lunes, diciembre 31, 2007

Ellos

Ella caminó hasta la puerta. Él la siguió en silencio. Despidieron a Jerónimo.
Podés venir cuando quieras. Ahora, más que antes, dijo Muv y le dio un beso con ruido en el cachete.
No la cagues, pendejo. Portate bien. Cuidate, dijo Salvador y lo abrazó.
Jerónimo dijo todo que sí y giró sobre sus talones para mover la mano, mientras lo miraban desde la puerta de calle.
Entraron cuando sólo quedaba un puntito de Jerónimo en la distancia.
Ella lo miró y sonrió.
El la miró y sonrió.
Sabés que es lo que más me gusta de vos, Salvador, le preguntó con tono solemne.
Que soy tan hermoso?
No, además de eso.
Qué soy tan exitoso y tengo esta fortuna multimillonaria, dijo Salvador.
No. Que sos un idiota, dijo Muv y largó una carcajada.
Ah, sí. Mi idiotez ha conquistado a más de una, dijo Salvador y le sacó la lengua.
En serio, nabo.
Qué carácter te está apareciendo desde que te convertiste en madre. Qué paciencia voy a tener que tener.
Querés saber o no querés saber.
Quiero.
Bueno, lo que más me gusta de vos es que querés bien a la gente. Y que vas a ser el mejor padre que puede tener mi poroto.
Nuestro poroto!
MI-PO-RO-TO. Hasta que nazca es mío, mío, dijo Muv y puso la mano de Salvador en la panza, que era la misma de siempre, pero con un poroto de 1,3 cm.
Bah, qué me importa. Va a vivir más tiempo afuera de tu panza que dentro de ella. Así que, quedatelo por ahora. Pero te adelanto: es una nena y va a ser mi novia toda la vida.
Que me importa, dijo Muv. Madre hay una sola.
Por suerte, dijo Salvador. Imaginate si nosotros tuviéramos dos o tres.
Suicidio, respondió Muv.
Juntaron los vasos y los llevaron a la cocina. Después se fueron a acostar.
Muv esperó un rato antes de hablar.
Terminaste de rezar, le preguntó a Salvador.
Sí, ya está. Tengo sed. Voy a buscar algo para tomar. Querés algo.
No. No quiero nada.
Uff, justo cuando me había acomodado. La puta madre. Ahí vuelvo.
Salvador prendió el velador y fue caminando como siempre camina hasta la cocina, sin prender el resto de las luces.
Muv se tocó la panza. Cerró los ojos y se quedó dormida.
Salvador la miró dormir durante un rato largo, primero, apagando su sed y después de terminar de tomar. La vio feliz, la vio como siempre había querido verla.
Apagó la luz y se acostó acomodando el cuerpo a la silueta de Muv.
Sabés qué es lo mejor de todo esto, le preguntó Muv entredormida.
Qué es.
Que somos muy felices y estamos los tres vivos. Y nunca más vamos a estar solos. Nunca más en la vida porque ahora tenemos a alguien que nos necesita.
Amén, dijo Salvador.
Durmieron hasta el mediodía. Cuando se levantaron, empezaron a discutir dónde iban a poner la cuna.


No fue un poroto. Fueron dos: Ignacio y Guillermina. Nacho y Guille para todo el mundo.
A Guille desde que nació, le gustó dormir arriba del pecho de su papá y Nacho heredó la boca de su mamá, los rulos de su papá y no puede estarse quieto pero esa es otra historia. Hasta acá, la historia de Muv o de Salvador o de Muv y Salvador. Una historia con final feliz.
Por fin sentaron cabeza, esos dos, hubiese dicho la Oma. Seguro lo dijo desde arriba. Y seguro, segurísimo, sonrió.



Navidad

Mamá estuvo revisando los análisis y todo pareció dentro de los límites aceptables. Papá fumó en la galería hasta que lo llamaron a la mesa. Isabel ayudó en la cocina. Emilia se quedó tirada en el sillón mientras Jerónimo pasaba de canal en canal.
Muv y Salvador preparaban las fuentes. Todo frío. El calor suicidaba moscas y nadie se animaba a prender una sola hornalla.
Cuando la comida estaba servida, cuando todos se sentaron a la mesa, cuando el plato vacío que tenía delante la foto de la Oma seguía vacío, Salvador golpeó la copa con el tenedor.
Tengo que decir unas palabras y ustedes ya saben que no soy muy bueno hablando, dijo.
Mamá, papá e Isabel miraron a Salvador con desconfianza. Qué irá a decir este, pensaron los tres.
Muv también golpeó la copa con el tenedor.
Momento. Yo también tengo algo para decir.
Lo voy a decir yo, dijo Salvador.
Y vos por qué, dijo Muv.
Porque soy el hombre de la casa.
Por ahora, dijo Muv.
Soy el hombre de la casa.
Dale, Salva, dijo Jero. Qué pasa.
Las voces de los demás se plegaron a la pregunta de Jerónimo. "Hablá si vas a hablar", dijo Isabel. "Dale, nene", dijo Emilia; "este pibe" dijo papá; "dejenlo hablar", dijo mamá.
Bueno, dijo Salvador, tenemos que darles una noticia.
Se casan, dijo papá.
Ay, pá, dijo Muv, no. Qué nos vamos a casar. Ya estamos casados.
Cuestión de criterios, dijo papá
El señorito será muy el hombre de la casa pero la que está embarazada soy yo, dijo Muv.
Se hizo un silencio.
Chota, le dijo Salvador.
Muv le sacó la lengua.
El primero en pararse fue papá y sorpresivamente, abrazó a Salvador.
Mamá e Isabel se agarraron las manos.
Un sobrino, la puta que lo parió, vamos! dijo Jerónimo y empezó a saltar: "Ten-go-un-so-bri-no-la-pu-ta-que-lo-pa-rió; ten-go-un-so-bri-no-la-pu-ta-que-lo-pa-rió" con ritmo de cancha. Emilia se sumó al cantito.
Y todos se abrazaron y las madres lloraron y los padres se palmearon. Los hermanos se abrazaron. Los nuevos padres se besaron y todos aplaudieron.
El plato de la Oma siguió vacío pero nadie se atrevió a pensar que no andaba por ahí, con ellos, participando del festejo.
Al fin, hijita, dijo mamá. Por fin vas a encaminar tu vida.
Sí, dijo Isabel, aprovechá a dormir porque una vez que nazca, no dormís más.
Cierto, dijo mamá.
Y Muv que estaba tan contenta como no había estado nunca le dió un beso con ruido a su mamá y delante de todos se animó a declarársele.
Vos no sabés cómo te quiero, má, dijo Muv y se le quebró la voz, porque en esa declaración había mucho de "no sabés como te necesito".
Jerónimo y Emilia seguían cantando y saltaban.
Bailemos, dijo Muv.
Qué milonguera me saliste, dijo papá.
La comida no se enfría, dijo Muv.
Y no, dijo Salvador. Bailemos.
Emilia fue la que puso música.
No sé por qué, pero este tema siempre me hace acordar a vos, le contó.
Jé, dijo Muv cuando escuchó los primeros acordes y le hizo subir el volumen.
Bailaron todos, papá con Muv; mamá con Salvador, Isabel con Jerónimo que no paraba de saltar y Emilia que se colaba, por turnos, en cada pareja. Estaban todos tan contentos. Y por primera vez, en muchos años, Navidad fue una fiesta. Y fue algo parecido a la felicidad.


domingo, diciembre 30, 2007

Poroto

Se bajó del avión atropellando a medio mundo. Fue la segunda en asomarse por la puerta de los vuelos arribados y movió la cabeza buscando la cara de Salvador, mientras Joaquín la seguía apurando el paso.
Tené, le dijo a Joaquín cuando vio la cabeza de Salvador entre la gente y le tiró la mochila encima. Salió corriendo y se le trepo. Antes de llegar, dio un salto y le cayó encima con piernas y brazos.
Salvador mantuvo la verticalidad a pesar del envión de Muv que lo abrazaba con piernas y brazos y le decía que por fin, por fin, había vuelto a casa.
Vamos a tener un bebé. Vamos a tener un bebé, Salvador.
Salvador la miró sin entender. Pestañó dos veces, tres, como si Muv le hablara en japonés, como si no entiendiera lo que le decía. Sorprendido, atontado, confundido.
Eh? Uh. Ah!, dijo Salvador y la cara le fue cambiando a medida que iba entendiendo mientras veía como Joaquín se paraba a un metro de ellos y sostenía la mochila de Muv, mirando hacia la calle.
Vas a ser padre, Salva. Estás contento? Yo reviento de la alegría. No veía la hora de venirme a casa.
Tus análisis están todos bien, dijo Salvador, todavía sorprendido.
Obvio, dijo Muv, mirá si van a estar mal justo ahora. Vamos a tener un bebé. Un hijito. Nosotros dos. Todo nuestro. Tuyo y mío. No estás contento.
Estoy... tarado, dijo Salvador.
Muv se bajó del cuerpo de Salvador y caminó hasta Joaquín.
Gracias, che, le dijo. Le sacó la mochila del hombro, le dio un beso y le palmeó la espalda. Y se olvidó completamente de él, cuando dio la vuelta y caminó hasta Salvador para agarrarlo de la mano.
Salvador miró a Joaquín y lo saludó de lejos con la mano. Joaquín movió la cabeza como saludo y desapareció hacia la calle.
No te quería decir por teléfono. No quería decirte ni una sola palabra por teléfono porque te quería ver la cara pero ahora que te veo la cara, no sé si no hubiese sido mejor decírtelo por teléfono para que me prepararas una suelta de globos de bienvenida, dijo Muv.
Bueno, y qué querés. Yo esperaba una caja de chocolates. Un buzo, como mucho. Mirá que souvenir me traes. Un bebé.
Se lo dijo sonriendo mientras le apretaba fuerte la mano y le sacaba la mochila y se la colgaba en la espalda.
No me voy nunca más a ningún lado, dijo Muv. Qué embole ese pibe. Seguidor como perro chico. Un idiota.
Se hizo el pelotudo?
Nah. Qué se va a hacer. Es. Pero qué me importa. Tengo ganas de saltar, dijo Muv y empezó a saltar por el pasillo del aeroparque.
Quedate quieta, a ver si se te cae la criatura, dijo Salvador.
El poroto. Nuestro poroto.
Qué bueno soy pidiendo autógrafos, eh, dijo Salvador y levantó una ceja.
Qué buena que soy firmándolos, dijo Muv que saltaba alrededor de Salvador como si fuera Bambi.
Bueno, bueno, quietita. Ahora que vas a ser madre, hay que cuidarte más.
Ah, no. No me empieces a romper las pelotas. Me vine corriendo del sur para bailar con vos toda la noche. No estoy enferma. Estoy em-ba-ra-za-da, dijo Muv y miró a una mujer que le pasaba por al lado. Estoy embarazada, señora, feliciteme.
Te felicito, dijo la mujer.
Gracias. Sabe qué? Me lo merezco. No sabe cómo me merezco estar embarazada, dijo Muv.
Salvador se empezó a reír como se rió siempre, como se reía antes, cuando era el mejor amigo de Muv, como ahora, que iba a ser padre del primer hijo de Muv.
Cuando se enteren los abuelos, dijo la mujer, mientras caminaba, despidiéndose.
En Navidad, no, preguntó Salvador.
Obvio, dijo Muv. Mañana mismo salimos a comprar regalos para Poroto.
Dejá de decirle así, pobre criatura.
Y cómo querés que le diga. Embrión querido de mi alma es una porquería de apodo.
No, no sé. Bebé, decile.
Pero si todavía no es un bebé, es un Poroto. No me discutas a mí que soy la madre.
No le digas Poroto a mi hijo, dijo Salvador.
Así fueron todo el camino. Que Poroto, sí; que Poroto, no. Que mi hijo; que es el mío. Pero cuando llegaron a casa, se pusieron a saltar. No había nada que exorcizar esta vez. Estaban celebrando con la música a todo lo que da.

