas a ser mi mejor amigo. Aún a pesar mio, pensó.
El paisaje cambió en la autopista. Se detuvo a mirar los autos que pasaban fugaces cerca del taxi en el que viajaba. Jugaba a seguir a cualquier auto, hasta que se le perdiera de vista para no pensar, mientras escuchaba la música que había seleccionado especialmente.
"It's easier to leave than to be left behind, leaving was never my proud. Leaving New York, never easy. I saw the light fading out" cantaba Stipe, mientras el taxi se acercaba a Ezeiza.
Pagó el viaje. Arrastró su valija hasta el mostrador de la aerolínea.
Unos chicos con tablas de surf dormían en los asientos de alambre. Una familia despedía a un hombre de traje. Otros hombres compraban diarios y revistas.
Despachó el equipaje. Aún faltaban dos horas para embarcar. Se sentó en el bar a tomar café. Seguía con los auriculares puestos. Revolvía el café mirando el vórtice que formaba la cuchara, cuando alguien se sentó frente a ella.
Estiró la mano, le sacó un auricular.
Uff, pensé que no llegaba.
Muv levantó la vista y otra vez, como salido de abajo de la tierra, Salvador.
¿Por qué viniste? dijo Muv.
Porque quiero ser el último que te vea. Tu abuela fue la única que me quiso decir la hora del vuelo.
Muv sonrió apenas. Siguió tomando su café. Hablaron del tiempo, de las horas de vuelo, de la película que darían en el avión. Salvador se rió como en los tiempos en que Salvador se reía y a Muv le dio un poco de tristeza que todo hubiese salido tan mal pero se sacudió esa idea de la cabeza.
Te voy a extrañar, dijo Salvador dos veces, pero no, no te enojes. No vengo a decirte nada más que eso.
Y yo también, pensó Muv. Cuánto te voy a extrañar.
A Muv cada tanto se le fruncía un poco el mentón. Se le ponían los ojos colorados.
Salvador le acariciaba la espalda, le tocaba el pelo. La acompañó hasta que embarcó.
No tiene sentido que te vuelva a pedir que te quedes, no? preguntó Salvador y ahora fue a él al que se le frunció el mentón y se le pusieron los ojos colorados.
Muv negó con la cabeza y lo agarró del brazo. Caminaron los metros que quedaban hasta la fila para preembarcar.
Antes de entrar al pre embarque, Muv abrazó a Salvador. Nos vemos, le dijo.
Sí, nos vemos pronto, contestó Salvador, te espero. De verdad.
Siguieron abrazados un rato más. Muv empezó a soltarse.
Cuidate, Salvador. Cuidate mucho.
Te espero. Volvé. Te quiero, dijo él.
Se separaron. Muv empezó a caminar. Llegando a la puerta del pre embarque, giró.
Salva, dijo.
Salvador se acercó.
Le sonrió. Lo hizo agachar un poco, le dio un beso en la frente.
Estoy contenta, le dijo, ¡me voy!
Volvió a caminar, el corazón le latía fuerte, pero se obligó a no llorar. Vos no llorás más, Muv, nunca más.
Se internó dónde Salvador ya no pudo verla.
Salvador se quedó un rato ahí. Secretamente, esperaba una resolución alla Hollywood, en dónde Muv, arrepentida, saliera del preembarque. Pero no sucedió.
Y, fue ahí dónde se dio cuenta, rodeado de extraños que lo empujaban con las valijas y le pedían disculpas, que después de tantos años, se había quedado irremediablemente solo y que Muv, bueno... Muv tenía el mundo, todo para ella.
lunes, marzo 12, 2007
Souvenir
domingo, marzo 11, 2007
Justicia
Archivo
viernes, marzo 09, 2007
Despedida I
Viajar
Fue lo mejor que te pudo haber pasado, dijo la Oma por teléfono cuando llamó más temprano, siempre pasa lo mejor que a uno puede pasarle.
Y Muv contestó que sí, pero con poca convicción.