sábado, diciembre 29, 2007

Ciclo

Revolvió en la mochila y sacó la caja. Faltaban quince minutos para que Joaquín pasara por su habitación a buscarla para salir a cenar.
Se metió al baño y sintió que todo el cuerpo le temblaba. Levantó la tapa del inodoro, se bajó la bombacha y se sentó. Abrió la caja del test y leyó con atención las instrucciones.
Metió la mano con el contenedor entre las piernas. Cerró los ojos. Puso cara de asco cuando sintió que se le mojaba la mano pero con cuidado la sacó de entre las piernas y apoyó la tira sobre el mármol del lavatorio. Metió la tira dentro del contenedor. Miró el reloj. Cinco minutos, pensó, sólo cinco minuto.
Se secó y con una mano sola se subió la bombacha. Se lavó las manos cuidando de no salpicar la tira.
Salió del baño y fue directo a la agenda y buscó entre los días de los meses pasados, las cruces rojas. Contó. Tres semanas y dos días. Demasiado atraso. Demasiado.
Joaquín llamó por teléfono.
Me falta, dijo Muv. Estoy viendo que me pongo. Sí. En media hora.
Que tipo hinchapelotas, dijo, colgando el tubo. Qué le vi yo a éste, esa vez. Qué mal estaba, por favor.
Volvió corriendo al baño. Se arrodilló y clavó la vista en la tira. Habían pasado tres minutos.
Por favor, por favor, por favor, dijo, arrodillada frente al lavatorio. Si no es ahora, cuándo. Por favor, por favor. Oma, Omita, que sea, que sea.
Cuatro minutos.
La puta madre que lo parió, por qué no compré el otro que era más rápido. Concha de mi madre, dale tiempo, pasá de una vez.
Le empezaron a doler las rodillas. Se sentó apoyando la espalda sobre la pared de la bañera. Intentó cantar una canción para tranquilizarse pero no pudo.
Se miró los dedos de los pies y después, los de las manos.
Se puso el índice en la boca. Lo mordió. Se pegó con la otra mano.
Eso no lo hacés más, estúpida.
Miró el reloj: cinco minutos. Cerró los ojos y los fue entreabriendo de a poquito, con miedo de lo que podía encontrar.
Dos rayas. Cinco minutos y dos rayas. Dos rayas.
Dos rayas, dijo Muv y buscó, desesperada, las instrucciones del test que había dejado tiradas dentro del bidet.
Dos rayas, leyó. "Dos líneas de color significan que estás embarazada (independientemente de la intensidad del color)"
Dos rayas, volvió a decir Muv. Dos rayas, carajo!
Salió corriendo hacia la habitación. Se tiró en la cama con fuerza y su cuerpo rebotó contra el colchón de resortes.
Dos rayas, carajo! Dos rayas. Lo llamo a Salvador. No. No lo llamo. Se lo digo mañana. Me quiero ir a mi casa. Me quiero ir a mi casa, ahora. Qué estoy haciendo acá.
Se paró sobre el colchón.
DOS-RA-YAS, cantó como si el colchón fuera la popular de una cancha. DOS-RA-YAS.
Sonó el teléfono. Joaquín, otra vez.
Pero todavía no estoy, te dije, dijo, agitada. Mah sí, me pongo cualquier cosa y bajo. Esperame abajo.
Se puso el mismo jean que había usado todo el día. Se cambio la remera por una con capucha y se colgó de la tira del bolso, el único buzo que había llevado.
Cuando bajó no supo cómo ocultar la sonrisa.
Qué linda, dijo Joaquín cuando la vio.
Gracias, che, dijo Muv. Dónde vamos?
Me recomendaron un restó que está un poco alejado del centro pero que es muy íntimo y la comida es del mejor nivel.
Intimo, dijo Muv, para qué queremos un "restó" íntimo, vos y yo. Vamos al bar de acá a la vuelta.
Pero no, dijo Joaquín, vamos al que me recomendaron. Vamos a poder hablar más tranquilos.
"Hablar más tranquilos", pensó Muv, éste coso se piensa que yo nací ayer.
Vamos al de acá la vuelta, dijo Muv. Yo puedo hablar tranquila con vos en cualquier lado.
Pero me recomendaron mucho ese lugar, Muv. Vamos, lo conocemos, si no te gusta...
Che, Joaquín, mirame: Me hice el evatest recién y estoy re embarazada. Quiero ir a comer al bar de acá a la vuelta y volver corriendo a llamar a Salvador. Me entendés, no?
Joaquín se acomodó los anteojos. Tragó saliva y dio un paso hacia atrás.
Perfectamente, respondió.
Cuánto me alegro, dijo Muv. No me hubiese gustado pasar un mal momento.
No sé de qué estás hablando, dijo Joaquín.
Muv lo miró, inclinó la cabeza y sonrió de costado.
De que a lo mejor me daban ganas de vomitar. De eso hablo. ¿Qué pensaste? Que vos y yo... Ay, por favor! A quién se le va a ocurrir algo así.
En el bar de la vuelta, Muv comió un sandwich de milanesa acompañado de coca cola y de postre, una porción enorme de torta de chocolate. Lo devoró con tantas ganas y tan rápido que Joaquín se atrevió a preguntarle si siempre comía de esa manera.
Nunca, dijo Muv. Jamás. Pero hoy estoy tan contenta que me comería todo lo que hay acá. Ah, me quiero volver a mi casa. No veo la hora de estar en mi casa y de verlo a Salvador.
Sí, dijo Joaquín. Me dio la sensación de que te querías volver.
Y más bien, dijo Muv y siguió comiendo su porción de torta hasta dejar el plato casi sin una sola miga.


jueves, diciembre 27, 2007

Hermano

Pendejo, feliz cumpleaños, dijo Salvador por teléfono, de celular a celular.
Salva! Llamaste! Gracias! dijo el pendejo emocionado.
Qué tal va ese cumpleaños.
Una mierda. Mimadre está en el shopping y tupadre tenía un revoleo esta noche, así que, pasaré el cumpleaños como si fuera cualquier día.
Y tu novia?
Ya se fue al sur. Si junto unos mangos, la veo a mitad de enero pero no sé si llego. Y Muv?
Ah, mirá vos, también está en el sur. La mandaron de la revista, vuelve el jueves.
Ah, dijo el pendejo. Qué buena mina. Yo sabía que iban a terminar juntos.
Entonces, hoy no festejas?
Y no. Con quién.
Venite a casa, dijo Salvador. Yo llego a las seis y media del laburo. Pedimos una pizza, tomamos algo. Nunca festejamos un cumpleaños los dos juntos.
Dale. Gracias, Salva.
De nada, pendejo. Venite, dale. Te espero tipo ocho, así tenés tiempo para hacer tus cosas.
Pero puedo antes, eh. Te paso a buscar por el laburo, si querés. Decime. Si querés voy,eh. Si querés podemos ir a cenar afuera. Yo te invito, dale.
No, Jero. Nos vemos en casa a las ocho. Te espero.
Uh. Bueno, dale. A las ocho, estoy ahí. Gracias, Salva.
Nada. Abrazo. Después nos vemos.
Salvador colgó y cuando salió de trabajar, pasó por un negocio y compró una remera. Pensó en tupadre y lo puteó bajito. Un tipo que tiene hijos pero no sabe ser padre no debería tener hijos, dijo pero en el viaje, mientras pensaba en padres e hijos, lo disculpó un poco. Él no estaba seguro de saber exactamente qué clase de padre sería. De lo único que estaba seguro es que nunca, nunca en toda la putísima vida, sería como tupadre. Regando hijos por ahí. Lastimando mujeres. Nunca. Nunca como tupadre. Promesa.
Ocho menos cuarto, el timbre sonó dos veces. Salvador abrió la puerta y el pendejo, largo y con el pelo lacio, más blanco y más flaco, lo abrazó fuerte. Y los anteojos de marco grueso.
Qué ganas de verte que tenía, le dijo mientras Salvador le palmeaba la espalda.
Feliz cumpleaños, pendejo. Estás más alto que yo, la puta que te parió.
Jerónimo se rió fuerte y no dejó de abrazarlo hasta que llegaron al comedor.
Tomá, che. Feliz cumpleaños. Veintitrés, no?
Veintitrés, si.
Salvador pensó en que hacía más de veinte años que estaba sin tupadre en su vida. Y en lo poco que veía a Jerónimo y no porque no lo quisiera, sino porque le daba pena, a veces, verlo tan solo, tan abandonado.
Jerónimo se acomodó los anteojos y abrió la bolsa. Una chomba rayada.
Buenísima. Me encanta. Muchas gracias. Qué linda la casa. Hiciste todo vos?
Un poco, sí. Birra?
Claro, dijo Jerónimo y no se le iba la sonrisa de la cara. Hermosa, la casa. Qué lástima que no está Muv.
Sí, bueno... vuelve el jueves.
Gracias, Salva, dijo Jerónimo.
Zafá, pendejo. Cuántas veces me vas a agradecer?
Por invitarme, por el regalo. Gracias. No pensé que te iba a ver hoy.
Salvador lo miró y se reconoció en algunos gestos, en la forma de los ojos, en el timbre de la voz. Reconoció a su hermano y aunque lo veía demasiado alto en comparación a la última vez que lo había visto, todavía le parecía el nenito de cuatro años que se le colgó de la mano, cuando tupadre los presentó, porque Jerónimo no paraba de pedir Salvador. En ese momento, Salvador tenía catorce años y le dio bronca ver a tupadre con ese nenito. Medio año más tarde, después de una pelea con Isabel, Salvador se agarró a trompadas con tupadre y no volvieron a hablarse. Nunca más.
Y yo le doy tan poca bola, pensó Salvador mientras Jerónimo hablaba sin parar y se le notaba en la mirada y en los gestos que Salvador aparecía frente a él como una especie de campeón de no se sabe muy bien qué. Adoración de hermano menor a la que Salvador siempre le escapó hasta este día, en dónde se dio cuenta de que el único que no terminaba de creer que tenía un hermano menor que lo adoraba, era él.
Por tu casa todo bien, preguntó Salvador en el momento en que Jerónimo se llevó el vaso a la boca y dejó de hablar.
Jerónimo tragó rápido.
En mi casa como siempre. Me mudo pronto solo, por suerte. Mi vieja está insoportable y esto de pasar tres días con uno y cuatro con el otro, siempre me hinchó las bolas. Ahora voy a estar mejor.
Todavía vas tres días a lo de tupadre?
Sí. Pero casi nunca me quedo porque siempre tiene alguna mina, viste cómo es. De los tres días, debo estar uno, nomás. El resto me quedo en lo de mi novia pero cuando llegan las vacaciones, no sé donde quedarme. Capaz me quedo en lo de mi amigo. Taco, vos lo conocés, no sé si te acordás.
Te podés quedar acá, si querés.
Jó. Acá. No. Pobre Muv.
Bueno, no digo a vivir, pero te podés quedar acá si tupadre tiene que coger con alguna mina y si no te toca quedarte en lo de tu vieja.
En serio, preguntó Jerónimo.
Y sí. Con quién te tocaba hoy?
Y... con tupadre. Pero ni se acordó. Mi vieja, sí pero ella ya tenía todo organizado, porque no me tocaba quedarme en su casa.
Uff. Bueno, no importa. Pidamos la pizza.
Comieron la pizza viendo una película y después de comer, levantaron los platos y tiraron la caja y las servilletas a la basura. Jerónimo lavó los platos, Salvador los secó y guardó.
Salva, dijo Jerónimo cuando terminó de lavar los platos.
Qué.
A vos te jode si yo vengo más seguido a verte?
No. Pero avisá antes, asi no venís al pedo.
Sí, yo te llamo. Pero a vos te gustaría que nos viéramos más seguido?
Sí, no tengo drama. Yo me cuelgo para llamar y no quiero hablar con tupadre.
Pero yo no soy tupadre, dijo Jerónimo y sonrió.
Ya sé, boludo, le dijo Salvador y le pegó una trompada en el brazo.
A mi me gustaría verte más seguido.
Pero sí, pendejo. Vení cuando quieras. Nos vamos a ver más seguido. Te lo prometo.
Se quedaron tirados en el sillón y siguieron tomando cerveza. Jerónimo se quedó dormido. Salvador le desató los cordones de las zapatillas y lo miró dormir un rato y sintió, como siempre, que ese pibe largo y con anteojos, todavía tenía cuatro años. Apagó a la luz. Llamó a Muv por teléfono desde el dormitorio. Cuando Muv escuchó que Jerónimo estaba dormido en el sillón pegó un grito de alegría.
Por fin, Salva, por fin. Por fin, aceptaste a tu hermano.
A Salvador le pareció que por primera vez en toda su vida, recién estaba empezando a hacer las cosas bien.


miércoles, diciembre 26, 2007

Medida

Salvador llegó nervioso a aeroparque. Muv caminaba adelante, cogoteando entre la gente para encontrar a Joaquín. Salvador llevaba la mochila de Muv colgando del hombro izquierdo. Todavía estaba vestido de civil. Eran las seis y media de la mañana del martes.
No pudo pegar un ojo en toda la noche. ¿Cómo sería el tal Joaquín? Muv no gastaba demasiadas palabras para describirlo. Salvador no sabía si era alto, bajo, gordo o flaco. Lo imaginaba como la clase de hombre que le gustaba a Muv pero si alguien, alguna vez, lo hubiese detenido para preguntarle cómo era esa clase de hombre, Salvador no hubiese respondido porque no sabía qué decir. De los que le había conocido hasta él mismo, había toda clase de hombres. Muv no tenía un arquetipo pre diseñado. Y él había cambiado tanto en los últimos años que no estaba demasiado seguro de poder decirle a alguien cómo era. Alto, hubiese dicho, rapado, morocho, sin barba. Y si pensaba en lo que las mujeres que lo habían conocido hubiesen dicho, habría repetido: sefaradí, turco, israelita, moro, morocho, negro, cabeza y todas las variantes posibles para un tipo que no llamaba la atención por casi nada mas que su altura y su color de piel. Así que, no podía dejar de pensar que el tal Joaquín sería un tipo realmente atractivo, llamativo, de esos a los que las minas no podrían, aunque quisieran, sacarle los ojos de encima, pero la pregunta, mientras avanzaban por el pasillo hasta el mostrador de Lan, le seguía rebotando: ¿cómo sería el tal Joaquín? ¿Tendría los ojos azules? ¿Vestiría un traje gris como el que él se ponía cada día para ir a la oficina? No. Claro que no. El tal Joaquín debía tener ropa de diseñador y un corte de pelo de rockstar y zapatillas porque lo que Salvador envidiaba de todos esos que Muv le presentaba, cuando iban a una fiesta, en donde por hache o por be, se encontraban con algún conocido, era que ellos podían ir a trabajar en zapatillas. Nadie iba a pensar que no hacían su trabajo correctamente por no usar corbata y ese detalle tan trivial, tan poquita cosa -sólo era capaz de reconocerlo para sí mismo- lo hacía detestarlos a todos y cada uno, pero sobre todo al tal Joaquín, que además, se había dado el lujo de despreciar a Muv en su oportunidad para meses más tarde, ofrecerle trabajo y ahora, llevarla de viaje, con todo pago a un hotel muy nuevo para que ella hiciera lo que más le ha gustado hacer en toda su vida: escribir.
A pesar de todo, él no estaba vestido de oficinista. Se había puesto todo lo que Muv le había regalado: las zapatillas de suela blanca y lona negra de la estrella, el mismo jean agujereado en las botamangas de tanto pisarlo con la suela de las zapatillas, la remera a rayas que le trajo de Londres y el canguro que todavía tenía un poco de olor a mar a pesar de la tonelada de desodorante. Quién podía pensar que él, con ese aspecto, después de que Muv se subiera al avión iba a salir corriendo a ponerse una camisa y una corbata y unos zapatos acordonados, todo muy prolijo y correcto para sentarse nueve horas frente a un escritorio a analizar estados de cuentas, pagos y cheques.
Así caminaba Salvador, esquivando señoras y extranjeros jóvenes con rastas hasta que Muv dijo "ahí está".
La vio acelerar el paso y acercarse. Poner la cara de costado para saludarlo y a él, al tal Joaquín, pasarle el brazo por la espalda para saludarla.
Este es, se preguntó en secreto, Salvador y se retó: no. No, de ninguna manera. Vos vas y te parás al lado de Muv y cuando ella los presente, le das la mano y le preguntás qué tal le va, que si ya tiene todo, que a qué hora embarcan y en que puerta. Nada más.
Se obedeció. Llegó minutos después, cuando Muv movía la mano como para agarrarlo y no lo encontraba detrás de ella.
Qué tal, dijo Salvador y estiró el brazo.
Cómo te va, dijo el otro y estiró la mano que, en el apretón, a Salvador le pareció demasiado blanda, demasiado suave, demasiado laxa.
Todo bien, che. Ya tienen todo, preguntó mientras pensaba que no le daba confianza esa mano muerta, blandengue. No se puede confiar en un tipo así, pensó y casi se lo dijo a Muv pero Muv ya estaba abrazándolo y él que no sabía qué hacer, porque si se ponía demasiado cariñoso, el otro, el tal Joaquín, se iba a dar cuenta de que no estaba seguro de este viaje, de que no le tenía confianza y de que le delimitaba territorio y no estaba dispuesto a dar tanta información. Se detuvo a mirarlo, mientras el tal Joaquín decía que sí, que tenían todo, que el hotel los invitaba a la inauguración, que el avión salía a las siete y media por la puerta seis.
Piojo resucitado, pensó Salvador. Vas porque vas de arriba; no tenés vergüenza.
Pero Joaquín hablaba y hablaba, del aeropuerto, como si le conociera hasta el menor recoveco y del mejor café del aeropuerto y de la mejor mesa en todo el patio de comidas del aeropuerto y de las veces que había volado y de lo cansado que estaba de volar.
Y por qué no te quedás, imbécil, pensó Salvador. Tan volado, tan volado que sos, esta vez volás porque es gratis y porque te vas con mi novia.
Muv lo seguía abrazando y Salvador le acarició el pelo, como pidiéndole que dejara de abrazarlo tanto.
Bueno, Salva, dijo Muv y movió la pierna y miró para un lado y otro. Volvemos en el vuelo del jueves a las 19.30. No te olvides.
Cómo me voy a olvidar. Son dos días nada más.
Hablá con todos. Que vengan a casa para Navidad. Deciles que traigan una cosa cada uno. Que las madres arreglen entre ellas, dejalas. Que se llamen y se pongan de acuerdo. Y no te olvidés que mi centellograma está para hoy. Dejé ropa en el lavadero: manteles, sábanas y un acolchado. No sé cuánto es. No te olvides de llamar a tu hermano que llamó antes de ayer. Yo le prometí que lo llamabas. Llamalo.
Lo llamo. Si atiende mi viejo, no sé si hablo. Pero llamo a Jero. Te lo prometo.
No lo ves nunca. No puede ser. Qué culpa tiene de que vos no lo puedas ver a tu papá. Llamá a tu hermano.
Lo voy a llamar, Muv.
Y qué más, qué más.
Salvador apartó a Muv unos pasos de Joaquín.
Qué te pasa, le dijo. Estás hablando como una máquina. Estás nerviosa o tenés miedo. Qué te pasa.
Nada. Es que no quiero que te olvides de nada.
Volvés en dos días.
Dos días es mucho tiempo.
No empecemos.
No sé si me gusta mucho este trabajo, eh.
Dos días, Muv. Disfrutalo.
No se si me va a gustar ir con este muñecazo de torta.
Sh, dijo Salvador y se rió.
Y sí. Por qué justo tenía que venir.
Porque va de arriba. Por eso.
Te llamo en cuanto llego.
Andate tranquila. Yo me ocupo de todo y el jueves, siete y media estoy acá, esperando que llegues.
Ya te extraño.
No me extrañes que todavía no te fuiste. Andá y pasalo bien. En un par de horas hablamos. Tranqui. Está todo bien.
Sí, ya veo. Estás demasiado tranquilo. Mirá que no quiero quilombos cuando vuelva, ok?
Andá tranquila. A la vuelta, no vas a tener ningún quilombo. Portate bien.
Vos también portate bien. Mirá que te voy a estar monitoreando.
Monitoreá, monitoreá tranquila. Yo voy a estar en casa. A lo sumo, en lo de mi vieja pero no mucho más allá.
Joaquín se acercó.
Vamos, le preguntó a Muv. Es arriba.
Subieron la escalera. Joaquín, solo, adelante. Muv y Salvador en el mismo escalón. Caminaron despacio hasta la puerta de embarque.
Ojalá que el avión no se caiga, dijo Muv.
Justo hoy se va a caer, dijo Salvador. Qué piba.
Yo te la cuido, dijo Joaquín cuando estuvieron uno frente al otro, en la fila del pre embarque.
Se cuida sola, contestó Salvador y tuvo que bajar la mirada para encontrarle los ojos. Como todo perro chico tenés que ladrar para que te vean, pensó.
Eso, che. Yo me cuido sola, dijo Muv y Salvador se dio cuenta que el tal Joaquín era tan alto como Muv, se paraba con los pies hacia adentro y se tapaba las entradas con el peinado.
Le causó gracia la cantidad de veces que el Joaquín imaginario le había dado dolor de estómago y se reprendió por no haber ido a la editorial, alguna de las tantas veces que Muv le pidió que la acompañara, sólo por mantener la imagen de ese Joaquín inexistente.
Se anunció el pre embarque. Muv lo abrazó y lo besó y lo acarició.
Dos días, nada más. Dos días y vuelvo.
Dos días. Sólo dos días. Pasalo bien. Cuidate mucho. Te quiero.
Yo más, dijo ella.
Vamos, preguntó, por segunda vez, Joaquín.
Salvador volvió a estirar la mano.
Buen viaje, dijo.
Gracias, dijo Joaquín y volvió a darle la mano muerta.
Salvador los vio irse y se sonrió. Tantos meses para medirse y darse cuenta que no sólo era más alto que Joaquín si no que era tantas cosas más, sobre todo para Muv.
Cuando desaparecieron de su vista, se dio vuelta y caminó hasta la calle. Se puso el auricular y pensó en su hermano. En todo lo que había postergado una larga conversación con su hermano que ese mismo día, cumplía veintitrés años.
Y yo no puedo seguir inventando gente, pensó mientras esperaba un taxi. Esta noche, sí o sí, tengo que hablar con Jero.
A las dos horas y media, cuando Salvador ya estaba vestido de oficinista, Muv decía por teléfono que el vuelo había llegado bien y que Joaquín era denso. Muy denso.
Salvador sonrió. La tarde se le pasó volando.



miércoles, diciembre 19, 2007

Miedo

Estaba esperando a Salvador, sentada y fumando. Pensaba una y otra vez, cómo iba a decírselo. Escuchó las llaves girando y que la puerta se abría. Se inquietó.
Hola, dijo Salvador, tirando las llaves sobre la mesa. Qué hacés ahí, tan quieta.
Te estaba esperando.
Salvador se acercó.
Qué pasa.
Muv encendió un nuevo cigarrillo con la brasa de la colilla del anterior. Salvador miró el cenicero y lo encontró lleno de colillas.
No te parece que estás fumando mucho, le dijo y se llevó el cenicero a la cocina y lo vació en el tacho de la basura.
Muv pitó dos veces y dejó que el humo le llegara al dedo gordo del pie antes de largarlo en una bocanada imperceptible.
Vení, Salva. Sentante que tenemos que hablar.
Cagamos, pensó Salvador. Y ahora qué pasa.
Se sentó al lado de ella. La miró.
Qué pasa, a ver, dijo Salvador.
Bueno... viste lo que salió de los viajes y que te dije que iba a ver si podía arreglar para que el fin de semana, vos vinieras?
Si, vi, dijo Salvador. Es por eso que tenemos que hablar? Boluda, me asustaste. Pensé que pasaba algo grave.
Muv suspiró.
Pará. Yo te cuento todo y si vos no querés o te pone mal o te pasa lo que sea, no voy. Porque la cosa es que tengo que viajar el martes y que voy con Joaquín, dijo casi sin respirar y se quedó quieta y muda con la vista clavada en la brasa del cigarrillo.
Ah, dijo Salvador y no dijo nada más.
Muv pensó que no quería moverse, que no se iba a levantar de la silla, que no iba a agregar una palabra más.
Que justo, no? dijo Salvador.
Si vos no querés, yo me quedo, dijo Muv sin moverse.
Salvador sacó un cigarrillo del atado. Lo prendió y miró el techo. Se levantó de la silla. Se metió en el dormitorio.
No voy una mierda a ningún lado, pensó Muv. Pero por qué tengo que resignar la única puta posibilidad que se presenta de hacer algo que me gusta porque Salvador se pone celoso. No es justo. Pero si Salvador se enoja o pasa alguna cosa entre nosotros... Qué mierda.
Salvador volvió vestido con una bermuda y zapatillas.
Me voy a correr, dijo.
Pero, Salva, si vos no corrés. No te vayas. Me quedo. Le digo que no puedo ir. No voy. Si vos no querés que vaya, yo me quedo.
A Salvador se le endureció la mandíbula y frunció el entrecejo.
Mirá, Muv: a mi no me causa ninguna gracia el boludo ese. Vos ya lo sabés. Ahora, por mucho que me rompa las pelotas, es una buena oportunidad y estuviste todo el año buscándola. Así que, yo te acompaño hasta la terminal, el aeroparque o dónde carajo sea. Te despido, lo veo al boludo ese y el día que te volvés, te voy a buscar. Me rompe las pelotas que vaya con vos pero yo no puedo ser tan hijo de puta como para pedirte que te quedes. Y me voy a correr, aunque yo no corra, porque me dan ganas de romperme la cabeza contra pared porque te dio miedo decirme esto. Y eso no puede ser. No, no puede ser. En un rato, vuelvo.
Le dio un beso en la frente. Cuando salió, dió un portazo.
Muv seguía sentada. Pensó: Quiero tener hijos con este hombre.
Cuando Salvador volvió, Muv se metió con él en el baño. Se ducharon juntos.
Yo no te tengo miedo, dijo Muv mientras el agua le mojaba el pelo.
Tenés miedo a que reaccione mal, respondió Salvador que la corría de lugar porque quería adueñarse del agua. Y de eso vamos a tener que hablar.
Pero Muv no tenía ganas de hablar y de hecho, no le permitió seguir hablando. Y Salvador... bueno, Salvador no pudo decir nada más.