Lametablemente, vos no sos de esas mujeres que se lo aguantan todo al hombre, Muv. Otra, en tu lugar, lo dejaría pasar, reconoció la Oma, pero las desilusiones más vale que lleguen temprano antes que tarde. Ese chico no es para vos, nunca lo fue.
Fue lo último que le escuchó decir antes de cortar.
Y cuál es el que es para mí, decime Oma, preguntó Muv mientras colgaba el teléfono. ¿No hay más? ¿Se terminaron? ¿Hasta cuándo voy a tener que seguir con la prueba y el error? ¿Hasta cuándo?
Después de hacerle esas preguntas al aire y de buscar el atado que desde hacía unos días permanecía cerrado, se acostó en el suelo.
Hizo una lista rápida: tres noviazgos importantes y fallidos. Y Salvador. Idas y venidas con todos esos de los que no recuerda el nombre. Demasiado para un solo cuerpo.
Lo mejor de todo es que no puedo llorar más. Se me terminaron las lágrimas, para siempre.
Recordó un juego bestia que jugaba con su papá cuando apenas era una nena. Jugaban a los cocazos. Golpeaban cabeza con cabeza. Ella tenía cuatro o cinco años. ¡Cocazos! decía y cabeceaba a su papá, cuándo lo tenía cerca, en la frente.
El primer cocazo le dolía mucho, el quinto ni lo sentía.
Esto mismo tiene que pasar con el corazón, se explicó. Si te golpeas en el mismo lugar tantas veces seguidas, perdes sensibilidad. No me puede seguir doliendo tanto. No me tiene que doler.
Apretó la colilla contra el vidrio del cenicero. Al tanteo, manoteó el atado de cigarillos, encendió otro y otra vez, una bocanada de humo que le recorrió el cuerpo, los ojos cerrados.
Me tengo que ir de acá, dijo decidida. Viajar, irme a un lugar donde no conozca a nadie y nadie me conozca. Aunque a todos les parezca que me escapo. No me importa. Cortar con todo esto. Desaparecer. Desaparecer un tiempo. Guardarme en un lugar en dónde la gente hable otro idioma, tenga otras formas y otras costumbres. Estar callada mucho tiempo sin que a nadie le preocupe qué me pasa y termine preocupándome porque se preocupan. Dónde haga frío y lo único importante sea que no se me congele la nariz. Donde pueda llorar, venirme abajo, donde no haya consuelo, por que nada me consuela esta vez. Ocuparme todo el tiempo. Conseguirme un trabajo o dos o tres. Trabajar hasta caerme molida sobre la cama y que pasen los meses.
Volvió a pitar.
Eso no lo puedo hacer acá. Como las otras veces, van a querer sacarme adelante entre todos, alegrarme, acompañarme y esta vez, por primera vez, no quiero a nadie cerca. Voy a borrar una gran parte de mi vida. Y no quiero testigos que me recuerden que no voy a poder borrar todo.
Pensó en la Oma, en su hermana, en sus padres. En las caras de terror que pondrían cuándo les dijera que planeaba irse, dejar todo, cerrar e irse. Y volver, en algún momento, cuándo esté lista. Explicarles que esta vez no era como las otras. Que chocarse con Salvador en cada lugar, en cada objeto, le hacía todo más difícil. Se escuchó diciéndoselos, ensayando antes, y notó una seguridad que nunca antes había tenido.
Es lo único que me queda por hacer. Si me hubiera enterado antes de que todo esto que siento, me iba a doler tanto, hubiese puesto distancia antes. Es lo último que me queda: una distancia que mate todo.
Se levantó del suelo de un salto. Caminó hasta el teléfono y marcó el número de Salvador.
Soy Muv, dijo. Me gustaría verte esta tarde, Salvador. Por favor, llamame cuando llegues de trabajar. Tengo que decirte una cosa muy importante.
Después colgó y volvió al suelo. Y así estuvo un largo rato. Hasta ahora.