sábado, diciembre 15, 2007

Milagro

Respiró hondo. Abrió la puerta del vestidor y salió sólo con esa bata blanca atada en la espalda que no había anudado bien y le dejaba la columna desnuda.
El técnico le explicó dónde tenía que apoyar la cabeza y ella lo miró,intentando decirle con los ojos que todos los años, que cada año, desde que esa cicatriz le cortó el cuerpo al medio, aprendió el procedimiento.
Respire. Sostenga el aire. Respire. Quedese muy quieta, no se mueva.
Antes de irse, el técnico metió la cánula en la vena del brazo y ella casi se puso a llorar pero no lloró, porque esta vez, iba a salir todo bien. El técnico la vio esforzarse o leyó su mirada y mientras aseguraba que el contraste pasara por la cánula, le acarició la frente.
Es un ratito nada más, dijo y la tapó con una frazada que olía a como había olido ella mientras estuvo internada: a enfermo, a desinfectante, a hospital.
Ella, sola, intentó tranquilizarse. Respiró hondo una vez más y después fue acortando las respiraciones. Y pensó en un nenito de rulos negros con su sonrisa y los ojos de Salvador y siguió atentamente las instrucciones: respire; sostenga el aire; respire; mientras la camilla escaneaba todo su cuerpo de la cabeza a los pies. Clavó la vista en el aro metálico por el que pasaba de adelante hacia atrás, en la voz inhumana del técnico que le hablaba por un microfono, detrás de un cristal y pensó que era una suerte que la que estuviera allí, con el contraste desparramándose por su cuerpo fuese ella y no Salvador. Ella no podría soportar que Salvador pasara por eso. Y Salvador, como el resto de los que la querían, no sabían lo que era estar ahí, respirando, dejando de respirar, volviendo a respirar, quieta, muy quieta.
Tres escaneos y el trámite de la tomografía se había terminado. En dos días, debería hacer lo mismo, pero sólo para los huesos. Y otra vez, quedarse quieta, muy quieta, quieta como si estuviera muerta, después de que le inyectaran un nuevo contraste.
Para la siguiente semana, con todos los estudios hechos, iría a ver al médico y esta vez, el médico no volvería a preguntarle por ese círculo que año tras año le aparece en el cráneo porque esta vez, ella se lo había prometido, así como se prometió ponerse a vivir, el círculo habría desaparecido, como desapareció la marca en la costilla derecha. Porque ya había sobrevivido una vez y volvería a sobrevivir, fuera como fuese, costara lo que costase. Tenía tanto por lo que vivir y lo había descubierto tan tarde que no podía darse el lujo de entristecerse y sentir pena por sí misma. No esta vez. No, nunca más. Por lo que quedara, por el tiempo que fuese, por los días que siguieran, no volvería a tener espacio la tristeza, no había llegado hasta este momento para seguir igual que antes, cuando todo daba lo mismo. Si al final, lo único que ella siempre había querido era que la quisieran y querer de la manera en que, ahora, mientras esa camilla se movía entrando y saliendo del aro de metal, quería a Salvador.
Si por fin, por fin, cuando suponía que ya no sucedería, había llegado a querer a Salvador de la manera en que lo quería, de la manera en que sólo ella podía hacerlo, incondicionalmente, con tanta alma, corazón y vida que pensar en dejar de quererlo porque un accidente estúpido como la enfermedad o la muerte se interpusieran en su camino, la hacía quererlo todavía más, de una manera particular, como todo en ella, con tanto, con tanto que aunque le doliese el cuerpo de quererlo tanto, no dejaría de hacerlo; porque no hay muchas posibilidades de querer así; porque quizás fuera la única vez; porque quizás fuera la última; porque así lo había decidido.
El técnico apareció de nuevo frente a ella, antes de lo que esperaba. Volvió a acariciarle la frente y a decirle que ya estaba. Le sacó la aguja del brazo con suavidad y mientras le ponía un cuadrado de gasa y una cinta adhesiva, le preguntó si alguien la estaba esperando afuera.
Mi novio, dijo ella y sonrió con toda la boca.
Cómo es, cómo se llama, preguntó el técnico.
El más precioso de la sala de espera, dijo ella. Salvador Prats.
Lo voy a buscar y le pido que te espere, acá, afuera, dijo el técnico mientras la ayudaba a incorporarse.
Se vio algo, preguntó Muv, antes de volver a meterse en el vestuario para ponerse su ropa.
El técnico volvió unos pasos. Apoyó su mano en el hombro de Muv.
No te preocupes, está todo bien.
Y Muv, que estaba semi desnuda y se le veía la bombacha entre los nudos de la bata, saltó de contenta y lo abrazó, agradeciéndole tantas veces que el técnico no tuvo más remedio que ponerse a reír.
Voy a buscar al más precioso de la sala de espera. Vestite rápido. No lo hagas esperar, le dijo antes de salir.
En el vestidor, Muv tiró la bata sobre la butaca y se vistió lo más rápido que pudo. Cuando salió, vestida, sonriente, saludó a los otros técnicos que miraban desde atrás del vidrio, tirándoles un beso.
Si esto no me cura, nada me va a curar, pensó mientras abría la puerta y veía a Salvador esperándola, recostado contra una pared.
Y, dijo Salvador.
Está todo bien, dijo Muv.
Salvador la abrazó. Hizo el ruido ese que hace con la garganta cuando se traga las ganas de llorar y la abrazó más fuerte.
Cuando terminemos con todo esto, dijo Muv, vamos a ser los dos más felices del mundo, sabés. La gente se va a dar vuelta para mirarnos.
Juramelo, dijo Salvador.
Te lo juro, dijo Muv. Te lo juro por la Oma y por vos.
Caminaron despacio por el pasillo, agarrados de la mano, como siempre. Un nenito de rulos que corría por la sala de espera, saludó a Muv con la mano. Ella le devolvió el saludo.
Así va a ser el nuestro. Lleno de rulos y con tu boca, dijo Salvador y a Muv no le sorprendió que los dos imaginaran el mismo nene, porque ya no le sorprendía que todo lo que pasaba en su vida fuese el milagro que ella siempre había esperado.
Se despidieron en la esquina Santa Fé y Azcuénaga. Cada uno se fue a su trabajo.
Camino a la editorial, Muv pensó en la cantidad de veces que se había prohibido ser cursi, en la vergüenza que siempre le habían dado las demostraciones demasiados cariñosas y que esta vez, crease o no, no le importaba ser cursi. Preocuparse por semejante idiotez, cuando la cosa, todas las cosas iban por otro lado.
Si uno no se pone cursi cuando está enamorado, cuándo se va a poner, se preguntó, mientras esperaba el colectivo.
El colectivo llegó y mientras esperaba que la máquina expendedora le diese el boleto, notó que la gente la miraba pero no pudo ponerse colorada. Estaba feliz.

martes, diciembre 11, 2007

Oficio

Volver a casa no fue terrible. Volver a casa fue como volver al nido, un nido que como después de cada tiempo de vacaciones parece ajeno hasta que uno vuelve a acostumbrarse. En esto pensaba Muv, mientras sacaba la ropa del bolso y la ponía en el cesto de lavar la ropa y no escuchaba la voz en el contestador que le pedía que llamara a la editorial.
Cuando Salvador salió del baño y vió la luz titilar en la base del teléfono, escuchó la propuesta: viajar a una ciudad del sur, por unos días y volver con una crónica de viaje. Gastos pagos. Y "sólo tenés que decir que sí. Viajás el martes"
Salvador suspiró y tuvo un momento de duda. Qué tal si no le decía nada a Muv y borraba el mensaje? Eso lo convertiría en el Salvador anterior, un Salvador miedoso y aunque el asunto del tipo de la editorial todavía le crispaba los nervios; la verdad es que si había algún trabajo apropiado para Muv era ese: viajar; volver oficio la capacidad natural de Muv por escapar. Pero, y él? Él debería acostumbrarse a que fuera el día que fuera, si los viajes se repetían, Muv saliera bolso en mano, mientas seguía con su trabajo de oficinista que cada día lo tenía más agotado. Y sin querer o porque el inconsciente es más fuerte y, a veces, más sano, gritó: Nena, tenés un mensaje. Vení a escuchar.
Muv escuchó y mientras escuchaba, se le dibujaba una sonrisa en la cara.
Buenísimo, no?
Sí, dijo Salvador.
Bueno, mañana llamo y arreglo.
Salvador la vio tan entusiasmada que no quiso decir ni siquiera una palabra. Fue ella la que lo dijo.
Arreglo para ir más cerca del fin de semana, si siempre me van a tocar los viajes, así, cuando llegue el viernes a la tarde, te sacás el traje, te colgás la mochila y te venís conmigo.
Salvador la miró.
Qué mirás, nene. No habrás pensado que yo me iba a ir sola, no? Además, no tenés excusas: es solo un pasaje y una estadía. Vamos a estar bien.
Y fue la primera vez que al mismo tiempo, Salvador y Muv coincidieron: van a estar bien. Ya lo estaban.
Che, y los análisis?
Mañana, Salva, mañana, dijo Muv que no se borraba la sonrisa de la cara.


miércoles, diciembre 05, 2007

Micro

Empezó adentro del remise que fue a buscarlos para llevarlos a la terminal.
Y si nos quedamos? Nos quedamos a vivir acá. Terminamos con todo y nos quedamos acá que tenemos el mar cerca, algo vamos a poder hacer, ni hace falta que volvamos a Buenos Aires. Ponemos un kiosco, un almacen, no sé. Algo se nos va a ocurrir. Pero, por qué no nos quedamos. Qué perdemos? La guita del pasaje? No es tanto, decía Muv mientras Salvador miraba por la ventanilla.
Mientras bajaba los bolsos y le pagaba al chofer, Muv seguía: podemos poner una casa para té. Tengo todas las recetas de la Oma. Nos ajustamos todo lo posible y juntamos en la temporada. Con eso vivimos todo el invierno.
Salvador caminaba con un bolso en cada mano, mientras Muv seguía proponiendo ideas, una detrás de otra, desde alquilar bicicletas a dedicarse a la jardinería, ser caseros de unas cabañas, cualquier cosa con tal de no volver.
Muv, me quiero volver a casa. Punto.
Y pero no te parece que acá viviríamos mejor?
No, no me parece.
Y por qué?
Porque acá no tengo casa, ni lugar dónde trabajar y los trabajos que hay, no los sé hacer. Porque todos nuestros amigos, nuestra familia están en Buenos Aires y porque yo no me quiero escapar.
No me estoy escapando, dijo Muv y se quedó dos pasos más atrás. Salvador se dio vuelta.
Claro que te estás escapando. Nosotros tenemos que volver a Buenos Aires, tenemos que ir a buscar tus análisis y vos tenés que ir al médico. Cómo se te ocurre que nos vamos a quedar acá, de un día para el otro? Y la casa que tenemos? La vida que tenemos allá? La vamos a dejar, así, tirada para escondernos acá? Ni en pedo. Vos estás loca. Volvé a terapia.
Muv se quedó mirándolo, mientras él avanzaba entre la gente hasta la plataforma en que debían tomar el micro. El día estaba soleado, como siempre, el mejor día de todos los que estuvieron en la playa y Muv no se quería ir. Le daban ganas de encadenarse a una puerta, a una columna, con tal de no subir al micro pero el micro ya estaba ahí y uno de los choferes gritaba "quince cincuenta, Retiro."
Salvador hizo la fila para despachar los bolsos. Cuando se dio vuelta, no la vio. Empezó a recorrer todas las plataformas esquivando viejas y chicos y pensó: la mato. Cuando estaba a punto de empezar a gritar su nombre, Muv apareció con una bolsa con gaseosas y caminó con paso rápido hasta la puerta del micro.
Y dale, le dijo a Salvador. Salvador entregó los pasajes. Subieron y se sentaron, cambiando los lugares de la ida. Esta vez, la ventana le tocaba a Salvador. En el asiento de adelante, una pareja, más o menos como ellos, ocupaba sitios idénticos. La chica lloraba. Se paraba y miraba por la ventanilla, lloraba. En un momento, miró a Muv. Se sonrieron.
Muv se recostó sobre el hombro de Salvador. Se sacó las zapatillas.
Casi me da un infarto cuando no te vi, le dijo Salvador.
Qué exagerado.
Con vos nunca se sabe.
No me iba a quedar acá sola. O nos quedábamos los dos o no se quedaba nadie.
No nos íbamos a quedar. De una manera o de otra, yo te iba a llevar a Buenos Aires, asi fuese arrastrando.
Qué salvaje.
Qué pendeja caprichosa.
La chica de adelante seguía llorando. El micro arrancó. Muv durmió todo el viaje.


domingo, diciembre 02, 2007

Arco Iris

No me quiero ir, dijo Muv cuando ya estaban acostados.
Sh, estoy rezando, dijo Salvador en secreto y a Muv se le apretó la garganta.
Desde cuándo rezás, le preguntó.
Sh, desde siempre. No me interrumpas.
Por qué tarde tanto tiempo en enamorarme de vos, pensó Muv. Hizo silencio y ella empezó a rezar también. No pidió nada. Agradeció la playa y el mar, los amigos y el tiempo, los partidos de básica y los dos asados, tener una hermana y estar en la cama, acostada con Salvador mientras rezaba.
A la tarde, después del baño quita arena, mientras se pasaba crema en el cuerpo y se miraba al espejo, notó que algo había cambiado. A lo mejor, era el bronceado. El sol le hace bien a todo el mundo, pensó. A lo mejor, era la tranquilidad del lugar; no tener ninguna obligación durante el día, caminar sobre la arena o a lo mejor era cualquier otra cosa, pero definitivamente, algo había cambiado. No iba a decírselo a nadie pero se sentía resplandeciente, brillante, colorida. Justo ella, que desde siempre se había jactado de su "darkismo", de su parte oscura, triste y descreída, esa tarde, al mirarse al espejo, descubrió a una chica llena de colores. No era sólo el color del pelo, era el color de la piel, el brillo en los ojos, el rojo sangriento de los labios, el reflejo rubio del vello de sus brazos. Un arco iris humano, una persona viva y feliz, porque siempre había creído que la felicidad estaba llena de colores, de colores que brillaban y lo iluminaban todo.
Por eso, mientras rezaba, también agradeció por sentirse colorida e iluminada y de repente, tuvo unas enormes ganas de reírse a carcajadas, de reírse con toda la cara y todo el cuerpo y esta vez, porque sentía que los colores le brotaban de cada poro de la piel, no reprimió la risa y empezó a reírse de la manera en la que se reía siempre y contagiaba a Salvador. Y Salvador que rezaba en silencio, comenzó a tentarse y prendió la luz para verla y la descubrió con la sonrisa de oreja a oreja y los ojos llenos de lágrimas pero esta vez de reírse tanto, tanto que ya había empezado a abrazarse la panza.
Estás re loca, dijo Salvador que ya había empezado a reír.
Sí, dijo Muv entre carcajadas. Estoy loquísima.
Se reían fuerte, uno más que el otro. Emilia fue la primera en golpear la puerta y desde afuera preguntar si estaban bien pero ellos se reían tanto que no podían responderle, asi que optó por asomar la cabeza y encontrarlos con la cama desarmada. Salvador sentado en el piso e intentando recuperar el aliento mientras se le escapaba una carcajada cada tanto y volvía a empezar a reírse. Muv tapándose la boca con una mano y con la otra sosteniéndose el estomago, sentada sobre el borde de la cama.
Y estos, dijo Leni que se asomó detrás de Emilia.
No sé qué les pasa, dijo Emilia y también empezó a reírse.
El último en llegar fue Pedro. Emilia y Leni se reían de Salvador y Muv. Salvador se reía de la risa de Muv y Muv se reía porque por primera vez en un montón de años se sentía feliz.
Loco, si van a fumar, por qué no avisan, se quejó Pedro mientras se le escapaba la primera carcajada.



jueves, noviembre 29, 2007

Arena


Se acostó sobre la lona. El sol le pegaba en la cara, sentía calor en la nariz y en el borde de los labios. Con los ojos cerrados, escuchaba el sonido del mar y el grito de los que armaban las carpas de un balneario un poco más allá. Con la punta de los dedos levantaba montoncitos de arena y los dejaba escapar, una y otra vez. Una y otra vez. Respiraba profundamente inflando el abdomen y soltaba el aire dejando las costillas al descubierto.
Dejó de tocar la arena y se pasó la mano por la malla enteriza. Desde aquella cicatriz en forma de S, no volvió a dejar su abdomen al aire. A pesar de estar tapada, podía notarla con la yema de los dedos. A pesar de los tres años que habían pasado, todavía sentía esa parte del cuerpo, el músculo abdominal cortado, como de trapo, sin sensibilidad.
Supo en ese momento que esa cicatriz le había cambiado la vida; que hasta estos días en la playa, no había podido darse cuenta, cuánto y cómo esa víbora rosada que le partía el cuerpo en dos, había cambiado todo, había movido todo de lugar. Pensó, durante un rato, que alguien -un médico- había cortado su cuerpo, metido su mano dentro de ella, dentro de su cuerpo lleno de sangre, con temperatura; de su cuerpo vivo y había sacado uno de sus órganos. Pensar en eso, en algo en lo que no había pensado hasta este día en donde el sol le quemaba la nariz y los hombros, donde sólo se escuchaba el sonido del mar y las voces de los que armaban las carpas, le dio escalofríos.
Aquel momento parecía tan lejano y sin embargo, cuando llegaba esta época, se hacía presente como si estuviese volviendo a pasar, como si sólo hubiesen pasado minutos. La cabeza se le llenó de recuerdos: los ojos cerrados, los oídos atentos casi a toda hora, el ruido de la camilla, del trabajo de las enfermeras, las caricias de tantas manos que sólo reconocía por el olor, la voz de Salvador, de mamá y de papá, el auricular que Emilia le ponía a escondidas de las enfermeras, el ratito que le permitían verla, el dedo con que Leni la tocaba, como si fuera a romperse. Y el después: volver a casa y vivir casi con miedo a respirar, por las dudas de que el cuerpo se retobara de nuevo, la recuperación, las cosas que no podía volver a hacer, el trato entre algodones, los meses que pasaron hasta que dejaron de tratarla como a una enferma.
Pensaba en eso pasándose los dedos por la cicatriz, recorriendo de memoria la trayectoria del corte, la textura abultada de la costura prolija, cuando se sobresaltó.
Un cuerpo se arrojó sobre el suyo, otro encima del primero y otro sobre el segundo y por último el grito de "pobrecita mi hermana, che, salgan de encima, densos" que la hizo reír.
Salvador, Leni y Pedro, muertos de risa, terminaron tirados sobre la arena mientras Muv abría los ojos y Emilia la saludaba con un beso y un abrazo.
De qué me quejo, pensó Muv. De qué me estoy quejando. Nadie tiene la suerte que tengo yo. Nadie tiene una vida como la mía.
Me quedaría acá toda la vida, les dijo mirándolos.
Qué viva es esta piba, eh, dijo Leni.


miércoles, noviembre 28, 2007

Jurar

Se levantaron después de que Leni y Pedro se fueron a la playa. Habían almorzado juntos. Salvador seguía teniendo los ojos hinchados y la nariz congestionada. Muv miraba la junta de las baldosas sin pestañear. Se sentaron uno frente al otro en la mesa de madera que se usa para comer mientras esperaban que el agua de la pava estuviera a punto para tomar un café reparador después de la siesta.
El televisor estaba encendido en un canal de música.
Cada tanto, Salvador se pasaba los dedos por los párpados inflamados y sonaba para arriba.
No quiero seguir llorando, pensaba Salvador. Quiero dejar de llorar. Dónde tenía tanto llanto que ahora no puedo dejar de moquear.
Muv cortó una cuadrado de papel de cocina del rollo. Se lo alcanzó sin dejar de mirar el piso.
Salvador la recorrió con la vista: la columna encorvada, los hombros hacia adelante, el flequillo parado.
Se levantó de su lugar en la mesa para verla completa: la remera larga a mitad de la pierna, las rodillas juntas, los pies sobre las baldosas mirando hacia adentro. Parado, frente a Muv, puso cada una de sus palmas debajo de sus axilas y la siguió mirando. No se sentía bien. No sabía si la culpa era del sol o del llanto de la noche anterior o de las dos cosas; lo que sabía era que el cuerpo le dolía como si le hubiesen pegado una paliza y que le pesaban los ojos y que se le estrangulaba la garganta, en ese momento, todavía, como en la noche anterior.
Dio media vuelta y empezó a batir café instantáneo. Se concentró en dejar la mezcla de azúcar, café y apenas dos gotas de agua, perfectamente clara. Cuando comenzó a verter el agua sobre la mezcla de cada taza, creyó que iba a volver a llorar y no supo que hacer. Decidió no darse vuelta y seguir sonando para arriba, mientras Muv cortaba otro papel del rollo.
Nunca nadie lloró toda una noche por mí, dijo ella como si hablara sola. Nunca nadie, en todos estos años, lloró de la manera en que vos lloraste anoche. Nunca me quisieron tanto como para llorar. Menos para llorar así. Y yo no sé cómo hacer con tanto amor. No estoy acostumbrada a esto. Me encanta pero no sé cómo hacer. Es como si te dieran lo que siempre quisiste y pensaste que nunca ibas a tener. A veces, me asusta. A pesar de todo, a pesar de lo que parezca, a veces, no puedo creer que me quieras así.
Salvador tomó aire por la boca. Una bocanada larga que contuvo durante unos segundos, sin darse vuelta.
No quiero que llores por mí. Cada vez que lloré por alguien me sentí una desgraciada, un felpudo, una cosa sin valor. No quiero que sientas eso. Ni por mí ni por nadie. No quiero que te sientas así porque vos sos lo mejor que tengo, lo mejor que tuve y porque hay que dejar de llorar, de una buena vez, terminó de decir Muv que cuando levantó la cabeza vio que Salvador se tapaba la cara con las dos manos.
Se paró despacio. Logró que Salvador se destapara la cara. Lo vio llorar. Le secó las lágrimas, le lavó la cara. Lo hizo sentar y se sentó sobre él, frente a él. Las piernas le quedaron colgando a cada lado de la silla, sobre las piernas de Salvador.
Salvador apoyó la frente en la base del cuello de Muv. Ella le acarició el esternón con una mano, lentamente, en círculos, justo donde ella sabía que se amontona la tristeza; en ese lugar que ella conocía mejor que nadie; ese lugar que desde que vivía con Salvador no había vuelto a acariciar porque ya no había nudo, ni temblor ni montón.
Empezó a llover.
Pedro y Leni entraron corriendo y los vieron, una sobre otro, como si fueran una sola cosa, sentados en la silla.
Muv levantó la cabeza y se puso el índice perpendicular sobre la boca. Leni codeó a Pedro y le señaló la escalera con la cabeza. Pedro frunció parte de la cara. Leni señaló la escalera y con un solo gesto le dio a entender a Pedro que subiera, se callara y no hiciera ruido.
Salvador había dejado de llorar.
No me hagas lo de anoche nunca más, le dijo, entre mocos.
Nunca más, dijo Muv, te lo juro por la Oma.
Y lo juró haciendo una cruz con los dedos en la boca que hizo reír a Salvador.
El café se había enfríado.



martes, noviembre 27, 2007

Muerta

Se fueron a acostar temprano. El sol, la arena, la playa, el cuerpo caliente y la caminata, los dejaron cansados como si hubiesen corrido una maratón.
Muv se dejó caer de espaldas sobre la cama de la casa de la playa. Salvador se le tiró encima, cruzándole el cuerpo. Después de un rato, las voces de Leni y Pedro dejaron de escucharse.
Al principio, les resultó extraño tanto silencio. El ruido de las ramas de los árboles, el viento, se escuchaban con tanta nitidez que a Muv le dieron ganas de llorar.
Uy, dijo Salvador. No vamos a empezar con eso, no?
Muv lo abrazó. Le preguntó si se acordaba.
De qué?
Le volvió a preguntar si no se acordaba de esa chica que había dejado en la estación, la primera vez que fueron juntos a la playa.
No, no me acuerdo. Qué tenía.
Se llamaba Cecilia, dijo Muv, y te incendió el corazón. Nunca te vi llorar tanto por una chica como esa vez.
Tenía dieciséis años, Muv.
Era linda esa chica. Se la tragó la tierra. Mirá que hicimos casi todo para encontrarla, eh.
Amor de verano, dijo Salvador y se acomodó despacio, de espalda sobre el colchón, haciendo ssssss y ays suspirados. Me tendría que haber puesto protector.
Tenía unos ojos preciosos y no sé por qué a mí me parecía que te podía querer como yo quería que te quisieran.
Quién?
Cecilia. Fue a la única que no le tuve bronca.
Pf. Mirá de lo que te venís a acordar. Acostate, insolada, dijo Salvador.
Muv se sentó en la cama. Empezó a desvestirse. Giró la cabeza. Vio a Salvador con el antebrazo sobre los ojos, el cinturón desprendido, la remera levantada.
Prometeme una cosa, le dijo.
Muv, acostate.
Prometeme que si por cualquier cosa, a mí me pasa algo, vos vas a buscar a Cecilia.
No te va a pasar nada por ninguna cosa.
No se sabe.
Vos no sabés. No te pasó nada hasta ahora, no te va a venir a pasar justo en este momento. No me rompas las bolas.
Muv se sacó la ropa. Se acostó. Salvador se sentó en el borde de la cama.
Por qué tenés que entristecer todo? Fue un día increíble, pasamos todo el día en la playa, me quemé hasta las axilas y ahora, todo este... bajonazo.
Prometeme que la vas a buscar, insistió Muv.
Salvador se paró. Bufó. Volvió a bufar.
Es muy difícil, así, dijo Salvador. No te prometo nada.
Prometeme que si me pasa algo y te quedas solo, la vas a buscar.
Prometeme que no te va a pasar nada y que te vas a quedar conmigo hasta que seamos viejos y estemos repodridos de aguantarnos. Prometeme vos a mí, dijo Salvador. Siempre prometo yo. Siempre. Vos qué sos capaz de prometer Muv? Sos capaz de prometer que no vas a estar convenciéndote de que te vas a morir? Todos nos vamos a morir pero si vamos a llevar la cuenta de que nos queda un día menos de vida, nos volvemos locos. Es imposible vivir pensando en que uno se va a morir. Me tiene las bolas llenas el cartel de precaución. No vivís vos, ni me dejás vivir a mí.
Pero yo te digo por que...
Vos me decís porque sos una rompe pelotas que no puede pasar un día tranquilo y feliz sin pensar que mañana le van a tomar las medidas para la mortaja. Terminala, nena. Cuando nos volvemos, choca el micro y listo, fuimos, los dos. Y yo no me quiero morir, eh. Y no quiero que vos te mueras, pero dejame de joder con la muerte. Si te morís, te lloro, voy al cementerio, me quedo solo, me vuelvo loco, no sé, ya veré. No me hagas prometer cosas que sé que no voy a cumplir. No te voy a velar en vida. No lo voy a hacer. Y vos tendrías que dejar de hacerlo.
Golpearon la puerta de la habitación. Leni asomó la cabeza y preguntó si estaba todo bien.
Sí, hasta mañana, dijo Salvador y volvió a cerrar la puerta.
Pobre Leni, dijo Muv.
Pobre Leni? Pobre yo. Pobre yo que hoy quería coger como un adolescente con mi novia en una casa que está en la playa y a mi novia se le da por buscarme una novia de hace dieciséis años por las dudas que se llegue a morir. No puedo ni ponerla en paz. Quiero que me prometas hoy que te dejas de joder. No. No quiero que me prometas. Jurame por la Oma que la terminás con esto, esta misma noche.
Muv se quedó callada.
Salvador caminó por la habitación como los leones del zoológico. Muv no lo había visto tan enojado en años.
Por qué te enojás así. Yo te digo lo de Cecilia porque...
Porque nada. Porque a vos te gusta ser Santa Muv, la que se está por morir y le deja al tipo que se acuesta con ella cada noche un reemplazo para que no la extrañe. Hacete cargo: si te morís, yo no voy a saber qué hacer. Me voy a volver loco o me voy a dedicar al reviente hasta que dos años después me muera yo. Asi que, si me querés tanto, tanto, tanto como decís, haceme el favor de seguir viviendo y dejarte de joder con la muerte porque yo no aguanto más el tema. Vos te morís y se te terminó el problema. Para mí, el problema sigue porque te estás muriendo desde que estás viva.
Salvador se sacó la remera y la tiró con fuerza sobre la silla. Muv dejó de hablar.
Se acostó dándole la espalda. Muv prendió la luz, caminó hasta el bolso, sacó el gel de aloe y mientras lo destapaba, le pidió que no se enojara.
Pero me tiene harto. Cuánto hace que no te pasa nada malo? Dos años? Tres?
Tres, dijo Muv.
Entonces? Por qué te tiene que pasar ahora? Por qué? Por que por fin estamos los dos juntos, como tendríamos que haber estado siempre? Por qué? Por qué tenés que pensar en morirte en la playa, en una fiesta, en la montaña rusa? Basta. Yo no puedo con eso. Me esfuerzo pero no puedo más.
Y después de que dijo todo junto y casi sin respirar, Salvador lloró. Lloró como aquella vez, cuando la chica que le había incendiado el corazón entre los médanos, hace dieciséis años, se subía al micro y lo saludaba con la mano, mientras él se quedaba parado en una terminal de la playa, mordiéndose el costado interno del labio para no empezar a llorar delante de todos los que se volvían a su lugar de origen.
Muv se frotó las manos con el gel. Le acarició la espalda despacio y sintió que esa noche, todo era distinto. A lo mejor, esa noche fue la noche que empezó a vivir.
Amaneció soleado. Salvador no se sacó la remera en la playa.



jueves, noviembre 22, 2007

Agujas

Se levantó de mal humor. Durmió poco y le parecía tener los ojos llenos de arena. Desde que salió de la ducha, empezó a putear bajito.
Salvador se limitó a escucharla putear mientras se secaba y se vestía y se prohibió desayunar para que Muv no cortara el ayuno.
Mientras Salvador se rascaba la barba, Muv buscaba algo para ponerse mientras repetía "mierda" unas ciento veinte veces por minuto.
Bueno, a ver si cambiamos el humor un poco, dijo Salvador.
Cómo lo voy a cambiar. A mi me agujerean por todos lados, viste.
Son dos pinchazos, che. No exageremos.
No me rompas las bolas. Son dos pinchazos pero el brazo lo pongo yo.
Que día me espera, pensó Salvador y respiró profundo.
Cuando Muv estuvo vestida, se miró al espejo. La concha de mi madre, dijo cuando se pasaba el peine y descubría que tenía un nudo. Tiró fuerte tres veces. La concha de mi puta madre, gritó.
Y ahora qué, dijo Salvador.
Tengo un nudo en el pelo. No me lo puedo desenredar. Me voy a cortar el pelo, te lo digo. No voy a seguir luchando con estos nudos de mierda.
Dame, dijo Salvador y agarró el mechón enredado y comenzó a pasar el peine despacio.
Te tiro?
No. Qué mierda. Qué mierda.
Salvador pasaba el peine concentrado en las hebras de pelo que formaban una pelota minúscula. Con paciencia, lo fue desarmando.
Ya está.
Gracias, dijo Muv. Estuve pensando que si los análisis llegan a salir mal...
No van a salir mal, dijo Salvador. Vamos?
Escuchame.
Se hace tarde, vamos.
Si los análisis llegan a salir mal, yo no me hago nada, eh.
Vamos, por favor, dijo Salvador. Levantó el bolso de Muv, se lo alcanzó. Muv se lo colgó y caminó como pateando el suelo por el pasillo.
En la calle se dejó agarrar de la mano. Escuchó a Salvador silbar un tema y recordó que la última vez que se hizo los análisis, fue sola. Esa mañana, Muv no podía decidir qué era mejor: sola o con Salvador. Sola, al menos, no tenía que dejar de putear y podía ir fumando hasta la puerta del sanatorio. Con Salvador, ni una cosa ni la otra.
Ya saqué los pasajes, dijo Salvador.
Pensé que íbamos con Pedro y Leni en el auto.
Prefiero que me mate un desconocido en la ruta.
Eso es lo que me gusta de nosotros, dijo Muv, somos uno más optimista que el otro.
Salvador se rió y dijo "viernes, 17.30"
Pensá en eso, ahora, cuando te pinchen. Pensá que vamos a la playa a divertirnos. Y que va a estar todo bien.
Lo intento, dijo Muv.
Llegaron al sanatorio apurados. Esquivaron mujeres con chicos en brazos que Muv, por primera vez no miró y ancianos del brazo de gente más joven a los que Salvador les clavó la vista.
Después del papeleo habitual, se sentaron en la sala de espera. Iban por el número siete y Muv tenía el veintiséis.
En la sala de espera, el canal de noticias pasaba el resumen internacional.
Ponen este canal para que te sientas menos desgraciado, dijo Muv. En lugar de matarte tu propio cuerpo, te puede matar cualquiera.
Es para ver los números de la quiniela, dijo Salvador. Sólo para eso.
Salvador sacó del bolsillo el reproductor de música. Compartió un auricular con Muv.
Querés que te acompañe, cuando te toque, le preguntó.
No. Voy sola. Pero no te vayas.
Cómo me voy a ir.
Ni a fumar un cigarrillo.
Me quedo acá sentado.
Escucharon música hasta que llegó el turno. Muv se sacó el auricular del oído y le dio un beso en la frente a Salvador.
Ahora vuelvo, dijo y cuando se alejó un paso, dijo muy bajito "la puta madre que lo parió".
Intercambió las palabras habituales con el extraccionista. Puso un brazo, sintió la presión de la goma, un poco más abajo de su axila. Los dedos del extraccionista caminaron por la cara interna de su codo, buscando la vena.
Este boludo me va a dejar llena de moretones, pensó Muv.
No miró cuando el extraccionista le dio el primer pinchazo. Cambió de brazo. El segundo pinchazo, a la altura de la muñeca, le dolió cien veces más que el primero. La aguja entró despacio a la arteria y Muv sintió como si le estuviesen pasando metal liquido por la jeringa.
Esto duele, dijo el extraccionista y a Muv le dieron repentinas ganas de darle una patada en la frente.
Salió apretando los algodones que el extraccionista le puso cuando terminó su trabajo.
Salvador seguía ahí sentado. Con los ojos cerrados, movía una pierna al compás de la música que entraba por sus oídos.
Ya está.
Vamos a desayunar. Me muero de hambre, dijo Salvador.
Se sentaron en el bar de la esquina del sanatorio. Cuando llegó el desayuno, Muv miró cómo Salvador devoró dos medialunas en medio minuto.
Pensó: "Si me llega a pasar algo, cuando esté arriba -porque voy a ir para arriba- te cago a trompadas, Dios. No podés ser tan hijo de puta. No podés."



miércoles, noviembre 21, 2007

Control

Decime que no voy a tener que venir toda mi vida, dijo Muv acostada en la camilla, sin mirar al médico, el pantalón desprendido, una bata verde sobre el torso.
No soy tan feo, che. Una vez por año me podés venir a ver, dijo el médico. Sentate.
Muv se sentó. El médico cerró el puño y comenzó a golpearle la espalda.
Duele esto?
No.
Acá?
No.
Acá?
No.
Vestite.
La ayudó a sentarse en la camilla y Muv bajó de un salto. Como si le quemara, se sacó la bata y se puso su ropa, con rapidez.
El médico comenzó a escribir.
El período, preguntó.
Un relojito. Desgraciadamente, dijo Muv.
El trabajo?
Mejor. Un poco.
Tus cosas?
Hermosas.
Mejoramos bastante, entonces, dijo el médico mientras escribía y despegaba recetas del talonario.
Sí. Me estoy portando bien.
Ya veo. Cuando tengas todo, te veo, le dijo acercándole las órdenes.
Muv se paró y se colgó el bolso.
Decime que no voy a tener que venir toda la vida.
Si esta todo bien, con que vengas una vez por año, estamos conformes.
Ufa.
El médico le dio un beso y le abrió la puerta. Muv salió guardando las recetas en el bolso.
Cuando levantó la cabeza, Salvador estaba sentado en la sala de espera.
Hola, dijo él y se paró.
Hola, dijo Muv y se acercó.
Salieron del consultorio, una planta baja al fondo de un pasillo recubierto en madera. Caminaron hasta la calle, como siempre, de la mano.
Emilia o Leni?
Las dos, contestó Salvador. Está todo bien?
Me tengo que hacer mil cosas. Qué embole.
Le dijiste?
No.
Muv, cómo no le decís que te duele.
Hoy no me duele.
Pero te dolió.
Pero hoy no me duele. Contame qué hiciste hoy. Cómo arreglaste para venir. Con lujo de detalles.
Tomemos un helado, dijo Salvador. Tomemos un helado y te cuento.
Caminaron hasta la heladería. Tomaron el helado mientras Salvador contó cómo había pedido permiso y salido de la oficina tres horas antes para llegar a tiempo. El guiño que la secretaria del médico hizo cuándo preguntó si Muv ya estaba dentro del consultorio.
No me dejes afuera de estas cosas, dijo Salvador. Yo no tengo miedo.
Yo tampoco.
Entonces no me dejes afuera.
Es una mierda, dijo Muv.
Igual, no me dejes afuera.
Te está haciendo bien la terapia a vos, eh.
Seh. Mejor me haría no necesitarla.
Se quedaron callados.
Dame las órdenes que yo saco los turnos.
Muv, obediente por primera vez, sacó las órdenes del bolso y vio cómo Salvador las guardaba en el bolsillo interior del saco. Y sintió que no podía más que quererlo. Quererlo tanto como sólo en contadas ocasiones se daba cuenta. Empezó a tener miedo. No iba a demostrarlo.

sábado, noviembre 17, 2007

Curda

Se sirvió un vaso de cerveza, cuando volvió de la calle. Abstemia por elección desde los veinticinco, arrepentida de ser una borracha perdida en cuanta ocasión se presentara, esta tarde, después de dejar dos colaboraciones en la revista y de recibir a cambio un libro de los que le interesan y el disco de su banda favorita, decidió tomar cerveza y el sabor amargo que recordaba no le pareció tan amargo. Se sacó los zapatos.
Últimamente bailaba mucho. Durante horas y con el volumen al máximo como cuando era una adolescente y se pasaba tardes completas imaginando que el chico que le gustaba, bailaba con ella. Ahora no imaginaba a nadie. Sólo bailaba y tomaba cerveza de un vaso que se terminó demasiado rápido. Caminó hasta la heladera cantando y moviendo la cabeza al compás de la música. Inclinó el vaso y sirvió despacio para que no se hiciera espuma. Volvió decidida a meterse al dormitorio pero antes, se desvió hasta el living y se paró delante del equipo de música y siguió bailando con el vaso colgando de la punta de los dedos. Se preguntó, sólo por un minuto, si todavía seguirían bailando como bailaba ella: los pies quietos pero las rodillas, la cadera y los hombros siguiendo el ritmo. No le importó la respuesta. Se rió de sí misma viéndose como una de esas tías de las fiestas que siguieron el resto de sus vidas reproduciendo el último paso de baile que habían aprendido. Largó una carcajada. Otra vez, el vaso vacío.
Cuando volvió a pararse frente al equipo, ya había decidido volver con la botella. Sólo quedaba un culo de cerveza. Sonrió de costado, confirmando que ella con su alma, solita y sola, se había tomado un litro de cerveza. Sintió hormigas en los labios. Hormigas chiquitas e inquietas recorriéndole cada milímetro del labio de las curvas y del otro, el gordo, el inferior y pensó que bajo ninguna circunstancia, ella se emborracharía con un litro de cerveza. No señor, eso no podía ser. Extrañó tener algo para fumar. El papel metalizado en la puerta de la heladera. El trabajo artesanal de separar las semillas. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez? Dos años, a lo mejor, tres. La botella quedó vacía.
Dudó en ir a buscar la segunda botella pero la duda le duró segundos. Caminó rápido. No supo si era la cerveza o la música -de repente, la vida estaba musicalizada- o qué; lo que supo fue que era completamente conciente de su cuerpo, de la manera en que apoyaba las plantas de los pies sobre el suelo, cómo se despegaban, dejando los talones, de a uno por vez, en el aire; la contracción de los gemelos; la fuerza con que sus piernas sostenían la mitad superior de su cuerpo. Sacó la botella de la heladera y otra vez, volvió a bailar.
Se desató el nudo del vestido. Bailó descalza, con una musculosa de breteles muy finos y el pantalón, que después de un rato, voló por el aire.
En bombacha y musculosa, se vio en el reflejo del vidrio de la puerta que daba a la galería y se vio tan linda como no se había visto nunca. También se dio cuenta de que le costaba enfocar la vista en aquella imagen pero lo intentó de nuevo, cerrando el ojo izquierdo. Llenó el vaso otra vez.
No lo escuchó entrar y él, después de verla, hizo todo lo posible por no dejarse oír. Se quedó parado, asomando la cabeza por el marco de la puerta que comunicaba el zaguán con el living. Se aflojó la corbata y sonrió. La veía levantar un brazo, cantar a los gritos, llenar el vaso de cerveza, tomar un trago y limpiarse la comisura con el dorso de la mano. Volvió a sonreír y salió a la galería. La espió para evitar que lo viera pasar corriendo hasta la habitación de escribir.
Se desvistió con desesperación y salió a buscar un jean que colgaba de la soga en la terraza, en boxer. Apareció en el living después de tragar de un solo golpe, cuatro dedos del vodka que descansaba como adorno decorativo en la mesada.
Le tocó el hombro con dos dedos pero ella ni se inmutó. Seguía bailando. Él también empezó a bailar y siguió tocando toda la piel descubierta que encontró. Finalmente, ella se dio vuelta y no hizo falta decir nada. Con la mirada lasciva, pasándose la lengua por sobre los labios, lo provocó con impunidad.
Él dejó escapar una risa grave y comenzó a intentar arrinconarla pero ella bailaba, se le escurría, se le escapaba y le decía que no con la cabeza y sí con el resto del cuerpo. Muv sonreía y sonrió hasta que se dejó abrazar y cayó sobre Salvador, que con las ganas bien dispuestas, se recostó sobre la alfombra.
Qué pretende usted de mí, dijo ella, arrastrando las letras. Me compromete, caballero. Yo soy una concubina decente. Borracha, pero decente.
Hoy te mato, dijo él.
Ella le levantó los brazos y los colocó sobre el piso. Lo miró con el ojo con el que podía enfocar, muy cerca.
Vamos a ver quién mata a quién, dijo. Por qué no hay porro en esta casa, eh.
¿Cuánto hace que estás tomando? le preguntó Salvador muerto de risa.
Dos botellas, dijo Muv. Y ahora, me voy a aprovechar de vos. Preparate.
La música seguía a todo volumen. Ella comenzó a besarlo. Él cerró los ojos y participó de esos besos, acariciándola. De repente, la lengua de Muv dejó de moverse por el cuello de Salvador. La notó más pesada, con la respiración a otro ritmo y las manos, que sostenían sus brazos con fuerza sobre el suelo, flojas.
Salvador le acarició la espalda. Después, metió la mano dentro de su pelo. Bajó los brazos e intentó incorporarse. Muv estaba profundamente dormida.
Más tarde, te mato, dijo Salvador. Muv se acomodó sobre su cuerpo y respondió "sh" apoyando el dedo índice en la boca.
Así quedaron, uno sobre el otro, un par de horas. Ella respirando profundo, él con los ojos abiertos, la mirada clavada en el techo y los brazos rodeándole la cintura.
Está todo bien, pensó Salvador. Está todo bien. Qué miedo.



jueves, noviembre 15, 2007

Recital

Fue una mañana de llamados telefónicos y organización. Primero, llamó a papá y le pidió tres tortillas de papas de esas que sólo él sabe hacer y le pidió que le pasara con mamá. A las nueve, en casa, les dijo.
Después, llamó a Leni y también les rogó puntualidad. Traete esa torta que tiene merengue arriba, no me sale el nombre. Sí, a las nueve.
Llamó a Isabel. Y ahora qué te hizo, le preguntó cuando recibió la invitación.
Nada me hizo, respondió Muv. Qué me va a hacer. Si me adora. Dejá de tratarlo como un infradotado. Dale, a las nueve en casa. Te espero.
Por último, habló con Emilia.
Ayudame, le dijo Muv a Emilia por teléfono. Venite a la tarde con la guitarra.
¿Cómo te sentís? preguntó Emilia desde el otro lado.
Venite a la tarde y hablamos. No te olvides la guitarra.
Cortaron.
Muv sacó de la bolsa un vestido nuevo. Se lo probó y se miró al espejo. Ñoña, se dijo. Parecés una ñoña. Pantalones. Eso necesito. Pantalones.
Se los puso y volvió a mirarse al espejo. Ahora puede ser. Va queriendo, Muv, va queriendo.
Se le pasó la mañana volando y llegó Emilia, con su Gibson colgando del hombro.
Tuve que revolver toda la casa para encontrarla. Qué vamos a hacer.
Voy a dar un recital, dijo Muv.
Epa! Upa, la nena, dijo Emilia y sonrió. A beneficio de quién.
Mío, por Dios, de quién más. Preguntás cada cosa.
Se metieron las dos en la habitación de escribir y Muv le mostró a Emilia las canciones que había elegido.
Pero no me acuerdo cómo se tocaba esto. Anda el disco cerca?
Ca tá! dijo Muv y le tiró el cd a Emilia casi por la cabeza. Emilia lo atajó.
Vamos a ver si me sale.
Te tiene que salir. El público de esta noche es muy exigente.
Pero hace años que no toco.
Es como andar en bicicleta, Emi. Escuchá.
Escucharon las dos el cd completo. Muv cantó las canciones que había elegido.
¿Cómo te sentís?
Sh.
Nena, dijo Emilia, le voy a contar a mamá. Contame.
Bien. Me siento bien. No me trates como a una enferma. Me siento bien. Escuchá que vas a ser un desastre. Esta Leni y la puta que la parió. Yo sabía que no tenía que decirle nada a nadie.
Sh. No me dejás escuchar.
Escuchá, escuchá.
Emilia escuchó. Tocó tres acordes desafinados hasta que por fin, como si le volvieran a la cabeza los años y años de conservatorio, recordaba las notas una por una.
Ensayaron una vez, dos veces, tres. Después merendaron juntas.
Salvador llegó a las siete. Muv lo mandó al chino.
Dale, Salva. Andá corriendo. Unas cervezas, unos vinos, yo que sé. Andá que se hace tarde.
Salvador salió al chino, todavía con el traje puesto. Muv se metió en el baño. Emilia seguía abrazada a la guitarra.
A las nueve en punto fueron llegando de a uno pero todos juntos. El timbre sonaba y Salvador iba y venía.
No sé qué pasa, decía cuando le preguntaban. No me dice nada. Me dice que espere.
Muv apareció con el vestido nuevo y el pantalón, las botas de siempre.
Pero qué va a pasar, exagerados. No pasa nada. No puedo invitarlos a cenar, parece.
Estaban todos ansiosos. Isabel, en un momento que tuvo sola con Salvador, volvió a preguntarle si le había hecho algo.
No le hice nada, vieja. Qué le voy a hacer, respondió.
No, dijo Isabel, si son tal para cual.
Antes de comer, Muv invitó a que pasaran al living. Los hizo sentar en los sillones largos mientras Emilia ponía una silla frente a ellos.
Bueno, dijo Muv, una vez que todos tenían algo servido algo para tomar y estaban sentados, los hice venir porque la señorita Emilia y yo vamos a dar un recital.
Todos los ojos las apuntaron. Detrás de las chicas, un portaretratos con la foto de Oma se asomaba entre sus siluetas.
Yo no tengo nada que ver, dijo Emilia. No me pregunten, son cosas de ella.
Siempre lo mismo con vos, dijo Muv.
Se rieron incómodos todos, las artistas y el público.
Falta una cosa, dijo Muv. Esperen un minuto.
Salió y volvió arrastrando una silla del comedor que puso frente a ella y de espaldas al resto.
Salvador, sentate acá.
Ahí?
Acá.
Salvador se sentó y giró la cabeza para mirar a Leni que hizo el gesto de no saber lo que pasa.
Empecemos, dijo Muv.
Emilia punteó y después de que Muv moviera el pie unas diez veces, cantó. Cantó con los ojos cerrados, al principio, la garganta temblando y en un tono de voz muy bajo y después, a medida que ganó seguridad, cuando vio que nadie se tapaba los oídos o hacía muecas de asco, comenzó a mirar a Salvador.
Cantó. Le cantó. Le cantó mirándolo a los ojos. Y cuando terminó de cantar se puso colorada.
El aplauso fue cerrado. Pedro y Leni chiflaban con los dedos en la boca, Isabel se sonaba la naríz, mamá y papá estaban abrazados.
Salvador se paró y le dio un beso a Muv que papá se resistió a mirar.
Gracias, dijo Salvador. Nadie me va a creer cuando lo cuente.
Me daba vergüenza darte una serenata, dijo Muv.
El público se fue levantando. Felicitaron a Emilia.
Gracias, Muv, volvió a decir Salvador. Es mucho para mí.
De nada, de nada. Después te firmo un autógrafo, en el camarín, dijo Muv guiñándole un ojo y después, mirando a todos preguntó: Vamos a comer?
Caminaron en fila india hasta la mesa. Comieron y hablaron.
A ver cuándo formalizan esto, dijo el padre de Muv antes del postre y todos lo abuchearon.
Pero qué viejo amargo, se le escuchó a Muv cuando todos se habían callado y volvió a ponerse colorada. Todos se rieron de Muv.
Llegó la torta y el café. Nadie quería irse. Se levantaron a regañadientes porque era mitad de semana y al otro día, había que vivir un día de trabajo.
Muv acompañó a mamá, papá y Emilia hasta la puerta.
Te quiero, hija, dijo mamá.
Yo también, ma, contestó Muv.
Besó a papá y abrazó a Emilia.
Leni y Pedro corrieron detrás de ellos. Más besos.
Isabel lavaba los platos en la cocina. Salvador los secaba.
Isa, te acompañamos, querés, preguntó Muv.
No, querida. Mi hijo me va a llamar a un taxi, no es cierto, hijo de mi alma?
Si, santa madrecita, dijo Salvador y salió de la cocina.
Cuando las dos se quedaron solas, Isabel aprovechó.
Cuando te fuiste, vino a casa a contarme. Le di el sopapo que no le había dado nunca. Si vuelve a meter la pata, creo que le doy una trompada, avisó.
No va a meter la pata. Yo no me voy a ir. Tenenos fé.
Bueno, dijo Isabel secándose las manos con un repasador, a mí fé me sobra. Lo que pasa es que ustedes son una máquina de hacer cagadas.
Salvador volvió a la cocina.
Seguro que estaban hablando mal de mí.
Obvio, contestaron las dos a coro.
El taxi llegó rápido. Isabel besó a Muv y se agarró del brazo de Salvador que la acompañó hasta la puerta.
Le dijiste que llame cuando llegue, preguntó Muv cuando Salvador volvió a la cocina.
Sí. Me dijo que no. Que vayamos a hacer lo que tenemos que hacer.
Ah, si! El autógrafo.
Caminaron hasta el dormitorio. Entraron y cerraron la puerta.



lunes, noviembre 12, 2007

Masculino

Como ella, yo también, a veces, tengo la sensación de que me voy a morir de felicidad, un día, dijo Salvador.
José acomodó los anteojos con el dedo mayor, sin dejar de mirarlo. Cómo es eso, preguntó.
Y sí, que el día más feliz de mi vida, el día que no me entre más alegría en el cuerpo, la quedo. Literalmente. Me muero de felicidad.
Cómo sería ese día, dijo José, en el caso de que puedas imaginarlo.
Salvador miró un poco hacia el cielorraso, recorrió la moldura y bajó hasta el marco de la ventana por donde se veían las hojas de un paraíso.
No sé. Me imagino un momento de esos en dónde uno mira alrededor y dice "está todo bien". Una especie de epifanía. Hay de esos momentos. Yo tuve algunos pero ninguno fue por felicidad.
Podés contar alguno de esos momentos, pidió José.
Si, yo que sé. El día que me di cuenta de que mi viejo no iba a volver, por ejemplo. Mi vieja arreglaba el portalamparas de un velador. Estaba sentada en la mesa de la cocina y arreglaba un velador. Yo tenía once años y supe que mi viejo no volvía más. También supe que si volvía, mi vieja no lo iba a dejar quedarse porque arregló el velador. Lo arregló sola, entendés? Ya no lo necesitaba. Mi vieja nunca necesitó a nadie. Un poco como Muv pero peor. Muv le tiene miedo a la gente. Mi vieja, directamente, ignora que la gente existe. Pero yo no vengo acá a hablar de mi familia, ni de mis viejos, ya te dije. Vengo a hablar de mí y de Muv.
José afirmó. "Lo dejaste claro la primera vez".
Bueno, por eso. Creo, un poco como Muv, que el día que me de cuenta que soy completa y perfectamente feliz, me caigo muerto.
Entonces, concluyó José, para seguir vivo, no hay que ser feliz, no? Al menos, no completa y perfectamente. Siempre tiene que haber algo que desencaje dentro de la felicidad. Eso te mantiene vivo.
Salvador sonrió de costado.
No lo había pensado. Pero sí, algo así. Como buscarle el pelo al huevo, no? A veces, parezco una mina, no?
A ver, dijo José con cara de querer indagar sobre el asunto de la femineidad de Salvador.
Sí, que le doy vueltas a las cosas. Estoy muvizado. Y antes, madrizado. No sé. Tenemos un amigo. Se llama Pedro. Es tan diferente a mí. Ve todo mucho más simple que yo. Lo ve menos complicado, no sé. Es más aburrido, también.
Y vos, cómo sos?
Y yo qué sé. Soy lo que puedo. A veces, complicado, medio cagón; otras veces, me zarpo de macho. Intento zarparme poco. A veces, se me va de las manos. Igual, yo siempre intento todo. Todo lo que me sale. A mí me gustaría que Muv fuera feliz.
Feliz, repitió José.
Sí, completa y perfectamente feliz y viva.
Pero la idea de que lo completo y perfectamente feliz, mata, le juega un poco en contra a eso, no te parece?.
Jé. Nos vemos la próxima, no?
Claro, dijo José, riéndose un poco también.
Salvador salió pensando en eso. Cuando llegó a su casa, desde la calle, podía escuchar la música a todo volumen.
Qué pasa acá, se preguntó.
En el comedor, Muv bailaba eufórica. En cuanto lo vió, lo abrazó y se puso a saltar apoyándose en él, hasta que logró hacerlo saltar.
Qué contenta, dijo Salvador. Qué pasó?
Nos vamos a la playa, gritó Muv con la respiración entrecortada por los saltos. En dos semanas, nos vamos a la playa.
Salvador se quedó quieto. Y ahora qué hay que ir a dejar, se preguntó y Muv le notó la preocupación en la cara.
Vamos con amigos. A divertirnos. Bailá!
Salvador bailó.



sábado, noviembre 10, 2007

Dolor

Al fin, loca. Al fin, dijiste algo, dijo Leni, después de que Muv le contó su encuentro con aquella mujer. Por fin te defendés. ¿Viste que es mejor defenderse? ¿No te sentiste mejor? Es mejor decir las cosas, nena, lo que no se dice, se pudre adentro.
Sí, me sentí mejor. Un poco. Tampoco fue para decir: "Fá, qué bien me siento, por qué no lo hago todos los días." Mejor hubiese sido no tener estas experiencias, entendés. Que no hubiesen pasado. ¿Me traes un almohadón?
Leni miró a Muv. Salió y volvió con un almohadón que Muv se puso en la espalda.
Qué pasa, le preguntó después de que se acomodara.
Nada, dijo Muv. ¿Podríamos irnos a la playa unos días, no? Estaría bueno. Salvador se va a copar. Está muy cansado.
Leni se sentó al lado de Muv.
¿Te duele?
Sí, un poco. Un poco más que habitualmente. No es nada. ¿Qué te parece? ¿Nos vamos? ¿Nos aguantan un fin de semana completo? Quiero que Emilia venga con nosotros, también.
Muv, ¿fuiste al médico?
Todavía no.
¿Vas a ir?
El quince.
Puta, te duele mucho si vas a ir al médico, dijo Leni.
Se quedaron calladas durante un rato. Muv se agarró de la mano de Leni.
No le digas a nadie, le pidió.
Leni dijo que sí con la cabeza.
Se quedaron calladas. Cada una pensando en cosas distintas.
Leni, en la forma en que había visto a Muv después de la operación; en la manera que se acercó a tocarle la mano con un dedo como si se fuera a romper cuando estaba en la habitación común; en el llamado de Salvador, al otro día, diciéndole que no sabían exactamente qué le había pasado pero que Muv estaba en terapia intensiva; en cómo esperó días y días afuera de terapia el parte médico; en el color que tenían los brazos de Muv cuando salió del sanatorio, los moretones de los pinchazos; en la forma en que se esforzaba por no llorar cuando la veía, por no llorar de alegría por haber zafado, por estar de nuevo dónde tenía que estar y no en el sanatorio y en que la operación de Muv y toda su complicación, la había acercado un poco a su propia muerte porque uno nunca cree que sus amigos van a morir. Y sobre todo, pensaba en que ahora, Muv volvía a sentirse mal.
Leni tenía miedo pero Muv, no.
Muv pensaba en unos días en la playa, mirando el cielo, riéndose. En los partidos de truco, en las zapatillas llenas de arena, en un buen asado con noche estrellada. En que le dolería la cara de reírse, en que volvería con la naríz pelada y contenta y que el mar, otra vez, se llevaría todo lo malo del año, lejos. Lejos.
Contale a tu hermana, Muv, dijo Leni.
No, respondió Muv y soltó la mano de Leni.
Contale, dale. Por favor.
No, Elena. No.
Contale o no hay playa.
No seas chota.
Contale a Emlia o me pongo insoportable con lo de la playa y no va nadie.
La puta que te parió, Leni. No me hagas eso.
Pensalo. No puede ser todo como vos querés. Salvador no tiene ni puta idea, seguro. Contale a tu hermana. Y después, la playa.
Uf, está bien. Le cuento pero al primer quilombo que tengo con mi vieja, vengo y te mato.
Emilia no va a decirle nada a tu mamá. Si querés te acompaño al médico.
Leni agarró a Muv de la mano, otra vez.
No tengas miedo, le dijo Muv. No va a pasar nada.
No tengo miedo, gila, respondió Leni. Jé, miedo yo, por favor.